sábado, enero 06, 2007

Joseba Arregui, Un valor en crisis

sabado 6 de enero de 2007
Un valor en crisis
JOSEBA ARREGI
En el ya olvidado debate del Tratado constitucional europeo -cuyo futuro está totalmente en el aire a pesar de la presidencia alemana en el primer semestre de 2007- la cuestión de las raíces europeas a citar en el preámbulo ocupó no poco tiempo. Desde ámbitos cristianos y eclesiales se impulsó que el Tratado recogiera la tradición cristiana, mientras que desde círculos no confesionales se primaba la referencia a la Ilustración. Considerando con cierta distancia el debate, éste puede parecer innecesario. Parece difícil imaginarse la historia de Europa y la tradición europea sin referencia alguna al cristianismo. Pero también sería absurdo querer reducir toda la tradición Europa al cristianismo. Ha habido más cosas en esa tradición, y algunas de ellas en contraposición directa al menos a la administración eclesial de dicha tradición. Europa se debe al Renacimiento, a la revolución científica, a la Ilustración. Pero Europa también se debe a la herencia del racionalismo griego y a la tradición del derecho romano.Y si bien no es posible dejar de lado ninguno de estos elementos a la hora de hablar de tradición europea, tampoco es posible considerarlos de forma totalmente aislada, pues muchos han sido los contactos entre los distintos elementos, las fecundaciones cruzadas, las mezclas y los sincretismos como para poder pensar que el racionalismo griego o el derecho romano han llegado sin aportación alguna del cristianismo, y viceversa.Lo importante, sin embargo, no radica en saber separar químicamente cada uno de los elementos que constituyen la tradición europea, sino en analizar si algo común a todos ellos está hoy siendo puesto en cuestión, está en crisis. Y si ese algo común estuviera en crisis, entonces podríamos afirmar que la propia tradición europea en su conjunto atraviesa una crisis profunda en lo mejor de sí misma. Pues ese algo común es lo que termina cristalizando como el eje sobre el que se articula la Ilustración como proyecto cultural de la modernidad.Si algo caracteriza a la Ilustración es su convicción de que existe una verdad universal de la que es capaz el ser humano. Y a esa convicción de verdad universal le acompaña en la Ilustración la convicción de que todos los seres humanos, independientemente de sus circunstancias culturales, sociales y religiosas concretas, son sujetos de unos derechos comunes y universales.La Ilustración, sin embargo, no habría podido llegar a esas convicciones paralelas si no hubiera procedido de toda una compleja tradición europea en la que los elementos necesarios se habían ido configurando con mayor o menor claridad. El racionalismo griego, por ejemplo, en la medida en que era un racionalismo objetivo porque se fundamentaba en la verdad objetiva del cosmos, y era producto de la lectura y de la contemplación que el filósofo, el amante del saber, llevaba a cabo del logos casi divino que reinaba en el Universo, en el cosmos, no supeditaba la verdad y la sabiduría a un lugar, a un tiempo, a un pueblo o a una comunidad determinada. Estaba leyendo la verdad inscrita en el cosmos común a todos los humanos.El derecho romano va desarrollándose como un conjunto de reglas que regulan las relaciones y el intercambio de bienes entre los hombres en un horizonte de justicia que supera poco a poco lo específico a cada comunidad. Si Platón establecía una relación intrínseca entre la verdad y la justicia, los romanos la establecían entre las reglas de relación y de intercambio y la justicia. Pero se trataba de una justicia que iba más allá de lo conveniente a una determinada comunidad. Y con el estoicismo llegarían a percibir la existencia de una naturaleza común a todos los humanos, fundamento de un derecho natural.Junto a esos elementos sin los que la tradición europea no sería lo que es, ni la Ilustración habría podido llegar a formular las convicciones citadas más arriba, en la historia de Europa existe otra fuerza potente que ha modelado algunas de las ideas más fecundas que han tomado cuerpo en ella: la idea de la identidad individual, y al mismo tiempo y por ello, universal de los hombres. La identidad de los humanos es individual. La identidad de los humanos es universal: todos son iguales porque todos son individuos, iguales en el hecho de ser individuos y no estar especificados por características debidas a su pertenencia grupal.Jürgen Habermas -pensador alemán- afirma que el Dios grupal de los hebreos, Jahvé, completa en la figura de Jesús la transformación en un dios universal para quien todos los hombres como hijos suyos son iguales, sin diferencia alguna. Cada ser humano vale en su condición de hijo de Dios, cada ser humano es responsable ante el mismo Dios como individuo. En la universalización del Dios de los hebreos se abre, según Habermas, por primera vez en la historia humana la posibilidad de la identidad realmente individual y al mismo tiempo universal: cada individuo vale por sí mismo, no por su pertenencia a un grupo determinado y, por esa razón, la identidad puede ser universal.A partir de todos estos elementos, entre los que la aportación cristiana en lo que a la idea de identidad individual y universal no es la menor, la Ilustración llega a cristalizar el fundamento de la cultura moderna en la idea de la razón natural, es decir, universal, común a todos los seres humanos, en la idea, como consecuencia, de una verdad universal que se puede manifestar tanto en el conocimiento de la naturaleza en las ciencias naturales como en el conocimiento de la naturaleza humana y de las sociedades humanas en las ciencias morales, y por lo tanto en la idea de unos derechos humanos universales.Y es precisamente este valor estructural de la tradición europea y de la Ilustración el que está profundamente en crisis en la actualidad. Porque lo cierto es que la razón natural y universal de la Ilustración sufre una seria disociación en sí misma. El conjunto de la cultura moderna, en la medida en que está profundamente condicionada por el desarrollo científico y técnico, es una demostración de la validez de la convicción ilustrada: existe una razón común a todos los seres humanos que es capaz de leer el libro de la Naturaleza y extraer de esa lectura las leyes que gobiernan el Universo, conocimiento que le permite actuar sobre ella y dominarla.Por otro lado la historia de los últimos siglos pone de manifiesto que esa razón supuestamente natural y universal fracasa cuando de dotar de leyes razonables, válidas y comúnmente aceptadas a la organización social se trata. Todos los esfuerzos por organizar científicamente las sociedades y el poder político han conducido a totalitarismos repugnantes. E igualmente repugnante es para muchos el que la razón natural se manifieste como válida en la lógica de la economía y de los mercados que es el núcleo de la tan denostada globalización: la globalización se produce tanto en la ciencia como en la tecnología y en la economía, porque cada una de ellas mantiene que se rige por la lógica innegable de sus propias leyes, leyes que obedecen a la universalidad de la razón.La disociada razón natural de la Ilustración produce, pues, la universalidad de la ciencia y de la tecnología, y la universalidad o globalización de la economía y del mercado. Y al mismo tiempo produce la celebración de la particularidad en todo lo demás, la celebración del relativismo, de la tolerancia como indiferencia -todo da igual, nada vale, que cada cual haga lo que le viene en gana, qué importa-, la celebración del comunitarismo, de los nacionalismos, de la elevación de las diferencias por encima de lo común a todos y no pocas veces contra lo común a todos. La tradición cristiana celebra repartida entre la Navidad y la fiesta de la Epifanía, vulgarmente los Reyes, la idea de que el niño Jesús no nace para los hebreos, el Dios encarnado no se revela a los hebreos, sino que en la figura de los Magos venidos de Oriente se revela a todo el mundo. Celebra el ecumenismo, la catolicidad, lo que Pablo le tuvo que enseñar al Pedro empeñado en que los primeros cristianos siguieran con la costumbre de la circuncisión, la marca de la pertenencia grupal: ya no hay judío, ni egipcio, ni macedonio. Todos son iguales.Pero parece que a muchos obispos les cuesta la catolicidad, el ecumenismo, la universalidad que es lo específico cristiano. Como a algunas izquierdas el internacionalismo les empieza a resultar una tradición pesada. Unos y otros andan al descubrimiento del valor de los nacionalismos y de los particularismos, de lo que diferencia por encima del valor común de la ciudadanía. Es difícil que el Tratado constitucional pueda ver la luz en su forma actual, y que pueda entrar en vigor. Pero la referencia que en su preámbulo hace de la herencia de la Ilustración nos debiera llevar a pensar que dicha herencia es poca cosa si el valor de la universalidad cae ante el empuje de la sobrevaloración de la diferencia, de lo particular, de lo comunitario.

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