domingo, enero 21, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Los calzones de Quintana

lunes 22 de enero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Los calzones de Quintana
Decía el otro día Beiras que el BNG no se bajó los calzoncillos en la negociación. Seguro que en esas manifestaciones está implícita la satisfacción de un nacionalista deseoso de que su formación se mantuviera firme, pero también la decepción de un crítico con Quintana, que ve cómo se diluye buena parte de su argumentación.
Hagamos memoria. El mensaje que don Xosé Manuel lanza a las bases bloqueras en la reciente asamblea es que el frente está abandonando sus principios organizativos e ideológicos. Por así decirlo, se está aburguesando, perdiendo el horizonte utópico que el ex líder suele ir a buscar a los foros sociales donde se cuece la izquierda alternativa, y se vuelve a los mitos del 68.
¿Cuál sería la prueba irrefutable de este nacionalismo edulcorado que, según el beirismo, maquinarían Quintana y los suyos? La reforma del Estatuto. Los nacionalistas light tendrían en el acuerdo su Waterloo particular. Como en la batalla de las Termópilas, habría consenso pero allí, sobre la mesa de Monte Pío, quedaría el cuerpo político exánime de Anxo Quintana, convertido en un moderno Leónidas.
La oposición al líder del BNG tenía su gran oportunidad para corroborar sus tesis. Aunque los negociadores clavaran el término nación en la cúspide del Iwo Jima estatutario, los disidentes siempre encontrarían un resquicio para denunciar una traición. Tendrían la ventaja de quien sólo juega con principios y no con finales.
Pero no era ése el único peligro de Quintana en el lance. La reforma era un test para gente como Beiras, convertida en portavoz de la ortodoxia, y también para los que se empeñan en cuestionar la evolución moderada del nuevo BNG. Un Quintana desgarrado, maximalista, empeñado en poner techos imposibles que no se ajustan al peso de su formación, le hubiera dado la razón a los que sostienen que el nacionalismo sigue siendo un movimiento adolescente.
Tal como se ha producido el desenlace, el vicepresidente es el que sale mejor parado de los tres tenores. Sus dos compañeros de reparto yerran por defecto, al no aceptar una fórmula inocua, o por exceso, al entregarse a un exagerado desahogo verbal. Curiosamente, las dos acusaciones que solían dirigirse contra el nacionalista encajan con la actitud de Feijóo y Touriño.
No es Quintana, sino Feijóo, el que aparece preso de equilibrios internos que hacen de la palabra nación una blasfemia, a pesar de que venga envuelta en barrocos enunciados. No es Quintana, sino Touriño, el que habla de traiciones a la patria, y se esfuerza en hacer más grande el foso entre Gobierno y oposición. Es como si el líder del PPdeG y el presidente se hubieran puesto de acuerdo en asumir parte del estilo bloquero que dejó abandonado el vice.
Mejor para él. Con el Estatuto sobre la mesa, parecía difícil conciliar la desactivación del beirismo y el mantenimiento del tono reflexivo que caracteriza a Quintana. Malo si la gente empezaba a percibir que la sombra de Beiras se alargaba, y malo también si el ex portavoz nacional se apropiaba de la bandera del nacionalismo genuino.
No ha sucedido ni una cosa, ni la otra. Galicia se queda sin nuevo Estatuto, sin que nadie, ni siquiera Feijóo, pueda culpar al radicalismo nacionalista, y con Beiras declarando ufano que el BNG no se bajó los calzoncillos en la negociación. El mismo Quintana que salió de su asamblea con un éxito matizado, ahora afronta reforzado la resaca estatutaria, lo cual demuestra que no hay mal que por bien no venga.

No hay comentarios: