jueves, enero 04, 2007

Juan Orellana, Luces al atardecer

jueves 4 de enero de 2007
NUEVA PELÍCULA DE KAURISMÄKI
Luces al atardecer
Por Juan Orellana
El cineasta finlandés Aki Kaurismäki cierra la fascinante trilogía que empezó con Nubes pasajeras (1996), siguió con Un hombre sin pasado (2002), y ahora concluye con Luces al atardecer. La soledad y fragilidad del hombre occidental contemporáneo son los temas que subyacen a los tres films, sobre un hombre sin-trabajo el primero, sobre un sin-techo el segundo y sobre un sin-amor el tercero. Aunque Un hombre sin pasado es la mejor de las tres, Luces al atardecer no deja de ser fascinante.
La historia está protagonizada por Koistinen, un guardia de seguridad de trabajo nocturno que es rechazado por sus compañeros. Sin amigos y sin novia, un día conoce a una mujer que parece mostrar interés por él. Empiezan a salir y él va enamorándose de ella. Pero no se da cuenta de que ella alberga intenciones muy distintas.
La película es un drama con un apunte de esperanza, pero la puesta en escena de Kaurismaki transparenta siempre una positividad antropológica de fondo. Sus concepciones estéticas son únicas, muy personales y absolutamente reconocibles. En ellas podemos encontrar, como mucho, toques de Bresson (el minimalismo escénico y dramático) o de Dreyer (personajes que nunca se miran a los ojos, gelidez emocional). Nada en Kaurismaki es realista, pero mucho menos fantástico o surrealista. Es como si su cine fotografiara el interior de los personajes y nos mostrara sólo lo esencial. Por eso nada es banal o superfluo en su cine, que es un retrato del alma.
Luces al atardecer nos habla de la necesidad de una compañía humana real, expresada físicamente en un abrazo o más precisamente en una mano que agarra otra mano. Sin ese apretón el hombre se precipita hacia la nada. Pero ese abrazo viene a menudo de quien menos lo esperamos o deseamos, y sin embargo puede ser la única tabla de salvación. Esta soledad que pide ser rota, incluso físicamente, es el mismo tema que toca Iñárritu en Babel, pero desde unos presupuestos cinematográficos en las antípodas de Kaurismaki.
Especial atención merece la banda sonora, que comienza con Volver, de Carlos Gardel y acaba con El día que me quieras, del mismo maestro del tango, y que subraya el caracter nostálgico de la cinta. Dentro del film nos encontramos con un cóctel de canciones heterogéneas –rock, ópera, música popular,...– que sin embargo giran concéntricamente en torno a la citada melancolía.
En definitiva, se trata de una excelente película, muestra antológica del estilo Kaurismaki, y que cierra una de las mejores trilogías europeas de la década, probablemente por encima de la del también nórdico Lars von Trier.

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