lunes 2 de julio de 2007
Rato anima la antesala del debate Pablo Sebastián
Muy mal tienen que estar en el Gobierno como para agarrarse con una cierta desesperación a la sentencia del Tribunal Supremo con el ‘caso Bono’, a ver si con ello los ciudadanos se olvidan de los seis soldados muertos en el Líbano, mientras en el Ministerio de Defensa se abre un debate sobre los inhibidores de frecuencia y en el Ministerio del Interior nadan en el mayor de los desconciertos ante la que será posible aparición de ETA en la escena política española (¿lo hará en pleno debate de la nación, para recordar que según ellos en España hay más de una?).
El fin de la legislatura de Zapatero es fruto de su incapacidad política y de su desvarío nacional metiendo al país por un desfiladero que conduce a un camino contrario al sentido de la Historia de esta gran nación. Pero en la partitocracia española, con unas reglas del juego trucadas y desiguales para el Gobierno y la oposición, no está claro que las urnas puedan garantizar un justo castigo al mal gobernante, especialmente cuando muchas veces brilla por su ausencia, o por sus errores, la oposición.
Pero ahora acaba de llegar Rato, como si fuera Sir Lancelot, y en el PP se han renovado las esperanzas pero también una cierta inquietud entre las que son las huestes leales y funcionariales de Rajoy (Pastor, Elorriaga, Cañete) y el clan de los falsos liberales (Zaplana, Acebes, Aguirre), que estaban al acecho de la derrota, o de un desmayo, de Rajoy, y a los que la presencia de Rato ha estropeado su otra operación conspirativa, empeñada en situar a la ambiciosa y liberticida presidenta madrileña al frente del PP, para que el núcleo duro del poder del PP —aunque España continúe bajo la batuta de Zapatero— acabe en las manos del jefe del clan mediático de la conspiración que lidera El Mundo, y en el que la cadena episcopal, la COPE, desempeña el papel de amplificador.
No había sino ver la fría acogida que el diario El Mundo ha dispensado al director del FMI, cuyo desembarco en España altera todos los planes que habían diseñado, convencidos de que Rajoy se iba a estrellar, que Rato no iba a regresar antes de las elecciones municipales —con lo cual no tendría un escaño en el Congreso de los Diputados— y que ya se encargarían ellos de impedir que tampoco fuera al Congreso Gallardón, porque si así fuera, se les iban a caer los palos del sombrajo a tal Rajoy.
Pero Rato ha llegado a tiempo y todos se preguntan por qué y para qué. Y unos presumen, desde Génova, que se lo ha pedido Rajoy, otros que se lo pidieron Aznar y Bush para echar a Zapatero, como sea, y otros que ha sido exclusivamente el propio Rato el que ha tomado la decisión con la firme intención de liderar el sector empresarial y financiero español —donde sus mejores amigos, Pizarro, González y Alierta, han sufrido los ataques y las presiones del Gobierno—, si Rajoy gana las elecciones, o para liderar el PP si Rajoy pierde y tiene que acudir a un Congreso a debatir con Gallardón, porque en ese caso la ambición de Aguirre quedaría reducida a su mínima y natural expresión.
Pensar que Rato ha dejado el FMI para presidir una empresa española no tiene sentido. Como tampoco parece previsible que quiera ser ministro o vicepresidente a las órdenes de Rajoy, o presidir cual decorativa estatua el Congreso de los Diputados o un cargo similar. Rato viene a lo que viene, de la misma manera que Aznar está a lo que está, llevado por su furia y por el convencimiento que tiene de que gran parte de culpa de lo que ocurre hoy en España la tiene exclusivamente él. Aquí incluido el alborozado regreso de Rato, que si tan festejado es no será porque Rajoy tenga asegurado su liderazgo en el PP y en la oposición. Puede que, en una suma de todo lo que podría explicar el regreso del ex vicepresidente español también esté, aunque no sea rencoroso, las espinas clavadas en su despedida de la política nacional. Eso, como las espuelas, siempre ayuda a la hora de cabalgar.
domingo, julio 01, 2007
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