martes, enero 23, 2007

Un fusil y un botijo como memoria historica

Un fusil y un botijo como memoria histórica
Rafael González Rojas

23 de enero de 2007. Tengo escrito que el único recuerdo que conservo de la guerra civil es un fusil y un botijo. Ambos los enarbolaba mi padre con ambos brazos. Les estaba dando de beber a unos milicianos. Los habían interceptado cuando marchaban sobre Osuna con la intención de quemar la cárcel repleta de gente de derechas. Yo observaba desde un alto la escena, aferrado a la mano de mi madre. Se oían voces. Pero no oí entonces, ni durante toda la contienda, ni un solo disparo. En aquellas cortijadas donde mi crié imperaba la paz octaviana. Estoy casi seguro de que los impulsores del proyecto de Ley de Memoria Histórica, sin duda mucho más jóvenes que yo, no tienen ni siquiera una vaporosa imagen parecida a la mía. Es más, seguramente ni siquiera experimentaron con toda su intensidad el inmenso placer que supuso para muchos de nosotros, que luchábamos en la clandestinidad, el advenimiento de la democracia en España. Cuarenta años de paciente espera. No dábamos crédito a que nos saliera tan redondo. Nadie apostaba un duro porque pudiera pasarse de un régimen autoritario a una democracia plena, sin graves incidentes. Fuimos todos, de todos los colores y sensibilidades, católicos o agnósticos, socialistas, liberales democristianos o mediopensionistas, los que facilitamos una transición fundada sobre el consenso y la reconciliación entre los españoles. Creíamos definitivamente superada la trágica división de la sociedad que nos había llevado al horror de la guerra civil, con su sarta de atrocidades. Y sobre ese espíritu y esas ilusiones fue posible la Constitución de 1978. Pero, para los que ahora quieren una Ley de Memoria Histórica, todo esto ha perdido su sentido político, histórico y moral. Al parecer, quedan desconfianzas y reivindicaciones pendientes. Diríase que lejos de pertenecer a un pueblo que fue capaz de echar un velo, lo menos transparente posible, sobre el pasado y enterrar a las dos Españas que se habían enfrentado, ahora, despreciando irresponsablemente ese patrimonio espiritual, cuya cocción conduró lentamente cuarenta años, pretenden engarzar nuestra democracia con viejas y más que dudosas legitimidades republicanas. Lo más leve que puede decirse de esa gente es que no es más que un hatajo de advenedizos y arribistas que tratan de cobrar viejas facturas del pasado, expedidas ni siquiera más a su favor que al de otros; y olvidan que la verdad histórica enseña que la democracia se instauró en España no porque se legalizaran los partidos políticos, sino porque el pueblo español recuperó el poder político que le había sido arrebatado. Ésa es la única y verdadera legitimidad, consolidada gracias a voluntad del Rey y a la valiente y patriótica determinación de Adolfo Suárez. Lo demás son paparruchas, como dicen en mi pueblo. Así, pues, la memoria histórica es un patrimonio que pertenece en exclusiva a los españoles, que creían haber encontrado el camino de su reconciliación y distensión. Ahora intentan dividirlos y enfrentarlos otra vez. Utilizan para ello, de manera selectiva, lo que llaman "memoria histórica", con el fin de abrir viejas heridas de la guerra civil y avivar sentimientos encontrados que creíamos superados. Todo eso, que está fomentando Zapatero, no sólo es lo más contrario a un verdadero progreso social. Es sobre todo una gran regresión cívica e histórica, y por tanto una alta traición a aquel gran pacto de convivencia de los españoles que fue la Constitución, gracias a la cual España alumbró, sin violencias, un proceso de transición y desarrollo integral sin precedentes en muchos siglos.

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