viernes 26 de enero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Hay que comer
Hay en todo esto un equívoco que conviene aclarar antes de seguir adelante. ¿Mantendría el etarra su dieta rigurosa en casa, o nada más llegar encargaría varias burger XXL, para desobedecer de paso a la ministra de Sanidad? No es lo mismo. Si sólo se trata de hacer la huelga de hambre más hogareña, estamos ante un asesino que, al menos, mantiene sus principios, cosa que no podría pensarse de él si se deja llevar por la gula una vez retornado a Euskadi.
Supongamos que el terrorista quiere emular a Gandhi hasta las últimas consecuencias. En ese caso, quienes estaban sinceramente interesados por su salud habrán recibido con alegría la decisión judicial. En ningún lugar estará tan bien atendido como en el hospital, con varios médicos a su disposición para velar por su vida. Ni siquiera ha tenido que soportar las listas de espera como cualquier otro beneficiario de la sanidad pública. Está como quiere.
La prisión atenuada agravaría su dolencia porque seguiría sin comer, dependería de los servicios de urgencia y encima tendría que soportar una cansina vida social, con asistencia a manifestaciones, homenajes, premios y mítines. Ese sosiego que disfruta en el centro hospitalario se vería roto por el empeño de sus correligionarios en pasearlo en procesión, como un santo anoréxico de la revolución vasca. Ningún médico le aconsejaría semejante jolgorio. Reposo, tranquilidad, meditación, es lo que precisa el verdugo, y eso es lo que la da precisamente la decisión de la Audiencia Nacional.
La otra posibilidad nos sitúa en un terreno diferente al de la salud del sujeto. Es importante recalcarlo porque todos los argumentos empleados para cambiar su situación se refieren a su salud. Ni arrepentimiento, ni buena conducta, ni siquiera algún indicio que lo sitúe entre los partidarios de una tregua; sólo su salud.
Al parecer, su vuelta al hogar le haría recuperar el vigor perdido. Seguramente. Lo que no se dice es que esa recuperación no se produciría con la mera contemplación del paisaje de su tierra, o recordando con nostalgia el momento en que mató a sus veinticinco víctimas, sino comiendo. Bastaría con hacer lo mismo en el hospital para que el etarra recuperara en poco tiempo su bienestar habitual. Dicho de otra forma: la salud que tanto preocupa no depende del sitio donde esté, sino de que coma o no.
En consecuencia, el asunto no gira en torno a la preservación de la salud de un recluso, sino a la legalidad. Quizá con el tiempo cambie y llegue un día en que a los delincuentes se les dé la opción de irse a casa cuando se sientan un poco pachuchos o inapetentes. En ese momento, si otro terrorista lo pide, habrá que concederle esta prisión atenuada que le quiere dar a éste. Mientras tanto, no es posible.
Ya suenan los lamentos y acusaciones que descalifican la resolución judicial, con un amplio surtido de adjetivos, de los cuales se pueden seleccionar dos: política y despiadada. Por lo visto, ha faltado humanidad en los jueces, y se dejaron llevar por instintos políticos alejados de la justicia.
Lo primero olvida que el delincuente no está en Guantánamo o el gulag, o en el zulo de Ortega Lara, sino en un Estado que lo juzga con todas las garantías, e intenta evitar su suicidio. Política es la actitud de los que se empeñan en retorcer la ley para que se puedan burlar de ella individuos como éste. Pero lo dicho: si es un luchador consecuente, sólo querría volver a casa para continuar allí con la dieta, sin los cuidados y atenciones que le dispensan en el hospital.
jueves, enero 25, 2007
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