jueves, enero 25, 2007

Ignacio San Miguel, Caminando a ciegas en la falsedad

viernes 26 de enero de 2007
Caminando a ciegas en la falsedad
Ignacio San Miguel
P AUL JONSON, en su obra “Tiempos modernos” (“A history of the modern world”), publicada en 1983, certificaba ya la falta de vigencia del psicoanálisis. El desarrollo de la ciencia ha invalidado la teoría de Freud. Las anomalías psíquicas que este científico achacaba a represiones, preferentemente sexuales, son explicadas en la actualidad de manera más acertada a la luz de los descubrimientos de las leyes de la herencia, del descubrimiento de los cromosomas, del mecanismo de las hormonas, etc. La gigantesca influencia que tuvo durante muchas décadas el psicoanálisis se ha desvanecido. ¿Hay algún neurólogo o psiquíatra hoy en día que se autotitule psicoanalista? Pasó la moda de los complejos en el hablar popular de la gente. ¿Qué se hizo del famoso complejo de Edipo, al que tanto se mencionaba, muchas veces sin saber qué era un complejo y quién fue Edipo? ¿Y las películas y las novelas que habían encontrado un verdadero filón en el lenguaje de los sueños, en los traumas infantiles, etc.? Ya no se ruedan, ya no se escriben. Pero esto tiene más alcance que una moda cualquiera que acaba. Porque si consideramos también el fracaso de otra teoría, también presentada como científica, el marxismo, nos encontramos con un panorama del siglo XX donde lo trágico y lo grotesco se entrelazan de forma inextricable. Porque esas dos teorías atacaron, socavaron y destruyeron los fundamentos de la moral tradicional como nunca ninguna otra lo ha hecho. Y resulta que las dos teorías son falsas. Científicamente falsas. El freudismo atacó la moral burguesa acusándola de todos los males psicológicos de la sociedad. La culpa de todas las anomalías psíquicas la tenía la represión moral que se ejercía sobre los instintos. Por tanto, esta moral perniciosa debía ser derribada. Todos conocemos el éxito que ha tenido esta teoría que se extendió como incendio en la pradera por todo el mundo occidental. La moral cristiana, basada en el dominio de los instintos y en su encauzamiento, fue ridiculizada y aventada casi en su totalidad, recibiendo el último empujón en los años sesenta. Pues bien, esta teoría freudiana no tiene base científica real. Es falsa. Desde otro ángulo, el marxismo atacó la moral burguesa con furibunda saña. La burguesía era la clase opresora del proletariado, al que engañaba suministrándole una religión y una moral, el famoso “opio del pueblo”, que lo emasculaba. Así se pontificaba, encontrando oídos ávidos no sólo entre los proletarios, sino entre los intelectuales burgueses, entre la progresía filomarxista. Tuvo tanto éxito esta teoría que, hoy mismo, la palabra “burgués” equivale a un insulto. Pues bien, esta teoría ha resultado también falsa. Se ha demostrado así empíricamente. En cualquier país donde se ha implantado un régimen marxista, éste ha dejado un rastro espantoso de miseria, corrupción y criminalidad; Unión Soviética, países satélites, Camboya, Cuba, etc. Si una teoría tiene resultados desastrosos, está claro que es falsa. No hay que darle vueltas. La conclusión irónica de lo dicho es que dos teorías presentadas como científicas han resultado científicamente erróneas, falsas. En consecuencia, habrá que revisar sus presupuestos. Ni la burguesía es mala como clase, ni la religión cristiana es opio para nadie que sea normal, ni la moral cristiana provoca ningún mal psíquico. Todas las monsergas, aún vigentes, acerca de los males que la contención de los instintos pueden provocar en el ser humano son eso, monsergas. Lo cierto es que la libertad sexual nos ha traído el sida y un aumento enorme de las otras enfermedades venéreas, cuya extensión sigue aumentando de forma galopante. Y el genocidio del aborto está relacionado con todo esto. Grandes cabezas pensantes, por ejemplo los componentes del Círculo de Bloomsbury y, más adelante, la Escuela de Frankfurt cooperaron con sesudos (y no es ironía) trabajos a que los presupuestos religiosos, morales y políticos que estaban vigentes en el siglo XIX, se derrumbasen en el siglo siguiente. Pero este siglo XX, mirado con perspectiva ha sido horroroso, y no sólo por los males ya citados. Nunca hubo mayor desprecio por la vida humana. Es el siglo de los genocidios, promovidos por auténticos monstruos antioccidentales. Stalin odiaba a Occidente, y a Hitler le ocurría lo mismo (su ídolo era Gengis Khan, aborrecía la civilización cristiana). Como dice Paul Jonson, el efecto corruptor de estas tiranías llegó al mismo Occidente cristiano durante la guerra, donde se recurrió a bombardear a la población civil del enemigo, algo inimaginable pocos años antes. Resulta sarcástico que se convirtiera en un lugar común hablar del siglo XIX como “siglo hipócrita”. ¡Bendita hipocresía la de un siglo muy superior en humanidad, nobleza y elevación de ideales y comportamiento moral que el siglo que le siguió! Fue un siglo incomparablemente superior, tanto en el aspecto ético como en el estético. Por supuesto, el siglo XX avanzó en ciencia y tecnología, pero estas disciplinas se desarrollan de forma mecánica. Un invento conduce a otro, y éste al siguiente, etc. El desarrollo científico seguirá adelante automáticamente. Pero el avance moral es otra cosa. Visto con perspectiva, el siglo XX ha supuesto un gran retroceso moral en la Humanidad. Fue, como indico en el título, un caminar a oscuras en medio de teorías falsas. Al hombre del siglo XXI le corresponde, en vista de las nefastas consecuencias, desandar lo andado e ir recuperando poco a poco el código de valores de la civilización occidental cristiana, la que produjo el tipo de hombre más alejado de la irracionalidad de las bestias. La civilización superior.

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