jueves, enero 04, 2007

Alfonso Garcia Nuño, 31 de diciembre de 1936

jueves 4 de enero de 2007
UNAMUNO
31 de diciembre de 1936
Por Alfonso García Nuño
Hace setenta años, en el último día de 1936, en plena guerra civil, de la cual tomaba notas bajo el título El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la Revolución y Guerra Civil española, murió en Salamanca Unamuno. En la lápida de su nicho, en el cementerio de la que fuera su ciudad de adopción, figuran algunos versos de uno de sus poemas: "Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, / misterioso hogar, / dormiré allí, pues vengo deshecho / del duro bregar".
La gran trama de su obra suele decirse que era el problema de la inmortalidad, pero modestísimamente considero que más que eso simplemente era el deseo de divinización lo que iba hilando sus pensares, entre los que tuvieron un peso primordial los de Dios y España.
En una de sus obras favoritas, Vida de Don Quijote y Sancho, llega incluso a decir que Dios ha fundado a España sobre la fe en la inmortalidad personal y que ésta es su razón de ser y su misión entre los otros pueblos, hacer de esta verdad del corazón luz para las mentes oscurecidas por la lógica y el raciocinio y consuelo para los corazones. Por ello, en su opinión, la pérdida de la fe en la vida perdurable, al suponer la pérdida de la propia identidad, sería el fin de España. No vamos a entrar a ver si ésta es o no la misión de España en torno a la cual estén constituidos los caracteres todos que configuran su personalidad, pero no está de más preguntarle a Unamuno qué papel tienen las cuestiones religiosas, no digo las cristianas, en una sociedad y, por consiguiente, también en España.
Para Unamuno, es concebible un hombre que no crea en su propia existencia sustancial y que, por tanto, crea en su aniquilamiento final, incluso es concebible que ese hombre llegue a hacer obras de mérito, pero lo que le es inconcebible es un pueblo que no crea en su propia existencia sustancial porque sería, en su opinión, un pueblo de esclavos. Unamuno piensa que puede darse un hombre que no se preocupe de las cuestiones religiosas, de su destino tras la muerte, y llevar una vida sosegada y pacífica, pero esto es gracias a que se aprovecha de la vida moral del pueblo, siempre que éste se plantee estas cuestiones. Es decir, que tales individuos llevan una vida parasitaria, la cual solamente es posible mientras exista la sociedad a la que parasitan; a veces parece que esto ahora se ha elevado a sistema político en España. Pero parásitos y minorías parasitarias también pueden terminar con aquel del que viven.
Para Unamuno, los pueblos que no se plantean los problemas religiosos, que no se preocupan de si hay o no vida eterna –¿están estas cuestiones vivas hoy en España?–, son pueblos sumidos en la rutina o en la indiferencia y son los que más fácilmente se ven agitados por disensiones civiles y por violencias –lo cual nos recuerda los cánceres de los nacionalismos secesionistas y del terrorismo–, al no gastar sus energías en los problemas del destino humano.
En opinión del genial bilbaíno, es dudoso que tenga vitalidad un pueblo en el que haya pocas personas que se inquieten por las cuestiones religiosas, por el problema del destino humano. Es más, los pueblos irreligiosos, aquellos en que a casi nadie le interesan estas cuestiones, son pueblos de embusteros y de gente a la que le importa más parecer ser que ser. En cambio, los pueblos que viven desde las inquietudes profundas son los que más personalidad tienen y son los más originales, pues son los más capaces de enriquecerla en el contacto con los otros pueblos. Y es que, para él, los pueblos profundamente religiosos son los que más en serio se toman la vida.
En ese su último día, recibió la visita de Bartolomé Aragón. En la conversación que traían, en la que los comentarios de Unamuno llevaban no poco de dolor y amargura, el visitante comentó que tal vez Dios hubiera vuelto la espalda a España. A lo que Unamuno replicó, fueron sus últimas palabras, tras las cuales murió: "¡No! ¡Eso no puede ser, Aragón! Dios no puede volverle la espalda a España. España se salvará porque tiene que salvarse". En sus últimas palabras iban unidos Dios y España. Ciertamente Dios no da nunca la espalda a nadie, pero los hombres sí solemos dársela. ¿Y España?

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