jueves, julio 26, 2007

Enrique Badia, Obras tontas

jueves 26 de julio de 2007
Obras tontas Enrique Badía

Durante casi tres años, una parte relevante de los madrileños hubo de soportar las obras para construir una especie de extensión del aeropuerto de Barajas en el subsuelo del Paseo de la Castellana, a la altura de Nuevos Ministerios: un área de facturación de vuelos y equipajes de aproximadamente 2.000 metros cuadrados, otros 3.000 metros cuadrados para servicios conexos y un aparcamiento de casi 7.000 metros cuadrados, con 130 plazas para taxis y otras 160 para vehículos privados, con un coste que diversas fuentes estimaron en torno a los 90 millones de euros (15.000 millones de las desaparecidas pesetas), naturalmente sufragados por el presupuesto público.
La cosa se inauguró en mayo del 2003, junto a la línea de Metro que enlaza esas instalaciones con el aeropuerto madrileño; en aquel momento hasta la T2 y hace pocos meses prolongada hasta la nueva T4. Pero mientras los usuarios del Metro no han parado de crecer desde aquella fecha, el resto se ha ido convirtiendo en un espacio fantasma que prácticamente nadie utiliza.
Desde el primer momento, las compañías —saben de esto— se mostraron muy reticentes a contratar mostradores de facturación en Nuevos Ministerios, confirmando en buena medida lo que ya habían anticipado algunos expertos: infraestructuras similares ya habían tenido escaso éxito en otras capitales —la idea distaba de ser original— y la cercanía de Barajas al centro de la ciudad, poco más de 9 kilómetros, hacía presumible que la experiencia podía resultar todavía peor. Alguna aerolínea, sin embargo, acabó decidiéndose, pero a los pocos meses ya lo estaba lamentando porque casi nadie decidía facturar allí.
La inauguración de la Terminal 4 sirvió de excusa perfecta para cerrar los pocos mostradores que permanecían atendidos —bastantes menos que en las primeras semanas—, dado que la línea de Metro iba a tardar en torno a dos años en llegar a las nuevas instalaciones aeroportuarias. Y ahora, meses después de que el tren subterráneo haya alcanzado la T4, las compañías han rehusado reabrir unas instalaciones que nunca tuvieron una utilización suficiente para justificar los costes que comporta operar en ellas.
No es la primera ni es seguro que vaya a ser la última infraestructura que se revela completamente inútil casi desde el mismo día de su inauguración. Es una nueva muestra de que el destino de los recursos públicos no siempre se ajusta a criterios de racionalidad. Dejando aparte otras consideraciones, parece claro que el dinero destinado a semejante fiasco pudiera —debería— haberse empleado en algo más necesario, que lógicamente lo hay.
Como suele ocurrir en los fracasos, nadie se quiere acordar de cómo y de quién surgió la ocurrencia de situar en Nuevos Ministerios una especie de sucursal del aeropuerto de Madrid. Pero es presumible que se desoyeron las opiniones de varios especialistas, el criterio de las compañías aéreas y las experiencias ya disponibles en donde funcionaba algo similar.
Quedando claro, como queda, que se emplearon recursos presupuestarios en algo que no hacía maldita falta, ¿no cabría exigir algún tipo de responsabilidad? La frecuencia con que una infraestructura demuestra ser inútil e innecesaria aconsejaría algún mecanismo por el que los gobernantes que deciden invertir en ellas tuvieran que asumir algún coste: seguro que se lo pensarían mejor.
Las infraestructuras no se justifican para presumir de inaugurarlas ni para inventar nada: deben satisfacer necesidades racionalmente previstas o comprobadas. Las otras —sobran ejemplos— son obras tontas y suelen estar de más.
ebadia@hotmail.com

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