sábado, enero 06, 2007

Ignacio San Miguel, Vida que no se renueva

sabado 6 de enero de 2007
Vida que no se renueva
Ignacio San Miguel
S ON muchos los que albergan propósitos de cambios en la rutina de sus vidas para cuando comienza un nuevo año. Cambios que suelen afectar a hábitos perjudiciales que conviene erradicar, más que a formas o sistemas de pensamiento, a esquemas ideológicos que, al parecer, resultan irrenunciables. Para que se produzcan los cambios ideológicos son necesarios choques anímicos intensos, alguna revolución psíquica gestada en el subconsciente, o algo de este calibre. La caída del caballo de Saulo de Tarso es el símbolo. Ante la Luz reveladora, se transforma drásticamente y de perseguidor de los cristianos se convierte en el máximo propagador del cristianismo. Stefan Zweig, en su biografía de Tolstoi, afirma que algunas personas, en el transcurso de la cincuentena, suelen sufrir una misteriosa crisis espiritual, de resultas de la cual su forma de ver la vida y su comportamiento correspondiente se transforman. Pero hay otros cambios no tan repentinos, no tan traumáticos, y que en principio parecerían estar al alcance de toda persona razonable, aunque, en la práctica, no es así. Son los cambios que se dan en personas que, mediante la observación y la reflexión a través del tiempo, van enderezando, o desechando, unas ideas que han llegado a comprender que eran erradas. Una y otra vez van comprobando a dónde llevan determinados presupuestos morales, religiosos, políticos. Llega el momento en que toman la decisión de apartarse de ellos. Es algo de pura lógica, de sentido común. Sin embargo, no es frecuente que esto ocurra. La mayoría parece necesitar alguna revelación estremecedora que le afecte personalmente, para que se decida a cambiar de hábitos mentales. Resulta deprimente comprobar cómo, a pesar de los acontecimientos ocurridos en los últimos treinta o cuarenta años, persisten las actitudes y discursos de antaño. Tanto en el sector religioso como político hay gentes que hablan y piensan como si nada hubiese ocurrido, o como si lo ocurrido no afectase las bases mismas de su pensamiento. El derrumbe del cristianismo en general y de la Iglesia católica en particular en la mayor parte de Europa es un acontecimiento crucial que debería hacer pensar a cualquier persona medianamente reflexiva. Sin embargo, los causantes del desastre, los que constituyen el sector liberal que predomina desde el Concilio Vaticano II, siguen tan satisfechos como siempre con sus teorías disolutivas. Rodeados de las ruinas dogmáticas, morales y litúrgicas que su acción ha provocado, su actitud es la de quienes o bien no se consideran responsables, o bien piensan que esa labor destructora era necesaria. Su discurso no se ha modificado, por tanto, ni en una coma. Otro gran cataclismo, otro enorme fracaso se puso al descubierto con la caída de la Unión Soviética. El sistema no generó sino muerte, miseria y desmoralización. Se consiguió un cierto nivel de industrialización al precio de millones de vidas. Pero la riqueza se concentró en las manos de una minoría criminal, las mismas manos que ahora la detentan en un sistema capitalista mafioso. Es decir, falsamente capitalista, ya que sustituyeron la burguesía por la mafia. Sin duda, consideraban (y consideran) más elevada la moral mafiosa que la moral burguesa. Es ridículo y grotesco, pero es así. No piensen que estas consideraciones puedan hacer mella en las convicciones del sectario marxista o filo-marxista. Las personalidades que más odian son Ronald Reagan y Juan Pablo II, por su importante contribución en la caída del sistema comunista soviético. No piensan en la sangrienta podredumbre interna del sistema marxista para rechazarlo de una vez por todas, sino en los responsables de su caída para odiarlos cordialmente. Y carece de fuerza el alegato de la peculiar idiosincrasia rusa como causante del fracaso, puesto que el fracaso no ha sido sólo de los rusos. El ejemplo de una Alemania que no acaba de asimilar a la antigua República Democrática Alemana, debido a su enorme atraso económico, es paradigmático. Y quien dice Alemania dice cualquier otro país que haya aguantado o aguante un régimen comunista. Habrá que convenir en estas circunstancias tan reveladoras en que sectarismo y estupidez son quizás una sola y misma cosa. Durante años, durante decenios, parlotearon contra le burguesía y la moral burguesa como causantes de todos los males en el planeta Tierra. Entre un burgués y un criminal marxista preferían (y prefieren) al criminal. ¡Qué horrible necedad! Y la necedad aumenta cuando el marxista y el clérigo coinciden en una sola persona. No hay cosa más repelente. Sólo el cura pederasta puede aventajar en este sentido al cura marxista. Porque el fanatismo de éste resulta horrible. Acumula dos enormes fracasos: el fracaso de la Iglesia post-conciliar y el fracaso de la Unión Soviética. Pero no quiere enterarse. Su fanatismo se lo impide. La reflexión, el sentido común, la lógica más pedestre parecen no tener la más mínima influencia en esas mentes. Están tan enamorados de sus ficciones ideológicas que no quieren ni oír hablar de nada que las contradiga. Existe en ellos un tremendo odio de clase y un tremendo odio a la autoridad. Y todo ese odio se concentra en los enemigos históricos: la burguesía, la jerarquía religiosa y, naturalmente, Estados Unidos. Resulta lastimosa esa incapacidad para aventar de la mente esas ideas que han mostrado con toda evidencia que son erróneas. Los resultados hablan por sí solos, y el hombre equilibrado rechaza fría y firmemente aquel pensamiento que comprueba que conduce al desastre. Pero la mayoría no es así. Para la mayoría este fanatismo es habitual y ni siquiera es considerado como tal fanatismo, reservando este término a las actitudes extremas y violentas. No puede haber, pues, renovación de vida. Podrán muchos cambiar ciertos hábitos sanitariamente malsanos, como el comer en exceso, llevar una vida sedentaria, fumar, etc., pero no cambiarán de ideas ni comportamiento. Necesitarían para esto un choque psicológico intenso, algún trauma personal, algo que suponga un fuerte revulsivo. La reflexión, la lógica, el sentido común no son suficientes. O, para ser más exactos, no se aplican a esta materia.

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