jueves, enero 25, 2007

Valentin Puig, Aquel decreto de Humanidades

jueves 25 de enero de 2007
Aquel decreto de Humanidades

VALENTÍ PUIG
LO que haya en común entre un muchacho de Eibar y uno de Javea ya no es algo que se corrobore en las aulas. La Historia de España está siendo algo cada vez más extraño y ajeno para los estudiantes españoles. No saberse los nombres de los Reyes Católicos porque eso no se enseña en la escuela resume el deterioro, el desnorte y la banalización de un sistema educativo drenado por las sucesivas reformas experimentalistas del PSOE. En virtud de la nueva fijación de enseñanzas mínimas, el estudiante concentraría sus ya escasos conocimientos en el entorno autonómico y se ahorra conocer las personalidades, acontecimientos y procesos que han configurado lo que es España. Ese sesgo de los contenidos mínimos acelera la inconexión histórica y centrifuga los vínculos más elementales para una concepción cívica de lo que es España.
Desde luego, lo más probable es que los escolares españoles no sepan ni la historia de su comunidad autónoma ni la de España. Es lo que revelan informes como PISA sobre la baja calidad de conocimientos o la alta tasa de fracaso escolar. El declive en excelencia se remonta entre otras cosas a la eliminación de las reválidas. Luego vino la LOGSE. Ahora estamos en la LOE. El Partido Popular tuvo por iniciativa la LOCE -con Pilar del Castillo y la fase de mayoría absoluta-, lanzada por Rodríguez Zapatero al cubo de la basura entre una indiferencia general verdaderamente inexplicable. En materia educativa, el arcaísmo igualitarista del PSOE contrasta con la vertiente pragmática de su acomodación a la economía de libre mercado. Su largo empeño ha logrado incrementar el trasvase de alumnos de la escuela pública a la concertada. No hay ninguna universidad española entre las cien mejores del mundo.
De los tiempos del primer gobierno del PP, el fracaso del Decreto de Humanidades impulsado por Esperanza Aguirre fue muy ilustrativo de hasta qué punto la izquierda y los partidos nacionalistas confían su idea educativa al atavismo ideológico, en un caso por la falsa contraposición entre calidad y equidad, y en otro por la autolimitación particularista de horizontes, conducente a confundir la mitología con la Historia. Sucumben así las posibilidades de la meritocracia y una concepción de lo pasado como patrimonio común de todos los españoles. Por eso fue torpedeado y hundido aquel Decreto de Humanidades cuya inicua pretensión era nada menos en que en todas las aulas de España se enseñara quienes son Garcilaso, Rosalía de Castro, Espriu o Gabriel Aresti, como contenidos mínimos en común, al igual que los trazos y biografías de la Historia.
Con la actual fijación de contenidos mínimos es postulable aún más lo procedente que fue el Decreto de Humanidades propugnado por Esperanza Aguirre. Allí se daba contenido al mínimo común programable por el Estado, complementado por el porcentaje curricular de las autonomías. Recordar aquella polémica resalta la conexión entre socialistas y nacionalistas, tanto como el acierto -y la claridad- de la propuesta. El trámite parlamentario del Decreto de Humanidades mostró la inconcreción, luego la división y finalmente el anclaje del PSOE en la estrategia partidista. En el Senado, los socialistas dan su apoyo; en el Congreso, hay diputados socialistas que desean un consenso. Para no contrariar al PSC -socialistas de Cataluña-, el PSOE finalmente opta por votar en contra. Las contradicciones del socialismo hispánico anegan una iniciativa que entonces bien hubiesen podido compartir. Eso era en 1997. Por parte de CiU, no hubo el menor deseo de escuchar argumentaciones favorables al Decreto.
Poco menos de diez años más tarde, estamos en lo mismo: se desgaja abiertamente la noción histórica común, con el añadido de que ERC ocupa de alguna manera la posición de CiU. Es más: el PSOE actual tiene menos ganas de que se le acuse de «españolista» y de plantar batalla respecto a lo que debiera ser un tronco común del sistema educativo español. Para Zapatero es como si los Reyes Católicos fuesen un himno de la FET y las JONS. De haberse aprobado el Decreto de Humanidades, al menos alguna generación de nuevos españoles podría haber aprendido otra cosa. Como que -según Vicens Vives- «desde el extranjero la antigua Hispania tenía ya una sola voz y una sola voluntad. Y ello bastaba».
vpuig@abc.es

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