miercoles 3 de enero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Terrorismo y enfermedad
Algunos están recordando ahora esas palabras del presidente en las que se felicitaba por estar mejor que hace un año, en lo que a terrorismo se refiere. Se resalta el contraste entre este balance y la bomba de la T-4, pero lo esencial de esas manifestaciones no es eso, sino la idea que se transmite del terrorismo como enfermedad en la que hay periodos graves, leves e intermedios.
Siguiendo este razonamiento, la kale borroka sería un resfriado; el robo de un arsenal, una gripe, y el atentado mortal, una pulmonía aguda. Habría un terrorismo soportable con bufanda y paracetamol, otro que requiere antibióticos, y una modalidad acentuada en la que no queda más remedio que el ingreso en un hospital.
¿Acaso es lo mismo una algarada callejera, que el asesinato? No lo es desde un punto de vista humano. Está claro que todos preferimos que no maten a nadie, y se conformen con asaltar locales, quemar cajeros y atemorizar a la gente. Sin embargo, ese conformismo con el mal menor es inaceptable en una sociedad democrática. Así como las dictaduras lo siguen siendo aunque suavicen la represión, el terrorismo lo es, por más que atempere su agresividad.
Tanto la kale borroka como la bomba tienen la misma finalidad: atemorizar al ciudadano, evitar que se exprese libremente, sustituir la ley por la fuerza. Lograr que no maten no es un objetivo satisfactorio, ni siquiera en el balance anual, porque la extorsión sigue estando presente por otros medios. He ahí el mensaje que ETA y sus acólitos quieren lanzar: el grado de violencia depende de cómo se porten ustedes.
La reacción presidencial se parece a la del rehén que envía una nota a los familiares diciendo que el trato que recibe es correcto. ¡Pero si está secuestrado! El mero hecho de padecer el cautiverio debiera impedir cualquier satisfacción, y aún así el prisionero se siente agradecido.
Entre estar libre o secuestrado, no existen términos medios. Entre el terrorismo y el no terrorismo, tampoco. Pretender lo contrario es caer en una de las trampas más peligrosas de los violentos, que primero nos lleva a pensar que son menos malos, o que entre ellos hay gente tratable, y después a una especie de resignación ante la violencia leve, o sea, ante el terrorismo etarra en su versión de simple catarro.
En esa artimaña incurren, incurrimos, al sentenciar que ETA rompe la tregua con la explosión de Barajas. Es decir, admitimos que seguía vigente a pesar del terrorismo callejero y el robo de armas, sabiendo que ni una cosa ni la otra son actos espontáneos, sino premeditados. ¿No es el propio Otegi quien se ofrece a convertirse en Gandhi para predicar por todos los pueblos de Euskadi la paz a los etarras callejeros?
Al parecer, hay una nueva generación de terroristas forjados en la calle, que tras hacer su aprendizaje con el cóctel molotov, han pasado a instrumentos más profesionales. Si eso es así, estaríamos ante una prueba más de que esa distinción entre un terrorismo grave y otro leve carece de base.
La historia nos ayuda a entender que entra la famosa noche de los cristales rotos, en que las bandas nazis destruyen sinagogas y propiedades judías, y la solución final hay una terrible continuidad. Son partes de una misma estrategia. Los asaltantes no son menos malvados que el jefe de Auschwitz. Ocurre lo mismo con ETA. Las palabras de los batasunos y el asesinato de estos dos ecuatorianos forman parte del mismo plan. Quieren hacer de la democracia su rehén. Su trato siempre será el de un asesino.
miércoles, enero 03, 2007
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