viernes 26 de enero de 2007
LUIS POUSA
CELTAS SIn FILTRO
Argumenta Martínez
Es de sentido común que cuando existen posiciones encontradas sobre un mismo asunto se hagan todos los intentos posibles por escuchar a las partes. Aunque cabe advertir que siempre habrá quien no esté dispuesto a aceptar un método que permita explicarse a quienes le llevan la contraria, la recomendación es esa: hay que escuchar a todos. Pero eso, obviamente, no presupone que el analista deba limitarse a ejercer de escuchante y captar con la mayor fidelidad posible lo que cada una de las partes ha dicho; también está obligado a ir más allá y verificar el peso de las palabras y la consistencia de los argumentos.
Si en lugar de analista ponemos periodista, se advertirá en la parrafada anterior el rastro de las ideas vertidas por el periodista polaco Ryszard Kapuscinski, recientemente fallecido en Varsovia, en sus múltiples obras -la mayoría de ellas publicadas en Anagrama-, y de manera espléndidamente clara en Los cínicos no sirven para este oficio.
Yo no tuve la fortuna de conocer en persona al maestro, y la primera vez que oí hablar de él fue en Italia. Luego lo redescubrí en España, y me convertí en asiduo lector de sus libros. Cuando en octubre de 2003, Kapuscinski estuvo en Oviedo para recibir el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades, con el que había sido galardonado ese año, tampoco tuve la suerte de ser invitado al encuentro organizado con él por la fundación, pero sí, al menos, el consuelo, y no es poca cosa, de que Caetano Díaz, amigo y compañero, me hiciera el favor de conseguir que el periodista polaco plantase para mí su firma, con dedicatorias incluidas, en tres manoseados ejemplares de otras tantas obras suyas. A saber: El emperador, El imperio y Ébano.
Dedicatorias que he vuelto a leer ahora, entristecido, al recibir la mala noticia. Pero creo que hay otras maneras de recordar a Ryszard Kapuscinski.
Estos días se ha reabierto en Galicia el viejo contencioso con Madrid y Bruselas de la construcción naval. Una actividad en la que históricamente los astilleros gallegos han dado la talla del buen hacer, pues el capital humano es excelente; sin embargo, han sido víctimas propiciatorias tanto de la división internacional del trabajo como de la globalización, en lo que concierne al transporte marítimo y a la renovación de las flotas a nivel mundial en las décadas de los ochenta y los noventa del pasado siglo XX.
Detrás de las aparentemente sesudas decisiones auspiciadas antes por la CE y ahora por la UE, que se ejecutaron en las sucesivas reconversiones del sector naval, siempre hubo mucho cinismo. Y ese cinismo todavía persiste, hasta el extremo de que el presidente de la SEPI se muestra preocupadísimo porque las autoridades comunitarias resten credibilidad a España por proponer que una parte de los terrenos que ocupa el holding público Navantia-Fene, y no utiliza, sean privatizados para que la empresa Barreras pueda instalarse en ellos y construir barcos para usos civiles.
Sorprendente, inquietante y difícilmente compartible que con tales argumentos Martínez Robles pretenda justificar su rechazo a que unas instalaciones ociosas puedan ser recuperadas, por la iniciativa privada, para dedicarlas a algo más provechoso, económica y socialmente, que morirse de risa.
jueves, enero 25, 2007
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