martes, enero 23, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Red Bull para Abel

martes 23 de enero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Red Bull para Abel
Sobre José I, o Pepe Botella, no hay una coincidencia entre los historiadores y la tradición. Los primeros admiten que el hermano de Napoleón traía bajo el brazo un programa reformista, que sin embargo quedaba oscurecido por el pecado original de ser un monarca impuesto a punta de bayoneta. El monarca importado era en sí mismo una contradicción: simbolizaba al mismo tiempo el progresismo y la imposición.
Salvando todas las distancias, la figura de Abel Caballero recuerda bastante a aquella difusa figura de nuestra historia. Sabemos de don Abel que fue un ministro capaz en la era de González, que tuvo la valentía de medirse con Fraga cuando don Manuel disfrutaba de su mayor esplendor, y que cambió una temporada la política por la pluma, logrando obras notables.
En cuanto a su valía como candidato a regidor vigués, es muy prematuro emitir juicio. Está claro, sin embargo, que la opinión que tiene su partido no es muy optimista. Igual que Napoleón con su hermano, la dirección socialista da a entender que sin un terminante apoyo externo, Caballero no es capaz de imponerse a la militancia local, ni de socavar a la señora Porro.
En su afán por situarlo en la alcaldía, se mantiene a la organización viguesa del partido en una especie de estado de excepción, y se somete al actual gobierno local a un estado de sitio que queda confirmado con los últimos impedimentos a la aprobación del Plan General. Se incurre en el mismo error que en aquella España a merced de las tropas napoleónicas: pensar que la gente responderá a la presión, recibiendo como liberador al rey impuesto, cuando en realidad se ve en él a un ocupante extranjero.
Detrás de la bienintencionada figura de José Bonaparte, los españoles veían a su hermano y sus ansias expansionistas. Aquí hay veces que no está claro si el candidato es don Abel, la señora Caride o el propio presidente de la Xunta que nos anuncia que Vigo tendrá su Plan General en 2007, suscitando de inmediato dos buenas preguntas.
La primera es cómo lo sabe; la segunda, si la buena nueva será después de que las elecciones locales de mayo hagan del candidato socialista el nuevo alcalde de la ciudad. ¿Necesita el aspirante este tipo de apoyos, que incluso ponen en cuestión la imparcialidad de la Administración? Así parecen entenderlo sus correligionarios.
Para darle una dosis de vitaminas a Caballero se pone a la ciudad contra la pared, castigada sin Plan, sin un Plan que, además, ni siquiera lleva el sello del PP, sino que es heredado de la izquierda, y cuyo proyecto se redactó, qué hermosa paradoja, bajo la batuta del máximo responsable actual del Instituto Galego de Vivenda e Solo.
Como sucedió con el veto a la piscifactoría de Touriñán, o con la suspensión de otras normativas urbanísticas, se recupera un lugar que la Iglesia hace poco desterró de su topografía del más allá: el limbo. ¿Es legal el Plan de Vigo? Pues no. ¿Ilegal entonces? Tampoco. Ocurre que la Administración sustituye los criterios objetivos por una subjetividad que dice una cosa en Muxía o Vigo, y otra en Ribadeo o Lugo. Sería más justo echar la moneda al aire.
Todo el mundo sospechaba que los pérfidos franceses buscarían cualquier excusa para destronar al campeón Óscar Pereiro, de la misma forma que sólo faltaba saber cómo se adornaría la condena del Plan. En un caso se inventa una sustancia; en el otro la conselleira se queja de que Vigo crece de más. ¿Tan mal ven a Abel Caballero? Pues parecía un excelente candidato.

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