jueves, enero 11, 2007

Camacho, La traicion del ventrilocuo

viernes 12 de enero de 2007
La traición del ventrílocuo

IGNACIO CAMACHO
PELIGRO: el presidente ha perdido el control. Está desconcertado ante una situación crítica y ofrece serias muestras de aturdimiento. El subconsciente se le filtra a través del lenguaje y habla por él como si fuera un ventrílocuo. Y lo malo es que se empeña en llamarle «accidente» al atentado, con una contumacia preocupante que provoca sobresaltos en un panorama particularmente delicado. Los pretorianos de Moncloa, los Moraleda, Fernández de la Vega y Ru-balcaba, azacanean a su alrededor desesperados como bomberos a los que se les queda corta la manguera. Cada vez que abre la boca para articular un discurso a la medida de las circunstancias, su otro yo emerge de algún sitio y se abre paso por entre las telarañas de la conciencia para retratar la impostura y descubrir el estado de confusión de un gobernante sumido en la zozobra, que se resiste en su interior a aceptar el fracaso de su principal apuesta política.
El resultado de estos lapsus recurrentes es una pérdida completa de credibilidad. Si ya costaba trabajo confiar en su intención de finiquitar el diálogo con ETA, la insistencia de sus deslices mentales apuntala en la opinión pública una convicción que sobrepasa la sospecha. No se puede creer a un hombre que da la sensación de no creerse a sí mismo. La gravedad de los hechos parece haber puesto en crisis su capacidad de simulación, y le provoca un desorden que transparenta su estado emocional. Se le ve el cartón.
Pero es que, cuando logra controlar al ventrílocuo, cuando domina los demonios desbocados de su psique, los síntomas no resultan menos inquietantes. Dos semanas después del «accidente» de Barajas aún no ha sido capaz de articular una respuesta clara. No pronuncia la palabra «terrorismo», ni mucho menos formula con nitidez una propuesta de combatirlo con firmeza. Sencillamente, no le sale. Se parapeta detrás de sintagmas ambiguos como el del «fin de la violencia», que valen para la negociación y para la lucha, para la entrega y para la resistencia, para antes y para después de que ETA le destrozase su proceso. Prefirió «suspenderlo» a «cancelarlo» -lo que provocó una alarmada catarata de puntualizaciones a cargo de sus edecanes-, y transita entre alambicadas indeterminaciones que sugieren la intención de ganar tiempo y evocan la posibilidad de un portillo entreabierto.
Su actitud recuerda un célebre cuadro de Magritte, titulado «La traición de las imágenes»; en él se ve una pipa y un letrero que dice «esto no es una pipa». El inconsciente de Zapatero insiste en que lo de Barajas no fue un atentado, aunque se vea un atentado: la bomba de un atentado, los escombros de un atentado, los muertos de un atentado. Pero al mismo tiempo, su imagen empequeñecida, titubeante y ofuscada proyecta ante la opinión pública la sugerencia de otra traición visual: se ve a un presidente, pero esto no es un presidente.

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