domingo, enero 21, 2007

Carmen Posadas, Digame, ¿no le cabe la menor duda?

lunes 22 de enero de 2007
Dígame: ¿no le cabe la menor duda?

Mi compatriota Jorge Drexler, al que no conozco pero admiro mucho, tiene una canción que dice «el mundo está como está por culpa de las certezas». Por su parte, Leonor Benedetto, a la que no sólo admiro, sino que quiero porque es gran amiga, va un paso más allá y dice que deberíamos incorporar la sospecha como asignatura opcional en los colegios. ¿Ambas ideas les suenan raras? No es extraño, vivimos rodeados de contundentes opiniones, de irrebatibles certezas, de `verdades´ que nadie pone en cuestión. Desde los políticos, que nos abruman con su evangélica seguridad sobre qué es lo mejor para la humanidad (léase, por ejemplo, Bush), hasta la publicidad que nos vende que si tal crema nos hará rejuvenecer veinte años o tal colonia nos convertirá en irresistibles al sexo opuesto, todo son certezas. Certeza es también que Fulano le pone los cuernos a Mengana porque así lo afirma un tontaina de esos que se ganan la vida despellejando al prójimo en televisión. Y que Zutano es un ladrón porque lo dice el periódico. Y que Perengano es pederasta porque lo jura su vecina del quinto que lo sabe de muy buena tinta, y así podríamos seguir hasta el infinito. Porque una de las perversiones del mundo moderno y de la libertad de expresión es que a nadie le cabe la menor duda respecto de nada. Curioso realmente, porque ha sido la duda, y no la certeza, la que ha conseguido que la humanidad progrese. Si el hombre primitivo no hubiera puesto en duda lo que su destino parecía depararle, no habría salido siquiera de la caverna. La duda ha hecho progresar la medicina, ha impulsado los grandes inventos y ha escrito también las más bellas páginas de la literatura. La certeza, por su parte, es madre de varias catástrofes. Obviemos las certezas religiosas, que tanta sangre han hecho derramar y siguen haciéndolo, también las políticas, que crearon monstruos de tan distinto signo como Hitler o Stalin, y hablemos de las certezas cotidianas, de esas con las que uno tiene que lidiar todos los días. Por ejemplo: con nadie es tan difícil convivir como con una persona segura de sus cuatro ideas tontas. Porque, para colmo, está orgullosísimo de ellas. Para más inri, «ser fiel a sus ideas» es algo de lo que todos se vanaglorian porque, naturalmente, sus ideas son incuestionables. El mundo siempre ha tenido que luchar con esta doble condición del ser humano, la duda y la certeza, pero hasta el momento afortunadamente había ganado la duda, porque la duda es inteligente y la certeza, más bien estulta. Sin embargo, ahora los medios de comunicación están alterando este precario equilibrio con sus certezas precocinadas. Creo que fue Goebbels, el ministro nazi de propaganda, quien dijo que una mentira mil veces repetida acaba convirtiéndose en una verdad, y desde luego él sabía muy bien de lo que hablaba. Por eso, no me parece descabellada la idea de Leonor de instaurar en nuestras vidas y en la de nuestros hijos la duda, o incluso la sospecha. La sospecha ante lo que nos quiere vender la publicidad con sus mentiras piadosas. También ante lo que nos cuentan los telechismosos sobre la vida del prójimo, e incluso poner en solfa esas verdades que uno da por buenas por el simple hecho de que «lo ha dicho la tele o el periódico» (incluido, naturalmente, este artículo que usted lee ahora). Pienso que tal vez sería buena idea que en las escuelas hubiera un cierto debate sobre lo que nos cuentan a través de los medios. ¿Será verdad tal noticia? ¿Tendrá razón tal político? ¿De verdad se vuelve uno más guapo por usar tal colonia o más joven por ponerse tal crema? ¿Me creo lo que afirma Perengano en su programa de televisión? Comprendo que con el debate que hay ahora sobre la enseñanza no esté el horno para nuevas iniciativas, pero creo que sembrar la duda también es enseñar a pensar. No sé, se me ocurre. En 1936, Heinrich Himmler, en un documento recogido en los Archivos Kaplan, decía que para crear un mundo mejor «todo líder de las SS deberá adoptar niños radicalmente puros y educarlos en la línea del pensamiento nacionalsocialista». Desde luego, a él sí que no le cabía la menor duda.

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