sábado, enero 06, 2007

Felix Arbolí, Un viejo año diferente

sabado 6 de enero de 2007
Un año viejo diferente
Félix Arbolí
C OMO exponía en uno de mis artículos, he pasado la última noche del año en la casa rural de un amigo. Esas casonas que se han puesto tan de moda en la actualidad, cuando los “urbanitas” hemos llegado al límite de soportar tanto estrés, tanta circulación y tanta algarabía y deseamos y necesitamos experimentar la relajante experiencia del campo con sus aires, silencios y bucólicos exteriores. En unión de toda la familia y algunos amigos de esos que están presentes en todas las celebraciones familiares, nos decidimos darle un cambio radical a las tradicionales celebraciones de estas fiestas en hoteles y salones de más o menos lujo o en la casa de algún familiar, al que luego dejábamos que iniciara el año con la fregona en la mano y los cinco sentidos en el laberinto de cacharros, vajilla, serpentinas, gorritos y “mata suegras”, que llenaban todos los espacios y hasta los rincones más inverosímiles de la casa. Lo sé por mi mujer y propia experiencia. Con este propósito, el mismo domingo, sin apenas circulación, hay que reconocerlo, pusimos rumbo al pueblo toledano donde iba a tener lugar el encuentro con el resto de familiares y amigos. Teníamos que ir mirando cada detalle, rótulo, señal o curva, porque aunque nos habían explicado el rumbo a seguir, mi hijo conductor del vehículo, no andaba muy seguro en sus recuerdos y no había tenido la feliz idea de planificarlo o escribirlo. Al final, pudimos distinguir con más claridad los detalles que nos ofrecía la carretera y así llegar al pueblo, en cuyo hostal- restaurante, íbamos a dormir. Un edificio muy bonito y señorial llamado “Las Ruedas”, situado en Los Navalmorales, a siete kilómetros escasos de la otra localidad donde se hallaba la “casona” de nuestro amigo en la que íbamos a cenar, cumplir el rito de las doce uvas y armar la “marimorena” mientras el cuerpo aguantara. Por lo visto, las dos casas rurales existentes en su término estaban ya reservadas con varios meses de antelación. Todo resultó espléndido, diferente y sorpresivo para mí, incluso la caída que sufrí al bajar las escaleras que conducen al sótano de la casa, convertido en magnífica y amplia discoteca, para uso exclusivamente familiar. Una caída de esas clasificadas como “tontas”, que al principio no le das ninguna importancia, pero cuando pasa cierto tiempo y se enfría el suceso, nota los efectos dañinos de la misma, afortunadamente sin consecuencias graves, ni secuelas. El cochinillo, hecho según los cánones gastronómicos establecidos, resulta exquisito. No es un manjar que me haya llamado mucho la atención, pero esa noche, preparado de esa especial manera, sin la menor grasa, con un buen rioja, entraba muy bien y sabía mucho mejor. La cena, como mandan los cánones para eventos tan especiales, acompañada de excesivos complementos, entradas y salidas, como es lo habitual en tales casos. Luego, al sonido de las doce campanadas desde la Puerta del Sol, acompañados por el de la capa madrileña, aunque tanto él como su guapa compañera sean vascos, el ritual de las uvas, engullidas sin pausa, y la consiguiente copa de cava. Todo perfecto. Terminados los brindis, abrazos y demás, a la discoteca a “menear” el “body”, mientras las fuerzas y el equilibrio lo permitían. Yo, aunque se me iban los ojos tras esos cuerpos cimbreantes y alegres de ninfas etiquetadas, me tuve que resignar a permanecer como simple espectador en una silla. Los años no pasan en balde. Un poco fuera de lugar y ajeno al ambiente de euforia y contoneo, no tuve otra alternativa que subirme al salón, donde al calor gratificante de una chimenea que crepitaba feliz de sentirse utilizada, me eché sobre un blando butacón y me “tragué” todos los programas que echaban en las cadenas nacionales, ya que hasta allí no llegan las de pago. ¡Vaya tostón de programas los de este año!. ¡Hay que tener caradura y poca vergüenza para emitir una programación en una noche tan especial con refritos y grabaciones desde largo tiempo realizadas!. No se salvaron ni los de Cruz y Raya, que han caído en el error de creer que todo lo que hacen, aunque sean auténticos pestiños, al público le tiene que gustar. Había cantantes que gozaron esa noche del don de la ubicuidad, ya que estaban el mismo día y a la misma hora, se supone, en cuatro cadenas diferentes, como el omnipresente Bisbal. Milagros de la técnica y descarada tomadura de pelo al anunciante y al espectador. ¿Existe alguna cadena o programa donde no aparezca a diario?. ¿Y dónde me dejan los mensajes televisivos solicitando una llamada para ganar importantes cantidades de dinero, que se han puesto tan de moda en todos los programas y cadenas?. Hagan la prueba y marquen el número, verán como les entretiene una grabación indicándole que vuelva a realizar la llamada más tarde, ya que la línea está colapsada o cualquiera otra excusa y luego, si vuelven a insistir, ídem de lo mismo. Un día llamé con la idea de comprobar la veracidad de lo que me habían contado y advertí que tenían razón. A la cuarta vez, tras oír siempre el mismo soniquete, comprendí que se estaban mofando de mi e intentando sacarme los cuartos y ya no volví a marcar. Pero se ha impuesto en todos los programas. Debe ser una considerable fuente de ingresos para la emisora o cadena en cuestión, porque si no, no insistirían con sus estrellas y presentadores en estas llamadas a dinero perdido. Me gustaría que alguna vez saliera en esos programas tan dadivosos y facilones, el acto de entrega de la cantidad que dicen ha ganado fulanito o menganita, pero con cámara y todo tipo de garantías, para que el público se diera perfecta cuenta de que lo que dicen “va a misa” y no les causa risa. Al no tener cobertura los móviles, todos nos vimos liberados de hacer y recibir llamadas. Lo peor vino después al regreso, cuando llegó la onda y mi nuera se pasó gran parte del viaje oyendo los mensajes que le habían dejado. ¡Hay que ver la cantidad de bobadas que se envían, chistes de nula gracia y frases indescifrables!. ¡Cientos de millones de mensajes felicitando a unos y a otros!. La mayor parte repitiendo el mismo texto a los distintos destinatarios y que han hecho desaparecer el bonito y entrañable “Crisma” que en estas fechas adornaban nuestras estanterías y sitios visibles de la casa, logrando un mejor ambiente navideño y festivo. Yo uso el teléfono y los correos electrónicos. Mi móvil, regalo de mi hijo, aún está esperando que marque la primera llamada. Con el de mi mujer nos aviamos los dos y es ella la que se encarga de marcar, hablar y recibir. Esto de las Casas Rurales se ha generalizado y dentro de poco, los “listillos” de turno explotarán este filón de imprevisibles perspectivas. Antes tener una casa o caserón en un pueblo olvidado, donde si oían el claxon de un coche se escondían asustados chicos y perros, era como el que tiene un tío en Granada, antes de que los moros intenten quitárnosla, por lo del rollo de Al Andalus. Ahora se ha convertido en una auténtica canonjía que todos envidian y ya pocos poseen. El turismo, los del “pelotazo” y las urbanizaciones que surgen en los campos como las amapolas, han hecho desaparecer esas casas, pequeñas y ordenadas, donde en sus limitadas medidas tenían cabida todas las dependencias y espacios necesarios para la vida habitual del campesino. Incluso, se han transformado, como la de mi amigo, en mansión señorial y hasta de lujo, donde el más mínimo detalle ha sido tenido en cuenta y que ya quisieran tener en sus apabullantes complejos muchos de los inquilinos de la Moraleja. Cuarto de baño alicatado de auténtica y fina porcelana de Talavera de la Reina, suelos de mármol, escaleras de fina y tallada madera, etc, etc. Cualquier detalle era una auténtica pieza de valor, digna de figurar en un museo. Tito, su propietario, amigo desde los tiempos de la Tuna de mi yerno, ha demostrado ser un experto en reunir detalles y suplementos que han dado a la vivienda auténtica categoría. Ambos amantes de estas particularidades, tuvimos ocasión de examinar y conversar largo y tendido sobre cada pieza que exponía a mi consideración. El pueblo era muy bonito, tranquilo y nada apabullante, donde contemplar esas casas tan cuidadas, limpias y pintadas, de escasa altura e idílico entorno, me hizo retroceder a los lejanos años de mi infancia y primera juventud en mi Chiclana natal. ¡Qué lástima que en nombre de una mala entendida civilización, desaparezcan estos oasis en la agreste naturaleza, donde el hombre se siente más libre y relajado y los problemas y la política no ocupan las tertulias de bares y casinos!. Al bar o a la taberna solo se va a echar la partida, poner a caldo y mirar con ojos de cordero degollado a la moza un tanto casquivana y con sus atributos bien colocados y definidos o criticar bajo los efectos de la envidia al ricachón de la localidad que normalmente no reside en su término, a excepción de cortos paréntesis. Pero temas y actitudes que no llegan a perturbar el ánimo de ninguno de los reunidos, porque se trata solo de combatir la bendita monotonía del ambiente y ponerle algo de “pimienta” a la reunión. Esta noche tan especial, fue la primera que recuerde que pasé en el campo. Al menos en una localidad campestre. Esto quizás se convirtiera en uno de mis mayores alicientes, ya que mis años de vida madrileña no me han hecho olvidar mis orígenes chiclaneros donde el campo estaba presente apenas recorriera uno cien metros de asfalto. Hablo de mi Chiclana natal, no de la actual zona residencial en la que el campo se ha convertido en la excepción. El bar restaurante del hostal donde teníamos habitaciones reservadas, era el elegido por los vecinos de la localidad para celebrar la cena de fin de año. Un local, amplio, decorado y con cierto toque de distinción, que ya quisieran tenerlo importantes zonas de Madrid, donde la amabilidad de su personal, rivalizaba con la baratura de sus precios, en una noche que se considera especial y algo más abusiva. Un salón amplio y bien ambientado, donde se iban acomodando los que llegaban, todos ellos luciendo sus mejores galas. Por ejemplo, un bocadillo de exquisito jamón, 1,50 euros, el café con leche o bebida sin alcohol, no llegaba a nuestra actual moneda, etc. Las habitaciones, propias de un hotel de tres estrellas de Madrid, como mínimo. Calefacción regulable en todas las habitaciones; duchas, cuartos de baños individuales, televisión con mando a distancia y una cama que daba la impresión que estrenaba uno. Todo perfecto, limpio y confortable al máximo. Nada que envidiar a otros hospedajes que he tenido que utilizar a lo largo de mi vida profesional y mi siempre latente ánimo viajero. Acabadas las fiestas, regresada la “jauría humana” en la que este año me incluyo, Madrid ha vuelto a recordarnos que los días pasados han quedado convertidos en un recuerdo agradable y nada probable de repetir. Serán otras experiencias, mejores o peores, pero no la misma. El martillo eléctrico me está taladrando el tímpano desde primeras horas de la mañana, de una forma contínua, cansina, insoportable. Gallardón ha vuelto a sus obras y ansias faraónicas de pasar a la Historia como el Tutankamón de la época moderna, aunque a los pacientes vecinos nos esté dando de continuo por donde amargan los pepinos. Todo su empeño es que cuando lleguen las elecciones todo está finalizado e inaugurado, aunque como suele ocurrir en muchos casos los pequeños defectos y posibles errores no estén solventados del todo, solo camuflados. No se qué irán a introducir ahora en las entrañas de nuestras aceras, pero no ha cumplido su promesa, cuando llegó a la novena o décima vez de levantar todo el suelo para meter cables o sacar “petróleo” y nos afirmó que a partir de entonces no se volverían a realizar obras y excavaciones en ese sitio hasta pasados los nueve años, creo, pero es la cuarta vez que me estresan con el insufrible ruido de ese “martillito”ante mi casa, que parece un barrio del desolado Bagdad y aún no ha terminado su mandato de cuatro años. Los políticos y sus falsas promesas cuando solo buscan el voto. En fin que ya terminó lo bueno y ahora nos enfrentamos al reto de un nuevo año en el calendario, que no cambiará nada en nuestras vidas, porque el simple pase de una fecha y hasta de un mes nada influye en el discurrir de nuestra existencia, somos nosotros y nadie más, a excepción del que está arriba, los que pueden producir cambios profundos en nuestra manera de ser, pensar y padecer o gozar.

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