jueves, julio 26, 2007

Ferrand, Iglesia y desconfianza

viernes 27 de julio de 2007
Iglesia y desconfianza

M. MARTÍN FERRAND
LA Iglesia Católica y las compañías multinacionales, ex aequo, ocupan el último lugar de la tabla que, según un estudio de la Fundación BBVA, marca el nivel de confianza que las instituciones merecen a los ciudadanos españoles. Incluso podría tratarse de una redundancia porque católico no es otra cosa que universal y, al margen de cuestiones de fe, la Iglesia es una multinacional, la decana de todas ellas, con las características de personal, reglamento y operatividad que son comunes entre las verdaderamente grandes y duraderas. Tan escaso es el nivel de confianza que, aquí y ahora, inspira la Iglesia que está aún más bajo que el del Gobierno de España.
Supongo que una parte de tan sorprendente situación viene de lejos, de los siglos en que, con muy cortas interrupciones, el Estado y la Iglesia tendieron a ser una misma cosa y, con tan poca deseable promiscuidad intelectual, conformaron un mecanismo de poder en el que uno utilizó a la otra y ésta se sirvió de aquél. Así hasta llegar, bajo palio, al esperpento del nacionalcatolicismo que todavía, ya con treinta años de Constitución, colea, opera y está en el sustrato de muchos de los problemas básicos que nos afectan; desde el territorial, ya que los nacionalismos tienden a ser devotos, al educativo, en donde la inercia dificulta una praxis laica y los radicalismos tratan de impedir la natural influencia de la Iglesia frente a sus fieles.
El hecho de que las Universidades, masificadas en profesorado y alumnos y distantes de la pretensión de excelencia que marcó su pasado, ocupen el primer puesto de esa lista de confianzas nos invita a considerar que aquí somos poco confiados y muy recelosos. La experiencia lo justifica, la Historia lo acredita y, escaldados, estamos dispuestos a huir hasta del agua fría; pero algo habrá hecho la Iglesia, en la dimensión local que se concreta en la Conferencia Episcopal Española, para que el tiempo no difumine el pasado y sigan vivos y pujantes las notas del anticlericalismo con el que nuestros abuelos, algunos, se separaban, ya que no de Cristo, de sus ministros terrenales.
La visita al más pequeño pueblín español, como también ocurre en Francia e Italia, nos ofrece el espectáculo artístico y el síntoma social de que, salvo alguna excepción militar o nobiliaria, el más importante edificio del lugar, el más rico y sólido, el de máxima preeminencia, es siempre la iglesia del lugar. ¿Se trata de un testimonio de religiosidad pasada o es una reliquia del poder caducado? Por otra parte, el decaimiento de las bien formadas y sólidas órdenes religiosas en beneficio de las más ligeras congregaciones de fieles ha invertido una polaridad que acarrea, por lo que se ve, disposiciones sociales distintas, distanciamiento de lo que fue próximo y desconfianza ante lo que resultaba incuestionable. Doctores tiene la Iglesia que os lo sabrán explicar, pero sus grandes púlpitos mediáticos están ocupados en tareas más prosaicas y concretas.

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