miercoles 3 de enero de 2007
LA EUTANASIA, PINOCHET Y MIGUEL MARTÍNEZ
Félix Arbolí
C OMO acostumbro desde que inicié mi contacto con estas páginas, acabo de leer el magnífico artículo de mi compañero MIGUEL MARTÍNEZ. Uno de los que jamás paso por alto. Sé que en algunas cuestiones podemos ir por caminos distintos en nuestras opiniones y comentarios, pero sabemos tanto el uno como el otro que nuestro fin es el mismo: aunar posturas, corregir errores y denunciar lo que nos parece denunciable, venga de la orilla que venga, porque nadie en este jodido país (perdón), en que estamos convirtiendo a España está libre de culpa en este desaguisado de incalculables proporciones. El de esta semana sobre la eutanasia y la postura de nuestra iglesia, me parece sencillamente magistral y acertadísimo, como todos los que pasan del magín de este formidable escritor a la pantalla del ordenador. Es un compañero del que uno se siente a gusto de tenerlo cercano y como colega, porque a pesar de sus angustias por las tropelías de unos y otros, que a él, como bien nacido, le duele en el alma, es un ser sensible, moderado, extremadamente respetuoso y con la fuerza suficiente para aguantar firme, sin inmutarse, las dentelladas del lobo que solo quiere violencia y rencor. Por la edad, se que podría ser mi hijo y me honraría con ello, porque por comedimiento, sensibilidad y afinidad, uno de sus más firmes lectores y comunicantes es precisamente mi hijo el pequeño, ya convertido en padre de familia, que es lector asiduo y entusiasta de todo lo bueno y con garras que circula por esos mundos de Dios y por ello, de los artículos de este compañero al que admira y aprecia aunque no lo conozcamos personalmente. No es jabón, ya que nada te debo, ni espero deberte, que será buena señal para los dos. Pero te puedo asegurar y soy un poco brujo que eres un ser privilegiado, con una carga moral y sensible impresionante hacia los tuyos, que han sido afortunados con el gordo de la suerte y para tus propios compañeros de trabajo que sé, me lo figuro, cuentan contigo como comodín de sus problemas y vacilaciones. Y paso seguidamente a tu texto y sus consideraciones. Soy católico, me emociona la vista del Papa por lo que representa, la contemplación de nuestras imágenes sagradas, expresiones de una creencia que me inculcaron desde pequeño y a pesar del tiempo transcurrido y los avatares padecidos, mantengo firme. Soy un convencido del poder de la oración sincera para atraer las bondades divinas y practicante asiduo de las mismas. No voy a misa los domingos, lo reconozco y se que hago mal, que no cumplo los mandatos de mi Iglesia, pero no tengo esa fe que me impulse a trasladarme cada domingo y festivo al templo para seguir el rito de la misa que, incomprensiblemente, ha dejado de impresionarme. He perdido esa fe inquebrantable, aunque sigan vivos algunos rescoldos. Tras esta manifestación, he de aclarar que soy partidario sin contemplaciones, ni dubitaciones de que un hombre que se encuentra en las circunstancias de ese personaje Piergiorgio Welby, del que habla Miguel Martínez, tenga pleno derecho a que le desconecten esa vida artificial que le mantenía unido, en tan pésimas y dolorosas condiciones, a este mundo y le dejen acabar en paz su soledad, su terrible sufrimiento, su agobiante ociosidad y la desagradable sensación sentida minuto a minuto de su engañosa vitalidad, causa de sus mayores torturas y el sufrimiento continuo e inaguantable de los suyos. Yo estoy casi plenamente convencido de que si Dios me castiga o distingue con una situación así sería el primero que intentaría, si pudiera, poner fin a mi vida y los sufrimientos de tantos, porque estoy seguro que ese infierno que la iglesia promete a los suicidas, en casos tan cruciales, se está viviendo por anticipado postrado en esa cama o silla especial. No podemos creer que una persona en tales condiciones sea merecedora de un castigo eterno por querer apartar “ese cáliz” de dolor y amargura para él y los que lo que lo quieren. ¿Qué clase de Dios sería ese que nos castiga tan horriblemente en vida y nos lanza a la condenación eterna si queremos poner fin a nuestro dolor y humillantes condiciones?. Continuando con la postura de nuestra iglesia, me dieron náuseas contemplar a un Pinochet, comulgando “devotamente” con uniforme de gala y gorra militar encasquetada, sin respetar el lugar y acto en el que se hallaba, de manos de un Obispo. ¿Es que había confesado ya sus crímenes y había hecho propósito de enmienda y sentido dolor de corazón por tantas atrocidades cometidas?. Yo sería incapaz de cometer tamaño sacrilegio. Prefiero no acercarme a comulgar y no profanar a Dios ofreciéndole un cuerpo que en lugar de templo santificado, sea un sepulcro donde malos, buenos, adultos y niños, lloran su muerte, en gran parte injustificada. Porque no soy partidario, de lo que intentaba Allende con Chile, de convertirlo en una especie de baluarte marxista. Tuvo sus fallos políticos y sus caceroladas populares por sus medidas equivocadas y su intento de dictadura comunista. Pero era el representante elegido democráticamente y cargarse su gobierno era un acto desproporcionado, bastaba darle un toque de atención o advertencia a sus desmadres. Lo que se formó tras el golpe de estado y el periodo de terror que imperó posteriormente, no estaba justificado con los crímenes indiscriminados, los miles de personas desaparecidas y los niños que cambiaron de nombres y apellidos ignorantes de que sus nuevos padres eran los asesinos de sus verdaderos progenitores. La guerra y menos la civil, nunca jamás tendrá una adecuada justificación. Y esto va también por los nuevos agoreros que aparecen por nuestro horizonte. Le niegan los servicios religiosos al que desconectaron de su vida artificial, que no es un suicida, solo quería que desenchufaran el cable y le hacen uno por todo lo alto al ser que cortó el cable de tantas vidas inocentes, por el simple pecado de no ser afines a esa dictadura que iba sembrando los campos de cadáveres de todas las edades y condiciones. Este sí era hijo de Dios y heredero de su gloria. El si merecía los honores de una iglesia que debía haberle excomulgado. El otro, sufriendo horriblemente, inocente de su continuo y tremendo dolor, angustiado por la espera de un final que nunca llegaba, no tiene consideración alguna para que un cura le dedique una misa y rocíe con agua bendita su ataúd. Es un condenado en vida y más allá de la muerte. Esta es la iglesia que no me gusta y seguro que tampoco le debe gustar a Cristo que perdonaba al pecador y desprendía amor en todos sus actos, comprendiendo la debilidad humana. Jesús no estuvo con los que portaban espadas y ostentaban mandos, ni mucho menos con los fariseos e hipócritas, eligió a los humildes, a los que vivían honestamente de su trabajo y los que sabían distinguir lo que era de Dios y lo que era del César. Ese es mi Dios y esa es mi iglesia. El resto, nada me importa. Allá cada cual con sus teorías e hipotéticas verdades. Acertado artículo querido compañero que, como puedes comprobar, defiendo plenamente y me identifico con él.
miércoles, enero 03, 2007
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