viernes, enero 19, 2007

Ignacio San Miguel, Yakarta y otros lugares

viernes 19 de enero de 2007
Yakarta y otros lugares
Ignacio San Miguel
P OR mor del igualitarismo y del multiculturalismo, no está bien visto hablar de civilizaciones superiores e inferiores. Pero si lo que tratamos es expresar la verdad cruda de los hechos, lo que está mal visto o bien visto nos ha de ser indiferente. Y hay realidades en el mundo, de sobras conocidas por todos muchas de ellas, que nos debieran hacer reflexionar. De Yakarta nos llegó la noticia no hace mucho de que los ladrones de tiendas empezaban a tener las cosas difíciles. Los tenderos habían reaccionado ante la ratera amenaza y habían comenzado a recurrir al linchamiento con gran eficacia y éxito de público. De lo que se trata es de agarrar al ratero, rociarlo de gasolina y prenderle fuego en mitad de la calle. Acude mucha gente a presenciar el espectáculo, pues a los indonesios parece que les gustan estas cosas. En consecuencia, los tenderos han iniciado la costumbre de tener varios bidones de gasolina en la trastienda para poder atender estas emergencias. No explicaba la noticia qué hacen de los cadáveres, aunque uno se figura que los tirarán a la basura. Recuerdo que en la televisión pude ver hace un par de años cómo en la misma Indonesia quemaban una rústica casa de madera con todos sus habitantes dentro. La chiquillería gritaba y saltaba alrededor de la casa con gran alborozo. Un mozalbete llevaba colgando de su mano derecha una cabeza cortada. La acercó a la cámara haciendo gestos impúdicos y riéndose. No recuerdo cuál era el pecado de los masacrados, aunque no me extrañaría que fueran cristianos, a los que los indonesios odian con islámico furor. Es el mismo furor homicida que lleva a iraquíes de distintas sectas a asesinarse entre sí. Lo hacen con fruición demencial. Convertidos en bombas vivientes, explotan en lugares públicos haciendo pedazos a sus compatriotas. También matan a norteamericanos, pero sobre todo se matan entre sí. Han llegado a un nivel inferior al de las fieras. Bagdad se ha convertido en un gigantesco matadero. Pero China es otro ejemplo de desprecio de la vida humana. Una simple anécdota repugnante resulta ilustrativa. No hace mucho en una calle de Pekín yacía en la calzada el cadáver de una niña recién nacida. Pasaba el tiempo y nadie lo recogía. Los vehículos iban aplastando aquellos restos ante la indiferencia de los viandantes. Por fin, a uno de ellos se le ocurrió envolver el cadáver en unos papeles y depositarlo en una papelera. Quizás lo hizo por un simple deseo de limpieza. En China la vida de las niñas no vale nada y acostumbran a ahogarlas tan pronto nacen. Es sabido también que de todas las ejecuciones que se realizan en el mundo, cerca del noventa y cinco por ciento corresponden a China. ¿Existe algún alma cándida que piense que estas ejecuciones son consecuencia de juicios justos como los de, por ejemplo, Estados Unidos? Por favor… un poco de seriedad. A esto se añade el tráfico con los órganos de los ejecutados, circunstancia que es ya del dominio público. Muchas brutalidades y tropelías ha cometido Occidente en el transcurso de la Historia. Sin embargo, si nos preguntamos si lo narrado, en vez de ocurrir en Yakarta, Pekín o Bagdad, podría ocurrir en Londres, París, Madrid o Buenos Aires, la respuesta honesta tendría que ser un rotundo no. ¿Por qué? Porque hay diferencias sustanciales. Aquí no caben igualitarismos que valgan. La realidad es que unas ciudades pertenecen a una civilización que venera al individuo, a la persona, y las otras profesan una cultura que desdeña lo individual, lo personal. Occidente y Oriente. Por eso los crímenes de Occidente se realizan “a pesar de” su cultura y civilización, y los de Oriente se ejecutan “ayudados por” las suyas. Occidente está en decadencia. Después de haber sufrido (y seguir sufriendo) en su propio seno los dos movimientos antioccidentales y anticristianos más brutales de la Historia, el nazismo y el marxismo, se enfrenta ahora, casi exangüe, a la marea laicista y pro-islámica. El Occidente cristiano puede morir. Algunos analistas prevén que para fin de siglo Europa estará islamizada. El laicismo fundamentalista ha ido socavando las energías religiosas cristianas, favoreciendo esta penetración musulmana, así como perversiones de costumbres, de las que el aborto legalizado no es un ejemplo menor. Son muy sombrías las perspectivas para la tradicional civilización occidental cristiana. Sin embargo, rasgos importantes de la misma se resisten a desaparecer. El efecto de rechazo instantáneo que provocan los ejemplos bestiales arriba citados así lo demuestran. No levantarían nuestra aversión si perteneciésemos a una civilización similar o equiparable a la de esos lugares. El camino correcto a seguir ha de ser, por tanto, el de de la preservación y robustecimiento de esa sensibilidad civilizada, lo cual exige el rechazo del multiculturalismo, el igualitarismo y el sentido humillante de culpabilidad que afecta a las débiles conciencias occidentales. Hay que saber apreciar lo propio antes de valorar indiscriminadamente lo ajeno, al contrario de lo que muchos hacen en la actualidad. Todo esto requiere un cambio radical en el pensamiento dominante. Hay quien dice que debemos ser precisamente más severos con nuestras culpas que con las ajenas, precisamente por nuestra pretensión de ser civilizados y cristianos. ¡Ah! Esto podría ser justo hace cincuenta o cien años. Pero, en la actualidad, cuando casi todos los medios de comunicación llevan décadas entonando el mea culpa por nuestros crímenes, reales o imaginarios, y hallando excusas para cualquier aberración ajena, ha llegado el momento de reaccionar y poner las cosas en su sitio.

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