jueves, enero 25, 2007

Jose Melendez, El sarcasmo del plan B

viernes 26 de enero de 2007
El sarcasmo del plan B
José Meléndez
C UANDO Felipe González, negociador fallido con ETA y experto conocedor del tema, afirmó que el gran error de Zapatero ha sido no tener un plan alternativo, o dos, o tres, por si fracasaba su negociación, Alfredo Rubalcaba, en su condición de apagafuegos, se limitó a afirmar lacónicamente que sí había un plan B e, incluso, un C. Sin más explicaciones. Pero ahora, a la vista de lo ocurrido en estas tres semanas desde que las ilusiones de paz de nuestro presidente del gobierno volaron por los aires llevándose la vida de dos inmigrantes ecuatorianos y 40.000 toneladas de hormigón, ya sabemos que sí existía un plan B. Es un plan con criterio de operadora de teléfonos: “La operación no puede realizarse en estos momentos. Inténtelo mas tarde.” Lo que ocurre es que Zapatero, acuciado por las prisas, las presiones y depresiones y ese íntimo e inasequible orgullo de sentirse en posesión de la verdad y no dar su brazo a torcer, no ha esperado y ha comenzado a ponerlo en práctica desde el mismo momento en que los cuerpos de los dos desgraciados ecuatorianos fueron facturados de urgencia, sin funeral ni honras fúnebres propias, al país de donde salieron en busca de una vida mejor. El plan B consiste, ni más ni menos, que en volver a intentarlo. Y a ello se han aplicado con todo su esfuerzo el equipo gubernamental y el partido que lo sostiene. Ni la tunda de golpes dialécticos que se llevó el día del debate parlamentario por boca del líder de la oposición, ni la aplastante evidencia de que la mayoría de los españoles recela de ese “proceso” porque no se fían ni de él ni de ETA –como comienzan a reflejar las encuestas- ni sus afirmaciones de que el diálogo estaba roto y, ni mucho menos, su apelación engañosa a la unidad y al consenso, le han hecho variar un ápice en su empeño de buscar lo que el llama paz por los sinuosos vericuetos de la negociación, aun a sabiendas de que lo que la otra parte exige en esa negociación es inasumible en un estado democrático. Pero el concepto de estado democrático que tiene Rodríguez Zapatero del país que dirige es muy peculiar. Si tuviera una conciencia clara y honesta de lo que es la democracia, hace ya bastantes días que hubiera dimitido tras reconocer en el Parlamento nacional que se había equivocado en algo tan grave que puede calificarse de asunto de estado. Desde Práxedes Mateo Sagasta en el 1871, que presentó la dimisión por tratar de ocultar al Congreso el destino de dos millones de reales, transferidos del ministerio de Ultramar a los fondos reservados para acallar en la prensa de la época los devaneos amatorios de Amadeo de Saboya, hasta nuestros días ningún jefe de gobierno ha reconocido un error ante el Parlamento y ha seguido en el cargo, dispuesto, además, a continuar con el mismo error y todas sus consecuencias. Y tampoco se ha dado el hecho insólito y antidemocrático de que el único y principal partido de la oposición no pueda llevar a debate en el Congreso sus propuestas sobre la lucha antiterrorista porque han sido vetadas por el partido gobernante y sus aliados. El anuncio hecho por Zapatero en sede parlamentaria de que convocaría la comisión de seguimiento del Pacto Antiterrorista es otra falacia. Su intención es, según dijo, abrir dicho Pacto a todas las fuerzas e instituciones de la nación. O sea los que están en él y los que no están porque no quisieron, los sindicatos, las asociaciones de víctimas, los emigrantes, los ecologistas y las ONG•s. Le faltó añadir a la lista las asociaciones de vecinos, los okupas y la Balompédica Linense, como decana del fútbol español, que también cuenta. Un tumulto para diluir en el caos de la palabrería el contenido del arma más eficaz que ha tenido la lucha antiterrorista en España y una clara intención de reunir gente que respalde su estrategia. El veto a las cinco propuestas del Partido Popular para la lucha antiterrorista, cerrándolas el paso al debate parlamentario es algo que convierte una democracia en un régimen totalitario, porque el Parlamento es precisamente el lugar donde todos los que representan al pueblo tienen voz y voto para debatir los problemas y aportar sus criterios y soluciones. Y si se le niega a un partido que, además, es una seria alternativa de gobierno, que aporte sus ideas sobre un asunto tan grave como el terrorismo, se está negando la misma esencia de la democracia parlamentaria. Eso lo sabe el portavoz socialista Diego López Garrido, catedrático de Derecho Político y se lo calló taimadamente cuando condenó al PP por “su repetida intención de romper el consenso de los partidos con propuestas provocadoras”, y lo sabe el propio Zapatero que se descolgó con una de sus asombrosas frases al afirmar que “a un diálogo no se va con condiciones”. Según esto, llama al diálogo para que todos digan amén a sus criterios-Las insensateces e insultos de Pepiño Blanco sobre el particular no necesitan comentario porque se califican por sí solas. La gravedad del momento que vivimos es evidente, porque ya no se trata solo de que ETA siga matando o no, con ser esto extremadamente penoso, sino de las consecuencias que puede tener esta inquietante situación para el futuro de todos los españoles. El camino elegido por Zapatero para lograr su “paz” disfrutándola cómodamente en el palacio de la Moncloa por un período indefinido, es nuevamente el equivocado al echarse en los brazos del PNV vasco para conseguir sus planes. Tan aficionado como parece ser a la memoria histórica, Zapatero debe saber que el PNV tiene un largo historial de divisiones, escisiones y polémicas internas por las diferentes formas de entender el nacionalismo y de conseguir sus logros. Y de traiciones, porque nunca ha dudado en traicionar a sus socios circunstanciales para conseguir sus propósitos. De esta forma lleva los casi treinta años de democracia española disfrutando del poder, aunque nunca haya ganado una mayoría absoluta en las elecciones autonómicas. En 1.996, votó a José María Aznar en su investidura y dos años más tarde traicionó al Partido Popular y al PSOE, con quien compartía gobierno en el País Vasco para firmar con ETA el Pacto de Estella, temeroso de que la inmensa conmoción que supuso el Espíritu de Ermua, como consecuencia del asesinato de José Antonio Blanco, terminase con sus aspiraciones nacionalistas.. Eso lo hizo Javier Arzallus, al que se tenía por un moderado hasta que tanto él como su partido se quitaron las caretas y mostraron sus verdaderos objetivos: la independencia de Euskadi y la territorialidad. Exactamente los mismos que esgrime ETA, con la única diferencia de que la “territorialidad” para el PNV se detiene en los Pirineos, pero incluye Navarra, por supuesto. Tampoco debe olvidar Zapatero que ETA nació en 1.963 de las filas de EKIN, que agrupaba a las juventudes nacionalistas del PNV. El primer paso de esos objetivos es el reconocimiento de un “conflicto vasco” que tiene su expresión más radical en la “lucha armada de ETA y que no se resolverá mientras no se reconozca la autodeterminación y la territorialidad de Euskadi” como consta en el documento “Reconocimiento del ser para decidir” aprobado por el Parlamento autonómico vasco en enero del 2000 y que es la base del “Plan Ibarreche” que el lendakari presentó en el Parlamento español y que está vigente. El PNV no quiere la desaparición de ETA. Quiere negociar con la banda asesina para así poder recoger las nueces –léase muertos- caídas en los cuarenta años en los que ETA ha estado moviendo el árbol, como indica la tristemente famosa frase de Arzallus Y quiere la vuelta a la legalidad de Batasuna, porque necesita sus votos en el parlamento autonómico y en los municipios y porque es el vehículo para la hipotética entrada en política de ETA, que sueñan Ibarreche, Eguibar y hasta Imaz, al que ahora presentan como un moderado cuando, en realidad, lo que hace es guardar las formas mejor que su lendakari.. En ese pantanal es donde quiere entrar Zapatero, acompañado por el coro parlamentario de adhesiones mendigantes. La unidad parlamentaria y democrática de la que alardea el presidente del gobierno y de la que dice ha aislado al Partido Popular es otra mentira, porque quienes le apoyan en el Parlamento son grupos y grupúsculos sin mas relieve que el de sus votos en los debates a cambio de las migajas del poder que puedan corresponderles para sus intereses locales o partidistas. A ETA le importa un bledo lo que pueda decir o hacer un Labordeta, un representante del Bloque Galego o esa minúscula y expresiva portavoz de Eusko Alkartasuna, e, incluso, CiU o Izquierda Unida. Lo que les importa es el Partido Popular, al que ven como el enemigo que puede acabar con la banda asesina. Exactamente igual que lo ven los nacionalistas radicales, bien sean vascos, catalanes o gallegos. Esos nacionalismos periféricos y arriscados, que lograron una victoria momentánea con la aprobación del estatuto catalán mediante la irresponsable complicidad de Zapatero, están alerta vigilando el desarrollo del “conflicto vasco” para constatar hasta donde llegan ETA, Batasuna y el PNV en sus demandas y cual es el grado de permeabilidad y condescendencia de Zapatero para tirar de su lista de peticiones y obrar en consecuencia. Ese es uno de los grandes peligros, y no el menor, de la nefasta política que realiza el presidente del gobierno, tercamente empeñado en tropezar dos veces en la misma piedra. Y más peligrosa todavía es la forma en que parece esconder sus cesiones para salvar los obstáculos legales con un uso hábil y tramposo de los recovecos que pueda ofrecer la interpretación del ordenamiento constitucional y jurídico. Esa apuntada posibilidad de una comisión vasco-navarra para compartir proyectos y la petición de unos nuevos estatutos para la legalización de Batasuna pueden ser dos buenos botones de muestra. No olvidemos como salió adelante el estatuto catalán y el reconocimiento de nación catalana que figura en él.

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