viernes, julio 27, 2007

Daniel Martin, El mundo de los Simpsons

viernes 27 de julio de 2007
El mundo de los Simpsons Daniel Martín

Después de veinte años de triunfar en televisión, Matt Groening nos trae la pertinente entrega cinematográfica de Los Simpsons, en sus inicios una parodia de la familia media norteamericana, actualmente reflejo fiel de cómo somos, actuamos y desbarramos los ciudadanos occidentales. Si no me creen, piensen que en Estados Unidos ha habido tortas por conseguir que los creadores de tan famosos dibujos eligiesen el Springfield real que mejor se acomodaba a su invento. Es decir, numerosos pueblos han luchado por tener una poli inútil y despótica, un comerciante de alimentos tóxicos, un multimillonario malvado, un alcalde corrupto y cientos de ciudadanos disparatados.
Así funcionan los nuevos tiempos: todos queremos ser famosos, aunque en ello nos vaya el buen nombre. Me dirán que ha sido en Estados Unidos; pero imagino qué habría ocurrido en España: Argamasilla de Alba, Rodrigatos de Obispalía y El Campello habrían luchado a muerte por ser designados el pueblo de Homer Simpson, el mejor personaje de ficción desde que Shakespeare crease a Hamlet y Falstaff y Cervantes a Don Quijote y Sancho. Con la diferencia de que Homer, como digo, comenzó siendo una farsa y actualmente es imagen y modelo de los hombres occidentales: borrachuzo, vago, amoral... aunque en Homer, por lo menos, queda un ápice de ternura y apego familiar.
El mundo no es lo que era. Antiguamente, las ciudades pugnaban por ser las más modernas, limpias, seguras o poderosas. Hoy en día se lleva el ser la más patética, televisiva e insegura. Del mismo modo, todos queremos ser Homer Simpson, porque él es feliz, y en él se reflejan todos nuestros vicios, aún más los de las generaciones del futuro, que crecerán como él bajo sistemas educativos propios de oligofrénicos. La grandeza de Homer reside en que es un personaje de ficción. El problema es si un mundo real puede admitir a Homer Simpson entre sus ciudadanos. ¿Y a muchos como él?
El mundo de Los Simpsons resulta cada día más cercano. Bart es un ángel de la caridad si lo comparamos con muchos adolescentes de nuestras escuelas. Incluso, como escribía ayer don Pablo Sebastián, nuestro propio presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, recuerda muchas veces al gamberro Bart y su inconsciencia a la hora de tomar decisiones. Por eso no puede extrañarnos que Zapatero, con tantos votantes jóvenes en el censo, sea el favorito para ganar las elecciones generales del 2008 y continuar con su particular esperpento: mucho caos, poca sustancia, ninguna ética, aún menos ideas.
Lisa, la hermana estudiosa, representa en nuestro mundo a los rebeldes que, rodeados de tanta mediocridad, quieren convertirse en ciudadanos cultos, morales y justos. Si en las películas de los 60 el rebelde escolar vestía de cuero y llevaba una moto, en la escuela del XXI los rebeldes son chavales normales que estudian y persiguen la excelencia, es decir, persiguen ser proscritos sociales en sus colegios e institutos. En Springfield nadie entiende a Lisa, porque su camino es el difícil. Mucho más fáciles y satisfactorios los caminos de Bart y Homer.
Marge, la madre, representa una figura hogareña de otros tiempos. Una maldita para las feministas. Por eso no han sido pocas las intentonas que ha hecho en la serie de tener un trabajo. Pero un personaje de su talento, vicios y sentimientos no encaja en Springfield. En el mundo actual, las mujeres como Marge no tienen cabida. La mujer que triunfa y es respetada es aquella que cumple a rajatabla con los valores feministas, pero no los lógicos, sino aquellos disparatados que se fijan más en el género gramatical que en los derechos y obligaciones personales y cívicos. Hoy en día, también las mujeres quieren ser como Homer. Ya digo que el tipo es fascinante.
Y Maggie, la pequeña, la que no habla, es alegoría de un futuro próximo donde los adolescentes se comunicarán mediante gruñidos, balbuceos con chupete tecnológico, sabrán dominar con maestría las armas de fuego y no respetarán a los mayores. Porque, ¿acaso la inteligente Maggie puede respetar a un zoquete como Homer? ¿No habla porque no puede, porque no quiere o porque sabe que lo sencillo es chupar de la teta de la Marge-Estado?
Los Simpsons no se acaban en la familia que le da título. Flanders, el alcalde, el jefe de la policía, Krusty, el actor secundario Bob, Apu, las hermanas gemelas de Marge, el abuelo, el señor Burns, etc., son magníficos esperpentos de personajes reales y cotidianos de nuestro mundo. No falta nadie, ni siquiera los integristas religiosos. Por eso no puede extrañarnos que la gente quiera ser como ellos en la versión real de la existencia. Hoy la tele es el modelo, aunque refleje un mundo absurdo de dibujos animados. Con el nuevo imperio televisivo de los realitys y la política crecientemente confundida con el circo, podemos prever que, dentro de poco, nuestra sociedad será aún más caótica, con okupas como ejemplo del respeto a la propiedad privada, personajes amorales e incapaces —¿de ficción?— al frente del cotarro y jóvenes de móvil, indolencia suma, léxico nulo y puño americano. Dentro de nada, Homer será la excelencia pasada de moda y Bart el ejemplo a seguir. La pregunta es si los Simpsons imitaron al mundo real o si fue la sociedad la que, sin querer, fue poco a poco pareciéndose a la singular Springfield.
dmago2003@yahoo.es

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