domingo, enero 07, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Charlines y Txapotes

lunes 8 de enero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Charlines y Txapotes
Se nos da cuenta de la última operación contra una trama de narcos, la más importante de estos años. ¿La más? Así será si lo dicen los contables de estas cosas, aunque es difícil llevar la cuenta de esta lucha de nunca acabar. El récord siempre se supera, la desarticulación nunca será la última, los clanes son como esos animales que regeneran sus extremidades cortadas.
Llevamos mucho tiempo luchando contra ellos, cada vez con más recursos, pero ni se rinden, ni les falta mercado donde colocar su mercancía. No es previsible que esta guerra contra los traficantes termine este año, ni esta década, pero eso no quiere decir que los representantes del Estado deban sentarse con Charlín en una mesa que hable de la progresiva excarcelación de los capos, y en otra que discuta alguna concesión, por ejemplo, la venta legal de droga en barrios de determinadas ciudades.
La tenacidad de los delincuentes no es motivo para pactar nada con ellos. Tampoco la constatación, que esos mismos contables susurran a media voz, de que el producto incautado es sólo una parte de la que consigue burlar los filtros. Se rechazaría igualmente el argumento de que los consumidores son una fuerza social notable.
Todas esas razones para tratar a Laureano Oubiña como a Josu Ternera se rechazan porque la causa que se está defendiendo es justa. Está claro que el Estado de Derecho hace lo que debe cuando intenta que la droga no contamine a la sociedad, y en especial a los más jóvenes. Esa convicción hace que, por larga que sea la batalla, haya que mantenerla e incrementarla. Ni siquiera la sospecha de que no se acabará nunca avala una negociación de ese tipo.
Todo lo escrito hasta aquí podría ser superfluo. No se oye a nadie que justifique semejante diálogo entre los narcos y las autoridades, y en cambio la idea de que antes o después habrá que darle algo a ETA ha conseguido prosélitos. Es verdad que los terroristas no han conseguido sus objetivos político, pero también es cierto que lograron una respetabilidad social.
Los ciudadanos se escandalizarían si un portavoz legal de los narcotraficantes ofreciera con toda normalidad ruedas de prensa en las que increpara directamente al Gobierno, tachara de fascistas a jueces y fiscales y disculpara actos criminales. Es lo que hace Arnaldo Otegi a diario.
¿Cuál es la razón de que en el fondo, seguramente de forma inconsciente, algunos pongan a un capo por encima de Txapote en el ranking de maldad? Porque en algunos sectores sigue vigente el mito de que los asesinatos de uno son políticos, mientras que los alijos del otro forman parte de la delincuencia común. Es ese falso factor político el que explica que con ETA se apliquen pautas que se considerarían descabelladas con una banda de traficantes.
Así, por ejemplo, la duración del terrorismo, su capacidad operativa y el respaldo social que tiene en el País Vasco son elementos que suelen esgrimirse a favor de una negociación en la que haya la consabida mesa política. Pero resulta que esas tres circunstancias se dan también en el narcotráfico: su tradición es larga, sus medios cada vez más sofisticados y los consumidores siguen existiendo. En este caso, no hay mesa que valga y cada golpe se celebra como una victoria, a pesar de que sea parcial.
En ambos tipos de criminalidad, lo esencial es que la causa por la que lucha el Estado democrático es justa y la suya, no. En la paz que se logre con unos o con otros, no puede haber ningún empate.

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