miercoles 3 de enero de 2007
POR Xavier Navaza
corresponsal en galicia
El futuro ya no es lo que era
Los plazos se han ido agotando a velocidad de vértigo y henos aquí, como del rayo, en vísperas de una reunión a tres bandas que será definitiva -o no será- para la modificación del Estatuto de Autonomía de Galicia. La cita, anunciada varias veces como algo crucial para la solución del nudo gordiano de la reforma, se producirá este mismo mes en la residencia de Monte Pío, donde Alberto Núñez Feijóo y Anxo Quintana serán recibidos por el presidente Emilio Pérez Touriño en su papel de cordial anfitrión. ¿Habrá acuerdo?
Es una pregunta bien simple y, sin embargo, encierra un puñado de sensaciones y temores. Es, también, la semilla de una respuesta que puede abrir nuevos horizontes políticos en nuestra tierra o, por el contrario, darle un formidable portazo al futuro del autogobierno en nuestro país. En realidad, el futuro ya no es lo que era: ha bastado un puñado de meses de debate en debate sobre la arena del ruedo ibérico y las viejas esperanzas se han ido diluyendo poco a poco, como un azucarillo en el café.
Incluso aquel contrato que Touriño y Quintana establecieron entre sí para jubilar a Manuel Fraga y poner en marcha la hoja de ruta de un Estatuto de Nación, aquellos papeles, preñados de sueños hace año y medio, han perdido buena parte de su contenido virtual aunque todavía sirvan para alentar tímidamente el fuego de los augures. Dieciocho meses han bastado para demostrarle a don Emilio y al joven Quin que sin la colaboración activa de Núñez Feijóo -en cuyas manos está el ovillo de hilo de Ariadna- es literalmente imposible hallar la salida del laberinto. Y eso, quiérase o no se quiera, guste o no guste, marca de un modo definitivo e inapelable el debate autonómico en nuestro país.
No sabemos qué sucederá en la próxima cita de Monte Pío, pero estamos convencidos de que ya no podrá ser igual que las anteriores. De esa reunión tripartita debe salir -para bien y para mal- un acuerdo: ora para aplazar los objetivos de la reforma y alejarla del fuego cruzado de las elecciones de mayo, bien para hallar al fin la mágica fórmula que nos permita franquear las puertas de Camelot. Lo que ya no puede ni debe repetirse es una mera declaración de buenas maneras: ya sabemos que los tres tienen muy buen talante y que, a pesar de las profundas discrepancias que les separan, pueden dialogar a tumba abierta sin que el cielo se venga abajo sobre nuestras cabezas. Ahora toca decidir. Y si eso no es posible, es mejor que lo dejen todo como está.
Así, al menos, los ciudadanos de este país nos libraríamos de viajar en el vagón de cola del laberinto español. Ya se nos han adelantado Catalunya, Valencia y Andalucía. Y a continuación vienen Baleares, La Mancha, Canarias y Aragón, cuyas reformas autonómicas se encuentran en distintas fases de tramitación ante el Congreso de los Diputados. Hasta nos han hecho el sorpasso nuestros fraternales vecinos de León. O sea, que si se trataba de una carrera contra el tiempo, está bien claro que ya la hemos perdido de antemano.
SEÑAS DE IDENTIDAD
Una cascada de iniciativas en la Cámara
Emilio Pérez Touriño, Alberto Núñez Feijóo y Anxo Quintana deberían preguntarse si paga la pena diluir la reforma autonómica de Galicia en medio del fárrago que, a lo largo de este año, producirán las modificaciones estatutarias de media docena de comunidades, cuyas iniciativas aspiran a llenar en cascada el Congreso de los Diputados. No parece que ése sea el camino más adecuado para reforzar la identidad singular de nuestra tierra en el contexto del Estado español .
miércoles, enero 03, 2007
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