jueves, enero 25, 2007

Oscar Molina, Calles de fuego

viernes 26 de enero de 2007
Calles de fuego
Óscar Molina
L OS sucesos del pasado fin de semana en Alcorcón han tenido todo tipo de glosadores, casi todos centrados en el falsario argumento del racismo como chispa detonante. Creo que este tipo de explicaciones yerra el tiro de manera espectacular, y se limita a un análisis demasiado superficial del problema. No voy a negar que en España existan brotes de racismo, pero sus manifestaciones violentas son, afortunadamente, testimoniales. Tampoco voy a cargar las tintas con los muchachos que vienen de fuera y se organizan en bandas más o menos violentas, pues opino sinceramente que la inmensa mayoría de los extranjeros que recalan en nuestro país lo hacen en busca de un futuro mejor para ellos y los suyos, y no tengo la menor duda de que estos últimos, los chicos, se ganan la vida honradamente y sin meterse con nadie, en un altísimo porcentaje. La raíz de todo esto creo que es más profunda, pero no por ello menos evidente. Creo que avanzaríamos mucho más si nos preguntásemos a qué sociedad vienen estos jóvenes, o qué clase de sociedad estamos creando para nuestros hijos. La juventud de hoy es mucho más violenta que la de hace dos décadas, creo que de eso no hay duda, y basta echar un vistazo a las páginas de sucesos todos los fines de semana para darse cuenta de que constato un hecho que admite poca discusión. Y a mí, la verdad, me extraña bien poco. Andamos de lleno en una vorágine que incita a la violencia, que muestra la violencia como solución y que propone la violencia como camino. Así de crudo, y así de terrible. Nuestros jóvenes se encuentran inmersos en una Nueva Economía sin ética alguna que tan sólo los ve como fuerza de trabajo barata y consumidores insaciables al mismo tiempo. La pescadilla que se muerde la cola es la insatisfacción más absoluta de quien ha de conformarse con contratos de trabajo completamente deleznables acompañados de sueldos totalmente vejatorios. Situaciones laborales que niegan no ya sólo la estabilidad mínima exigible, sino que impiden la valoración del trabajo bien hecho y dificultan la mismísima ubicación social de sus sufridores. Porque hoy, la formación para trabajar es escasa (cuesta dinero) y no se capacita a nadie para algo tan elemental y proveedor de autoestima como es el cumplir una labor social desde la Excelencia. Esto último no sólo no se busca, sino que está absolutamente proscrito, prima lo barato frente a lo bien hecho, el trabajador que inclina más su cerviz frente al que desea mejorar su capacidad profesional. En esta tesitura, se bombardea a nuestros jóvenes para que consuman sin cesar, adquieran lo último y midan sus personas en función de lo que poseen, y ellos se encuentran imposibilitados para aplacar los deseos de esa engañosa autoafirmación a través de lo material, porque no pueden llegar a ello, se lo impide su situación económica. No hablemos ya de acceder a una vivienda, comenzar una vida propia y madurar como personas fuera de casa plantando cara a la vida. ¿Acaso no genera todo esto frustración, sensación de engaño? ¿No deriva la violencia de todo esto? Las aulas universitarias, si nos fijamos en un estrato formativo supuestamente más elevado, están repletas de alumnos que jamás serán lo que soñaron el primer día que pisaron la Facultad; la misma enseñanza universitaria es hoy algo cuyo nivel dista años luz del ideal. ¿No acaba esto en descontento, insatisfacción? Y mientras, la Nueva Economía proponiendo un mundo de colores como única Arcadia, a la que pocos llegan si no es a través del crédito sobre un dinero que ignoran si tendrán alguna vez, pero cuyo préstamo permite que la fiesta continúe, la de los que tienen la sartén de este mercado sin ética cogida por el mango. Por otra parte ¿Qué valores inculcamos hoy a nuestros hijos? ¿Cómo es posible que dejemos tan culpablemente que otros les señalen cuáles han de ser sus Dioses? ¿Qué atención les prestamos, si la aludida Nueva Economía exige que ambos padres trabajen, se deslomen y ni siquiera conozcan a unos críos a los que esperan que se los eduque el colegio? ¿Por qué no probamos a plantarlos en una maceta? ¿Es que la falta de una familia como tal, su puesta en la picota por los teóricos del nuevo pensamiento de progreso, su relativización, su banalización… no crea a personas educadas en supuestos valores que los propios padres ni siquiera controlan? ¿Cuáles son los iconos de nuestros chicos de hoy? ¿DonNadies que plagan las televisiones tirándose los trastos a la cabeza? ¿Qué saben de sus orígenes, de la Historia del lugar en que nacieron, de los valores que trajeron la civilización en la que viven, de tantos hombres y mujeres extraordinarios que dieron su libertad, su hacienda y hasta su vida para que hoy ellos estén como están? ¿En qué Humanidades (Humanidades) se han educado los jóvenes de la LOGSE? ¿Es que leer a Quevedo, Baroja, Santa Teresa, admirar a Velázquez, saber qué pasó en Nordlingen o en Rocroi, estudiar a Kant… no educa realmente para la ciudadanía? No podemos seguir educando a los hombres del mañana en esta pseudo progresía cancerígena sin esperar que mañana sean bestias. Con corbata o mono, pero bestias. No debemos tener la menor confianza en que el relativismo, el da lo mismo ocho que ochenta y el “¡Viva lo peor!” nos evite un Mundo poblado de gente que, llegada la edad en que el vello púbico anuncia el despegue de la hormona le dé por arreglar sus problemas en un callejón oscuro y palo en mano. No. Porque a esa edad, al ser humano le ocurre lo que canta Serrat: que tiene infinitas ansias de “descerrajar el viento y apedrear al Sol”, y a falta de otras satisfacciones o ética que lo imposibiliten, es fácil ver al viento y al Sol en el prójimo. Y a Dios ¿dónde le hemos dejado? Todo ser humano se plantea tarde o temprano su trascendencia, y podemos aceptar que se enfoque llamando a Dios como queramos, profesando cualquier religión, o modelando a Dios a partir de la Moral y el respeto a los demás, sin necesidad del hecho religioso. Pero de ninguna manera esta locura en la que Dios es el dinero, el poder, la fama…eso crea monstruos. Por último, no andemos eternamente fabricando subterfugios que no tienen otra finalidad que el no hacernos responsables de nuestros actos. Aborto, Píldora del día después, Divorcios “Express”, promociones de curso sin aprobar…inventos que alejan a la gente joven del mundo real. De ése al que tarde o temprano habrán de enfrentarse; ése en el que cada metedura de pata deriva en consecuencias. El mundo real que te embarga la casa si no pagas la hipoteca, el que te manda a la cárcel si atropellas a alguien por haber bebido de más, el que existe, no otro en el que les hacemos vivir como si no fuesen a crecer jamás, ni a morir nunca, a no ser que una jornada de calles de fuego se los lleve por delante. ¿Y todavía nos extrañamos? Racismo, dicen. ¡Qué disparate!

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