España pide romper el "proceso" mientras ZP se aísla en La Moncloa
Antonio Martín Beaumont
Hay una cosa peor que crear ilusiones y luego defraudarlas: no escuchar a la gente normal. El presidente, como Aznar ante la crisis de Irak, cierra los oídos a la voz de la calle.
2 de enero de 2007. El atentado cometido por ETA en la Terminal 4 de Barajas el sábado pasado ha tenido sobre todo una víctima política: el "proceso de paz" al que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero había fiado en buena medida su futuro político sin hacer caso a aquellos que le advertían –fuera y dentro de su partido- de lo arriesgado de colocarse políticamente en manos de la sinrazón de una banda terrorista. Ciertamente, hay una cosa peor que crear ilusiones entre los ciudadanos y luego defraudarlas: no escuchar lo que la gente normal siente y vive. Cuando le ocurre a un presidente del Gobierno se le llama "síndrome de La Moncloa". Zapatero ahora probablemente podrá acordarse de su antecesor, José María Aznar, que con ocasión de la crisis de Irak colocó a una mayoría social en la calle no sólo contra su política, sino incluso contra su partido. Y es que la cerrazón que demuestra el líder socialista para continuar adentrándose en el "proceso de paz", como si se tratara de una carrera alocada hacia delante, le ocasiona que cada día sean más personas las que se lancen a la calle a recordarle que contra una banda terrorista lo único que sirve es vencer a través de los medios que el Estado de Derecho pone a disposición de los gobernantes, es decir: la Ley, la policía y la unión de las fuerzas democráticas que creen que con violencia no pueden obtenerse ventajas políticas. El grito unánime en la Puerta del Sol el domingo, "España merece otro presidente", me parece que se va a extender por todo el país en las próximas semanas como si de una marejada para el socialismo se tratara. Ahora bien, lo llamativo es que tras el atentado sangriento del sábado ese "proceso de paz" –equivocado desde su raíz, pues trata de dar voz a una banda de criminales- siga vivo por las dos partes. La idea de una suspensión de las negociaciones expresada por Zapatero -que no implica una ruptura de las mismas sino un momento de desacuerdo entre los interlocutores- es compartida, por ejemplo, por el diario abertzale Gara y es sustancialmente lo anunciado en el último Zutabe de ETA: el atentado como parte de la negociación y no como final de la misma. Porque ETA sigue queriendo negociar, así lo ha dicho también el líder batasuno Arnaldo Otegi. Y Zapatero, si nos ceñimos a sus ambiguas palabras del sábado, negó por tres veces la ruptura del proceso. Tampoco tiene demasiado margen de maniobra Zapatero. Los políticos saben que si hacen autocrítica y reconocen equivocarse su liderazgo -basado casi siempre en la fascinación- se desvanece ante los electores y con él sus posibilidades de seguir en la cresta de la ola. Así que el líder socialista, ahora, tras el bombazo de ETA, es esclavo de su estrategia y no tiene demasiado margen de maniobra, salvo continuar a piñón fijo en su proyecto de paz con la banda terrorista, eso sí, en cuanto el calentón popular descienda. Bastante castigo ha sufrido ya su "carisma" tras el optimismo enfático que mostró sólo un día antes del atentado pregonando a los cuatro vientos su desconocimiento de lo que se cuece a su alrededor.
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