jueves, enero 25, 2007

Felix Arbolí, ¿Se ha encendido el polvorin?

viernes 26 de enero de 2007
¿Se ha encendido el polvorín?
Félix Arbolí
L O venía presagiando desde hace meses y algunos, seguro, pensarían que era un tanto agorero. Desgraciadamente, la prensa de estos días me está dando la razón. El racismo se está extendiendo en España con la misma rapidez e imposibilidad de detenerse que cuando se vierte una botella de aceite sobre cualquier superficie plana. Es lógica, aunque parezca dura y censurable esta reacción, ante las continuas e intolerables provocaciones de los que deberían comportarse correctamente y estar agradecidos al país y los naturales del mismo que les han acogido, ayudado y atendido humanitariamente. Recuerdo que cuando los españoles tuvieron que emigrar por cuestiones bélicas, políticas y económicas, salvo muy contadísimas ocasiones en la que los infractores fueron puestos de inmediato en la frontera, se adaptaron a las costumbres, ritmo de trabajo y manera de vivir del país que les había abierto sus puertas generosamente. Mi hermano, con su carrera de maestro, a través del entonces Instituto Nacional de Emigración, a cuyo frente se hallaba Carlos María Rodríguez de Valcárcel, que fue un buen gobernador civil de Cádiz y hermano del último presidente de las Cortes franquistas, al que llegué a conocer y tratar personalmente, estuvo en Lieja (Bélgica), trabajando como minero. El, que sólo había cogido un puntero para señalar en la pizarra, cumplió como uno más, sin la menor queja, junto a todos los demás que compartían trabajo y barracón. Luego, se trasladó a Colonia (Alemania) y allí trabajó hasta su regreso a España en las oficinas de Correos, siendo el único español de su sección. Ya vivía en un pequeño apartamento, aunque adaptándose con la puntualidad y eficacia germana al horario de su trabajo, el aprovechamiento de sus ratos libres y el olvidarse del “tapeo “ y el cachondeo propio de todo español. Tenían una casa regional donde sábados y domingos se reunían los españoles y allí comentaban y añoraban cosas y detalles de la patria que habían tenido que dejar buscando un medio de vida más digno y conveniente. Pero no dieron jamás una nota discordante. ¡Buenos son los alemanes para tolerar cachorreñas de nadie! ¡Y hacen muy requetebién, que c….!. En Méjico, los exiliados de la República, correspondieron con creces a la nación que les acogía y ofrecieron su cultura, saber, experiencia y espíritu de trabajo y sacrificio, de forma que llegaron a escalar la elite de la intelectualidad, la medicina, la ingeniería y otras muchas profesiones, no universitarias, pero de suma importancia y necesidad al desarrollo y progreso de la nación anfitriona. Dejaron el pabellón muy alto. Justo es reconocerlo y así lo hicieron los propios mejicanos con los homenajes y alabanzas que les dedicaron. Ningún español se sintió extraño en esa tierra hermana, donde tampoco dieron la nota discordante chocando con el espíritu y las pautas de conducta de ese enorme y rico país. España siempre ha estado presente hasta en los más insospechados rincones del mundo a través de sus naturales, por trabajo, obligación o necesidad de buscar un presente y futuro mejor y en ninguna parte se han sentido desplazados, señalados de mala forma o merecedores de críticas. Puede haber alguna excepción que, en este caso mejor que nunca, confirma la regla. Nunca hemos sido racistas. El mestizaje centro y suramericano, así como filipino, así lo confirma. Jamás hemos juzgado o tratado al hombre por su color u origen, salvo los ominosos periodos de la esclavitud que practicaron los países europeos hasta hace tres siglos escasos con los africanos, pero nunca con el indígena americano. Incluso en las Ordenanzas para el Nuevo Mundo dadas por Isabel la Católica, se hacía expresa mención de que no se utilizara al indio y al natural de esos territorios para trabajos duros y forzados y que se les instruyera en la Fe y se les inculcaran normas y oficios, así como se les diera cultura y beneficiaran con las ventajas de la civilización. Claro que, como en todas partes hay “cabritos” (utilicen el aumentativo), hubo virreyes, gobernadores y conquistadores que hicieron caso omiso de estas leyes y trataron a los “indios” a su caprichoso servicio. Cuando a las parejas y matrimonios de la generación posterior a la mía, les dio por no tener hijos, unas por no estropear la figura de la dama, otros por tener que trabajar ambos y otras por no privarse de la libertad que gozaban al tener que atender al vástago que engendraran, el índice de natalidad se convirtió en una especie de entelequia. No estaba bien vista la tripa hinchada de la dama y menos el paseo con el cochecito y el dulce “cabezón” asomado a su lateral, a la hora en la que acostumbraban a tomar el aperitivo y criticar el color de labios o modelito que lucía fulanita, sin tener que soportar ninguna clase de servidumbre, aunque esa “servidumbre”, sea la mayor bendición que Dios ha podido conceder a la mujer para hacerla sublime e irrepetible. La población se hizo vieja y no había una generación de repuesto. Franco, “el odiado dictador”, en eso tuvo una certera visión y organizó lo de los premios de natalidad que hizo crecer los nacimientos en España y duplicar en pocos años su mermada población tras nuestra guerra. El despiste de los posteriores gobiernos, su inexperiencia de preparar el futuro y el dedicarse a otras aventuras menos interesantes, hizo que tuviéramos que apelar con toda urgencia a la inmigración para solucionar el problema de la supervivencia de España en un mañana no muy lejano. Una solución penosa, pero necesaria. Ahora bien, necesitar nueva savia, una juventud que mantenga la supervivencia de España de cara al futuro, no tiene nada que ver con el hecho de abrir las puertas de par en par y dejar que entren todos los desalmados, pendencieros y degenerados que les sobran a los países que nos los mandan con el enorme alivio de librarse de la morralla. Así que cuando intentamos repatriarlos no los admiten, ni aún ofreciéndole dinero, porque su marcha supuso un enorme alivio al país del que se ausentó. Algo por el estilo de lo que hizo Fidel Castro cuando permitió la salida de cubanos hacia los Estados Unidos. Las cárceles, la prostitución y el gangsterismo desaparecieron momentáneamente de la Habana y en un acto de “sensible humanidad” les concedió la oportunidad de que continuaran su incordio en el paraíso americano. La mayoría de los que nos entran por arriba, por el este y por el sur, vienen con el propósito de buscar pepitas de oro, mientras descansan plácidamente en los bancos de las plazas públicas o “chorándole” la cartera o el bolso al primer “pringado” que se cruce en su camino, usando la jerga propicia. No quiere decir que todos sean unos truhanes y no merezcan nuestra consideración, ayuda y respeto. Los hay y en muy buena proporción, que han venido a pasarlas canutas para poder aliviar las necesidades de los familiares lejanos y a labrarse un futuro digno, estable y capaz de brindarle la oportunidad de sentirse un ser humano con todos los derechos y prerrogativas anexas a su condición. Conozco a muchos que da gusto tratar con ellos y cualquier cosa que he necesitado o ayuda que le requerido para algún trabajo determinado me ha sido concedida con presteza, ofreciéndome una sonrisa donde la amabilidad y el deseo de complacer eran ostensibles. En honor a la verdad, he quedado muy satisfecho con lo realizado y aunque algunos no querían aceptar remuneración alguna por vecindad, les he abonado su tiempo y eficacia. He de aclarar que en casa, hay tres pisos a los que yo llamo “pateras”, debido al excesivo número de ocupantes en cada uno. El sistema es fácil, lo alquila una pareja, paga alquileres subidos, dan los meses de fianzas que les exigen y luego ellos, aceptan y cobran por cama y hasta silla o colchón sobre el suelo a los huéspedes paisanos que van llegando y traen las señas anotadas. Una vez establecidos, dejan su hueco libre a otros recién llegados y por ello el trasiego de maletas, bultos y caras morenas de allende el Atlántico, en especial colombianos y dominicanos, es constante. No son mala gente, esa es la verdad. Por ahora. No obstante, los hay con muy aviesas intenciones y nada pacífica convivencia, lo que ha originado y continua originando una espiral de racismo y violencia por parte de los naturales que han de soportar sus fanfarronadas y pendencias una y otra vez, hasta que la paciencia se agota y la chispa prende la mecha del polvorín. Porque todo tiene un límite y en muchas localidades españolas, incluso Madrid y pueblos de la provincia se está llegando a cotas de auténtico peligro para todo aquel que no presente la apariencia de ser español, aunque el pobre sea más bueno, pacífico y laborioso que San Isidro Labrador. Alcorcón se ha convertido en una referencia y toque de advertencia bastante peligrosa y digna de tenerse en cuenta, porque van a conseguir que se ponga de moda y como afición generalizada la caza del inmigrante como si se tratara de la del zorro en Inglaterra. Algo que ya ocurrió con los moros en el Ejido. Ha ocurrido en una localidad canaria y está sucediendo en muy distintos y cada día más numerosos lugares de nuestra geografía. Culpables, los pandilleros sudacas que creen que pueden implantar impunemente su dominio de “ñecas”, “latin” y otras zarandajas propias de países marginados y subdesarrollados, pero que los españoles no estamos dispuestos a tolerar. Hasta cobran porque utilicen nuestros hijos los parques, plazas y jardines públicos, cuando deberían ser ellos los que tuvieran limitado y hasta prohibido el acceso a lugares de propios de personas civilizadas. Culpa y muchísima, sin paliativos, de un gobierno y unos políticos ávidos de votos que por tal de sumar papeletas con las listas de su partido son capaces hasta de censar a cuantas gallinas, cerdos y otras bestias crucen nuestras fronteras. Se ha desmadrado el asunto y las autoridades no hacen nada por impedirlo. Los dejan cruzar las fronteras en los autobuses, no les exigen el oportuno papeleo y requisito económico indispensable para la entrada por Barajas, que viéndoles las pintas es suficiente para obligarles a dar la vuelta y regresar a sus países y cuando los encuentran en alta mar, a bordo de pateras y embarcaciones diversas en lugar de acompañarles en su camino de regreso, sin dejarles avanzar más por nuestras aguas, los reciben, los mantienen, los miman y los reparten por la Península como si fuera pedreas del gordo de la Navidad, pero a la inversa. Y España mientras tanto perdiendo sus señas de identidad y acumulando una superpoblación que no va a tener nada que envidiar a los naturales de esos países perdidos del Africa subsahariana o selvas del Amazonas. Algunos solo necesitan el sombrerito y la llama. ¡Vaya españolada que estamos formando para el futuro y el de nuestros nietos!. Pienso, y me dan escalofríos, que si los futuros españoles van a ser estos individuos con los que nos cruzamos en la calle y meten miedo al mismo diablo, es mejor quedarnos con cinco millones de ciudadanos buenos, honrados, educados y trabajadores oriundos de España, que con cincuenta millones de seres indefinidos y de dudosa y pendenciera manera de vivir. Unos tapados hasta las cejas, queriendo por todos los medios introducirnos a Alá (el justo y misericordioso para el musulmán) y hacernos súbditos de sus sátrapas coronados o guerreros o de sus fanáticos e intransigentes que ofrecen a su Dios la vida del prójimo inocente como testimonio de su fe. Los mismos que escriben en su cada vez más numerosas mezquitas la amenaza de “nosotros llegamos en pateras, a ustedes los cristianos los echaremos a nado”. ¡Bonita forma de agradecer nuestra acogida! Y refregándonos el dichoso velito para provocarnos, ya que saben es una costumbre que no nos gusta ni es bien recibida aquí. ¿Por qué no hacen lo mismo que cuando nosotros visitamos sus países y nuestras mujeres tienen que vestir y comportarse según las costumbres imperantes en ese lugar?. En los países musulmanes están prohibidísimas las predicaciones, ostentaciones y cultos públicos de nuestra religión y hasta el que nuestros templos den señales de vida y actividad fuera de sus ocultas paredes. ¿Por qué ellos hacen y deshacen lo que les viene en ganas respecto a su proselitismo religioso, edifican mezquitas suntuosas y hacen pública demostración de su fe y hasta quieren construir una mezquita que sea la segunda más grande del mundo islámico para que España se convierta en lugar de peregrinación. Y nuestras autoridades como siempre en la inopia, dándoles todo lo que “exigen”, sin tener en cuenta que su religión es tan extraña a nuestras costumbres y manera de vivir como el judaísmo, el budismo, el animismo y tantas creencias y ritos que existen en el mundo. Para colmo, la llegada masiva en pateras de paquistaníes, un país en cuyas fronteras tienen su jefatura y bases los terroristas árabes y donde se entrenan para salir preparados y dispuestos los “mártires” de Alá, llamados así por los que se quedan tranquilamente en sus casas y mezquitas, sin arriesgar sus vidas, mientras los “convencidos “se lanzan al suicidio matando al prójimo, aún dentro de sus propios templos y a hermanos de su misma religión. ¿Estos son los nuevos españoles que nos están ofreciendo con excesiva abundancia y descontrol nuestras dignísimas autoridades?. ¿Por qué no los admiten de huésped una semana en su casa y luego reaccionan?. No es asunto baladí, ni merece echarse en saco roto. Nuestra supervivencia como nación independiente, nuestras señas de identidad, nuestra idiosincrasia y valores éticos, morales, culturales y religiosos están tan en peligro de extinción como nuestra querida tortuga boba o nuestro agil lince y deben extremarse los cuidados y el debido control para que los indeseables e inconformistas, los enemigos de nuestra fe y nuestra civilización, los depredadores de nuestro bagaje cultural se salgan con la suya y nos convirtamos en una nación de las llamadas bananeras o una colonia del África más subdesarrollada.

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