domingo, enero 07, 2007

Felix Maraña, Cultura y calendario

lunes 8 de enero de 2007
Cultura y calendario
FÉLIX MARAÑA
La cultura de nuestro tiempo está determinada por dos fenómenos que la caracterizan: la extensión del coleccionable y el fervor por las conmemoraciones. Afortunadamente, el afianzamiento de Internet ha ido liquidando la fiebre de las colecciones, hechas con el único propósito de que la masa consuma. Ahí acaba toda la pedagogía del asunto. Pero la cuestión de las conmemoraciones resulta harto empalagosa. En los últimos años se vienen editando gruesos diccionarios de conmemoraciones, que son útiles tan sólo para que el funcionariado de la cultura no discurra. El Estado español ha creado incluso una institución del más alto rango, que tiene el pomposo título de Conmemoraciones Centenarias. Esta cultura que se hace a golpe de calendario es, en general, efímera, y acaba enmudeciendo al poco tiempo, porque se articula procurando el efecto chisporroteo: foto de ocasión y cumplimiento. Es la cultura rápida, la que se hace para que nadie nos diga que no hemos hecho nada. El año pasado sucedió mucho de esto a propósito del cincuentenario de la muerte de Pío Baroja. Es curioso y significativo repasar los lances que unos grupos políticos se hacían sobre el particular, diciendo a sus contrarios que no hacían en Bilbao lo que los suyos no hacían en San Sebastián, y viceversa.Mientras andábamos entretenidos con Baroja, alguien se dio cuenta de que Unamuno también había muerto. Suele ocurrir. Baroja murió veinte años después que Unamuno y hay quien se ha ocupado entre nosotros de lamentar por qué no se ha hecho algo sobre Unamuno, ya que falleció hace setenta años. Claro está que la culpa siempre la tienen los políticos. No seré yo quien les defienda, pero que me digan a mí qué hacen los intelectuales, qué hace la Universidad vasca -sobre todo la pública- por situar en el tiempo la memoria de Unamuno, la de Baroja, la de Otero, Celaya, Martín-Santos, Aresti, incluso la de Koldo Mitxelena. Es decir, la de todos.Debemos suspender de inmediato los funerales por estos grandes personajes vascos contemporáneos y buscar elementos de entendimiento permanente de su obra, personalidad, actuación histórica. Su obra y personalidad no se agrandan porque recordemos cuándo murieron sino cómo su memoria nos puede servir para el futuro. Ya sabemos que han muerto, y debemos explicar a las generaciones venideras quiénes eran, qué hicieron por el país, pero situando en su tiempo todo aquello cuanto realizaron o dejaron de hacer. No es comprensible, lo repito una vez más, que la Universidad pública vasca no cuente con una cátedra Baroja o una cátedra Unamuno. La Universidad del País Vasco celebró con cierta pompa recientemente su vigésimo quinto aniversario. Lo preocupante de la cuestión calendar es que a nadie se le ocurrió que nuestra Universidad no sabe cuántos años tiene. Nos debería preocupar la forma en que la UPV se quita años, como si se avergonzara de su pasado, pues, cuando celebraba el cuarto de siglo, en realidad debería haber celebrado el cincuentenario. Efectivamente, nuestra Universidad nació hace cincuenta años, mal que pese a algunos. La Facultad de Económicas de Sarriko, por caso, cumplía cincuenta años mientras que la Universidad, en la que está integrada, es decir, la matriz, dice tener tan sólo veinticinco primaveras. Esto sí que es un problema de identidad.Si se usa el calendario para contar la historia del País Vasco, sólo a partir del Estatuto de Gernika -que nos gobierna, pero que nadie se atreve a nombrar en público- corremos el riesgo de dejar a un lado todo el pasado, y convertirlo en problema, en vez de en elemento de reflexión, correspondencia o, incluso, identidad. Desde luego, se trataría de entender esta identidad con el sentido dinámico que decía Julio Caro Baroja, es decir, basada en el amor, en la consideración de todos aquellos elementos, ideas y valores que, en el tiempo, una sociedad ha ido recogiendo y generando, bien desde dentro, bien por ósmosis, integración o entendimiento de las culturas que aportaron quienes en ella se integraron. Debate éste que resulta árido y que rehúyen, fundamentalmente, los intelectuales, quienes han preferido dejar el asunto en manos de los políticos. Éstos, por lo general, invocan a Unamuno o a Baroja sólo como elemento de fricción, como lance al contrario; es decir: no se les ama, se les utiliza.Porque debería importarnos bien poco si Unamuno murió hace setenta años o sesenta y nueve. Lo importante sería que la figura del filósofo convocara a favor de la ciudad y el país que le vio nacer referentes memoriales positivos. Durante un tiempo, la Asociación de Amigos de Unamuno, fundada por Ángel María Ortiz Alfau, promovió ediciones y programas a favor del conocimiento de su obra. El alcalde de Bilbao tiene como emblema en su despacho el busto que hiciera Victorio Macho de Unamuno. Cuando la réplica de éste fue lanzada por gentes sin sentido y sentimiento al fango de la ría del Nervión, ordenó de inmediato realizar una copia, para reponerla en la plaza del autor de 'Paz en la guerra'. Bilbao dedica anualmente un día a Unamuno. Su edil principal mostró a su vez en alto su fervor baro- jiano en un acto reciente. En cambio, el alcalde de San Sebastián, la ciudad de los Baroja, en plural, nada ha hecho por restablecer en su lugar de origen el busto que de don Pío realizara Victorio Macho. La réplica de este busto, situada en la calle donde nació el escritor, lleva tapiada y coronada de zarzas, atrapada por la pereza de una obra interminable -la reforma del teatro Victoria Eugenia- nada menos que una década.Mientras a este lado del Bidasoa nos entretenemos en salvar los muebles, el Ayuntamiento de Hendaya prepara una programa de excelencia sobre Unamuno, que situará la memoria del escritor y hombre público de manera permanente, sin tropiezos de calendario. Comprenden nuestros parientes del Norte que la figura de Unamuno, su presencia en Hendaya, su proyección en Europa, durante la larga estancia en que vivió asomado al Bidasoa, defendiendo la libertad de conciencia, va más allá de una fecha de calendario. Tiene el sentido histórico que debería tenerse en cuenta a este lado del Bidasoa, sobre todo por nuestras instituciones culturales y universitarias. Lo realmente significativo es que en Hendaya no tienen que discutir sobre el particular más allá de lo razonable, y aspiran a recoger en nuevos soportes las consideraciones más positivas de la andadura y vivencias de Unamuno en su ciudad, vivencias que fueron determinantes en la conformación del universo intelectual del filósofo vasco, particularmente en su poesía. Todo ello, sin estar determinados por calendarios ni conmemoraciones.Porque el calendario y los guarismos pueden acabar con la cultura. Parece como si importara más la cantidad que la entidad. Hace bien poco el Gobierno vasco anunció que había cumplido al menos el 64 % de los objetivos de su Plan de Cultura. La única autocrítica que se permitieron sus responsables es no haber sabido trasladar a los ciudadanos el verdadero sentido de sus objetivos. Yo no sé si el radar del Observatorio de la Cultura Vasca, adjunto al Plan de Cultura, detecta todas estas cosas que ocurren entre nosotros, o si el instrumento sólo sirve para señalar el grado de cumplimiento o incumplimiento del programa precisamente a quienes están obligados a cumplirlo enteramente. Como es un observatorio muy joven -apenas tiene un año- tal vez no haya aprendido todavía a reconocer cuestiones candentes y no resueltas y, lo que es más preocupante, necesite varios años de aprendizaje para saber quiénes son Unamuno o Baroja. Lo que sí está claro es que el Observatorio de la Cultura Vasca sólo podrá celebrar su cuarto de siglo cuando lo cumpla. Eso, si no le sucede lo que al Consejo de la Cultura Vasca, institución que, como ha nacido varias veces, tal vez no sepa cuándo celebrar su cumpleaños. Un problema histórico de primer orden.

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