lunes, enero 22, 2007

Manuel de Prada, La memoria rota

lunes 22 de enero de 2007
La memoria rota

JUAN MANUEL DE PRADA
Por Juan Manuel de Prada
UN viajero que quisiera conocer lo que es la España actual, convertida en almoneda de la sinvergonzonería, podría hacerse una idea bastante exacta visitando la exposición «El Archivo de la Memoria Rota». Cuando se cumple el primer aniversario de aquel despojo famoso del Archivo de la Guerra Civil, consumado con nocturnidad y alevosía, el Ayuntamiento de Salamanca ofrece a la curiosidad ciudadana pruebas irrebatibles de la verdadera naturaleza del desaguisado.
Pocas veces se ha logrado, de forma tan gráfica y elocuente, desenmascarar la desfachatez de unos gobernantes que han hecho de España una finca sobre la que ejercen con desparpajo la arbitrariedad y la rapiña, convencidos de que cualquier derecho puede ser risueñamente pisoteado, si a cambio se obtienen réditos políticos. Si la justicia no actúa antes de que dicha exposición se cierre, podremos afirmar sin rebozo algo que ya sospechábamos desde hace tiempo: en España ha dejado de regir el principio de división de poderes.
En «El Archivo de la Memoria Rota» se exponen treinta y ocho documentos procedentes de las quinientas cajas que fueron trasladadas a Cataluña al amparo de una sedicente «Ley de Restitución» elaborada ad hoc, en flagrante contradicción con las normas de archivística internacional. Son, todos ellos, documentos que en nada atañen a instituciones ni a ciudadanos catalanes; documentos que muestran a las claras la marrullería y precipitación de un expolio que no tenía otro objetivo que satisfacer el capricho de unos demandantes que no anhelaban tanto una restitución para la que les faltaban títulos de derecho como escenificar su fuerza y poner de rodillas el sentido común. Esos treinta y ocho documentos exhibidos en Salamanca demuestran que al frente de España existe un Gobierno de chalanes capaz de acceder a cualquier petición caprichosa, capaz de vender a su propia madre, si se trata de asegurar el culo en la poltrona.
La exposición de Salamanca, como ha asegurado su comisario, Gonzalo Santonja, «se instala en el asombro». El asombro de que semejante atropello pueda consumarse en un país en el que presuntamente rige el imperio de la ley; el asombro de que los funcionarios que han promovido y auspiciado este cambalache indecoroso, empezando por la propia ministra de Cultura, no hayan respondido aún ante los tribunales.
La exposición ofrece, además de este puñado de documentos incontestables, algunos motivos para el regocijo (ya se sabe que algunas veces conviene reír, para no llorar). Los organizadores han querido que, al lado de cada documento, figure una copia del mismo facilitada por el Ministerio de Cultura; copias con las que debería nutrirse ese pomposo Centro de la Memoria Histórica prometido (por supuesto, se trata de una promesa incumplida) por nuestra dilecta fraila a la ciudad de Salamanca, a cambio de que aceptara resignadamente el expolio.
El visitante de la exposición disfrutará comprobando la bajísima calidad de las copias, realizadas chapuceramente en una fotocopiadora con el tóner descangallado, una de esas fotocopiadoras que esperan la jubilación arrumbadas en algún pasillo ministerial. Y, last but not least, el visitante también podrá endulzar su indignación visitando lo que el ingenio popular ya ha bautizado como «habitación de la risa», una sala oscura con pantallas táctiles donde se ven y escuchan los testimonios de diversos prebostes socialistas, antaño dispuestos a defender con su vida (sic) la unidad del Archivo de Salamanca y hoy convertidos en mamporreros indignos del cambalache zapateril.
La «habitación de la risa» tiene un no sé qué de atracción de barraca. Y es que España -o sus migajas- se ha convertido en una barraca del susto y la enormidad, de la carcajada sarcástica y el cinismo desatado; se ha convertido en almoneda de la sinvergonzonería y en patio de Monipodio de la arbitrariedad y el chanchullo. Viajen a Salamanca para comprobarlo.

No hay comentarios: