domingo, enero 07, 2007

Iñaki Ezkerra, Pedro

lunes 8 de enero de 2007
Pedro
IÑAKI EZKERRA i.ezkerra@diario-elcorreo.com

Una de las cosas que me gustaban de él y la primera que me ha venido estos días a la cabeza al saber de su muerte es el cenicero de su consulta en la Gran Vía de Bilbao, que siempre estaba repleto de colillas. Fue ese detalle el que en su día me conquistó y por lo que decidí sin dudarlo que sería mi médico de cabecera. Era el único médico del mundo que fumaba mientras atendía a sus pacientes y que te invitaba además a un cigarrillo mientras le explicabas los detalles de un problema digestivo o una gripe mal curada. Las visitas por una dolencia se convertían así en una charla amena de amigos, en algo que apetecía. Acababas teniendo la sensación de que ibas más para verle a él que para que él te viera. Y el motivo de la visita se diluía en la conversación en la que no perdía ocasión para informarse bien y para informarte de lo que te pasaba. Después de aquellos minutos en aquel cuartito lleno de humo que era su despacho la enfermedad, la afección, la molestia, el miedo habían perdido su consistencia sombría y totalizadora. Uno salía de allí como curado y la sonrisa aún le duraba en la calle. Así era Pedro López Merino, el médico socialista. Tenía 'talante' antes de que lo inventara uno que lo usa como arma arrojadiza, cosa que ya es difícil de hacer con el 'talante'. Tenía algo de aquel viejo socialismo humanista que no nos devolvió nunca la Transición; algo, sí, de maestro de pueblo de la República querido por todos, de aquellos ilustres masones krausistas de la Institución Libre de Enseñanza, de retrato de señor antiguo capaz de guiñarte un ojo informal desde el lienzo; algo de médico muy próximo y a la vez muy celoso de guardar la poética distancia del hechicero depositario de un saber iniciático, pero de hacerlo mediante el humor, la amabilidad, la piedad, no la pedantería. Todo el mundo lo conocía, todo el mundo lo saludaba. Era ese tipo de hombres a los que les vota la gente que no es de su partido. Era un hombre anterior a la cultura del 'voto fiel a ciegas', que en realidad responde a una sentimentalidad sectaria y guerracivilista. Porque la democracia es alternancia. Si el voto no se moviera, si no castigara o premiara a los políticos éstos serían impunes y la democracia sería imposible. Siempre se repetiría el mismo resultado electoral. No tendrían sentido las urnas. Habría sido un gran alcalde para Bilbao en aquellos tiempos en los que los hombres más votados para ese puesto quemaban libros, pero acabó siendo defenestrado hasta de la Diputación por un sujeto que era su antítesis y que trepó en el PSOE a base de eso, de defenestraciones. Ya en aquellos años se estaba gestando el actual desastre de ese partido que hoy nos prohíbe fumar porque eso «no es de izquierdas». ¿Qué gente, Pedro!

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