martes, enero 16, 2007

German Yanke, Entre la derrota y la unidad

martes 16 de enero de 2007
Entre la derrota y la unidad

POR GERMÁN YANKE
El primer aplauso de los suyos al presidente Rodríguez Zapatero fue paradójico: sonó cuando, poco después de comenzar su intervención dijo reconocer, refiriéndose a su comparecencia del pasado 29 de diciembre, «el claro error que cometí ante todos los ciudadanos españoles».
Aunque quizá era un aplauso de ánimo, de esos que los aficionados ofrecen a su equipo cuando acaba de encajar un gol, cuando se ve a los jugadores perplejos y preocupados. Porque el presidente, sobre todo en la primera respuesta a Mariano Rajoy (es decir, después de ese aplauso), no parecía en buena forma, se mostraba un tanto confuso, sin nada en su rostro del famoso «optimismo antropológico», sin dar con los mejores argumentos.
Independientemente de esta impresión, estos debates parlamentarios no están pensados, al parecer, para suscitar el interés formal. Los discursos son más elementales que elegantes y, aunque se demoren en el tiempo, sólo sirven para repetir una y otra vez unas cuantas cosas: te lo voy a decir diez veces y, además, para que te enteres, te voy a hacer un dibujo. Cuando se escenifica la gravísima quiebra entre el Gobierno y el principal partido de la oposición -y en materia tan grave- la reiteración no hace más que acrecentar la desesperanza.
Además, dan la impresión de que no se escuchan. Aunque su objetivo fundamental era subrayar que los errores del presidente han sido numerosos y no sólo el reconocido, Mariano Rajoy se había pasado un buen rato defendiendo el Pacto Antiterrorista, señalando algunas condiciones y «gestos» para acompañar al Gobierno y recelando que nuevos consensos acepten las propuestas de quienes no coinciden con los principios de aquel acuerdo. Y sube Rodríguez Zapatero y le reprocha que haya pasado por alto su propuesta de «mejorar el alcance» del Pacto y dar lugar a un nuevo «gran consenso democrático». Y, más tarde, el líder de la oposición critica que el presidente no haya contestado a la lista de «ideas» que le había brindado cuando lo importante, a mi juicio al menos, era se había referido, como si fuesen suyas, a algunas y, por el contrario, había obviado otras, en las que seguramente estaban las diferencias más patentes entre ambos.
El presidente repitió en la tribuna la fórmula de que no puede haber en ningún caso «precio político», subrayó la vigencia de la Ley de Partidos, resaltó el apoyo a las fuerzas de seguridad, la importancia de la cooperación internacional, habló de la Ley de Solidaridad con las víctimas. Pero no entró en otras materias planteadas por Mariano Rajoy: explicitar que el «proceso» estaba roto «definitivamente», aclarar en Estrasburgo que Batasuna es y será una organización ilegal, cambiar algunos planteamientos de la Fiscalía (se refirió en concreto al caso Egunkaria), revocar la resolución del Congreso autorizando los contactos con ETA y, sobre todo, afirmar que «podemos derrotar a ETA» y actuar en consecuencia.
De las muchas palabras del presidente se pueden destacar dos. Una, porque no se pronunció. Otra, porque se insistió en ella hasta la saciedad. La que faltó fue precisamente esa -«derrota»- y si lo destacó no es porque lo pidiera el presidente del PP, sino porque consta explícitamente, como doctrina básica, en el Pacto Antiterrorista. En este asunto, el del Pacto, Rodríguez Zapatero se mostró hasta puntilloso insistiendo una y otra vez en que fue su iniciativa. Incluso quiso corregir a Rajoy: no sólo lo había firmado, lo había propuesto. Pero aquel principio de «derrotar» a ETA no apareció en su discurso. Es más, en el permanente reproche al PP de no haber apoyado al Gobierno («yo lo hice siempre cuando ustedes gobernaban») incluyó una llamativa conjunción que hace referencia a dos alternativas, aunque fuesen complementarias: no ha habido apoyo «en la lucha antiterrorista o en la búsqueda de terminar con la violencia».
Ahí está, a mi juicio, la diferencia entre el Pacto y el «gran consenso» que se propone ahora porque la palabra dominante del presidente fue «unidad democrática». Pero en esa búsqueda está, ciertamente, la dificultad de entenderse con el PP. Y el anzuelo con el que el presidente quiere llegar a acuerdos con el resto de grupos y separarse del principal partido de la oposición, con el que las diferencias se agrandan cada día, cada encuentro, cada debate parlamentario. De ahí que resulte curioso que, para hablar de errores, Rajoy comenzara su discurso citando a Confucio, partidario de la absoluta armonía entre gobernantes y gobernados. La otra cita fue Jerjes. El rey de Persia engañado para atacar a los griegos en condiciones adversas.
Nadie citó a Popper, que dio con una definición de las buenas y útiles discusiones que hubiera venido bien en el Congreso: no son aquellas en las que uno convence a otro, sino aquellas en las que los que debaten terminan en una posición distinta, aunque sea levemente distinta, a la que comenzaron.
El Congreso no está preparado para que la prensa siga con atención sesiones como esta. Te colocan en las salas adjuntas, en los pasillos, junto a una chimenea y ves lo que te dejan ver las cámaras oficiales. Como decía Chesterton, si no ves la cara del diputado, no sabes del todo lo que piensa el diputado. Pero si se puede añadir que los diputados del PP estaban más vocingleros que los del PSOE, con más aspavientos.
Al fin y al cabo, Rajoy estuvo contundente, duro, sin ocultar esa suerte de desprecio intelectual que al parecer le produce el presidente y que convierte algunos argumentos en demasiado personales. O que distrae de los argumentos por cuestiones personales. Y en la tribuna, buena parte de los líderes regionales del PP que hicieron así, ya que no estuvieron en la manifestación del sábado, su particular comparecencia en Madrid. Rodríguez Zapatero estuvo más inclinado a pedir cariño, comprensión, reconocimiento, apoyo.
Y lo tuvo de los demás grupos, lo que agradeció repetidamente. A CiU (que aclaró que había apoyado también a Aznar). A ERC, que dijo que con bombas se podían hacer algunas cosas. Al PNV (con aplauso de la bancada socialista), que sigue pensando que la autodeterminación y las mesas son precisas. A Izquierda Unida, que estuvo en Lizarra. Al BNG, que vino a pedir la legalización de Batasuna. A EA, que pidió lo mismo y el cambio de la política penitenciaria. Veremos que cesto construye el presidente con todos esos mimbres.

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