domingo, enero 21, 2007

Carlos Herrera, Nunce el Oeste estuvo tan al norte

lunes 22 de enero de 2007
Nunca el Oeste estuvo tan al norte

Dominó en un principio Brokeback Mountain. Cuando el grueso de los participantes de La Caravana de la Ilusión caracterizados de personajes del Far West vimos bajar la escalera de entrada al saloon a Jesús Melgar y a José Antonio Naranjo caracterizados de rudos vaqueros del Oeste, pero tocados con una pamela más propia de La jaula de las locas que de las ásperas praderas de Arizona, entendimos que aquél podía ser un tema dominante en la Nochevieja temática que este año nos llevaba a tierras navarras, bien al norte. No tardó mucho en confirmarlo el emblemático Goyo González: si Village People se hubiera actualizado recientemente, a buen seguro el indio llevaría el pecho tatuado y descubierto, larga melena albina y cazadora blanca con remaches fantasía, tal y como él apareció, con ajustadas botas altas de plataforma difícil, en la sala en la que, además de los elementos básicos de toda película de cowboys, el creador de ambientes del hotel Irache tuvo la humorada de incluir elementos vivos que no eran otra cosa que dos acojonados borreguitos y un gallo que se puso a cantar a eso de las seis de la mañana justo en el momento en que sonaba pletórico el Hungry Heart, de Springsteen. La banda sonora había dejado para las últimas horas alguna de la expresiones más rotundas y Manolo Marvizón, su coautor, forajido que huía de la ‘cazarrecompensas’ Charo Padilla, aportó la gran novedad tecnológica de la noche: con un simple iPod fue suficiente para transportar y reproducir las más de siete horas de mezcla prodigiosa a través de los quinientos vatios disponibles. Si Bruce, los Status, los Stones y demás sonaban tarde, ello quiere decir que sonó pronto toda la basura que suele gustarle al personal y que es capaz de movilizar hasta la pista de baile al eternamente armónico Antoñito Jiménez –vestido de indio sioux y tocado de una melena tan larga como añorada–, el cual, visto desde la plataforma en la que se enseñoreaba Tony Manero, ofrecía un aspecto semejante al de un jugador de la NBA vestido de bailarín clásico en medio de una bulería gitana. Gusta mucho disfrazarse de indio, por lo que vi: Alvarito Díaz y Juanjo Cardenal eran una copia de Toro Sentado y su anciana madre. La facilidad del primero para distorsionar su imagen y parecerse cada día más a su añorada abuela es prodigiosa. El segundo se afeitó el bigote, cuyo suceso ocurre por primera vez en los cuarenta y cinco años que hace que lo conozco. Todo indio, evidentemente, precisa del Séptimo de Caballería, sable en ristre: nada menos que Marcos de Quinto, afectado de una dolorosa tendinitis horas antes de partir hacia el París-Dakar, era el mismísimo general Custer acompañado de su elegantísima esposa, papel que se le encargó a Teresa Viejo, que baila las piezas de Karina como si fuera ella misma. Incluso fue visto, con su brazo en cabestrillo, bailar una pieza de Michael Jackson –protagonista en su día de la promoción de Pepsi-Cola– sin afectarse ni sufrir retortijones. Espero que no se enteren en Atlanta. Tony Manero, como se ha señalado, vivió este fin de año que les relato –con algo de retraso, pero colmando, espero, las reclamaciones que a tal efecto he venido recibiendo insistentemente–, como sólo es posible en una persona de su hechura, bailando hasta la sintonía de Los Mosqueperros, pieza incluida en la banda sonora, sí, sí, y dando un recital de caderas y rodillas a lo largo de una noche en la que deslumbró Mariló Montero en su papel de Escarlata O´Hara en sus horas buenas, es decir, antes de que la guerra llegara a Tara y a los Doce Robles. Había que ver a Tony más cerca de Blade o de Matrix, con ese largo abrigo de cuero y sombrero de copa, siendo fiel por igual a Fever Night, la sintonía de su vida, que a otras incorporaciones sonoras tales como piezas selectas de Rafaella Carrá, la insuperable Cómo me pica la nariz o cualquier creación de la Terremoto de Alcorcón. Una sola crítica ha merecido la organización de la noche: Camilo Sesto sonó, a decir de algunos, demasiado tarde. Por lo demás, el éxito acostumbrado. Y prepárese Cataluña, que el año próximo una pequeña masía –Dunia Pullina y toda ilalluna ya la está buscando– verá llegar la caravana temática más importante de fin de año.

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