martes, enero 23, 2007

Antonio Martinez, Abad Pierra, legado de solidaridad

miercoles 24 de enero de 2007
Abad Pierre, legado de solidaridad
ANTONIO MARTÍNEZ LÓPEZ /ESPECIALISTA EN EXCLUSIÓN SOCIAL Y SOCIOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL

En la madrugada del lunes murió en el hospital Val-de-Grâce de París, a los 94 años, el Abbé Pierre, un hombre cuya vida basada en el combate perpetuo por la defensa de los más débiles se entroniza con derecho propio como un icono de lo mejor que ha dado la sociedad francesa del siglo XX.Henri Grués, su verdadero nombre, nació en el seno de una familia lyonesa muy acomodada, cuyo fuerte sentimiento y la práctica religiosa le marcaron desde pequeño. Tal y como relatan él mismo y sus biógrafos, a los 19 años ingresa en un monasterio de Capuchinos, fascinado por el ejemplo de San Francisco de Asís. No es un joven seducido por las posibilidades de disfrutar de la holgada posición material que le ofrece su familia, razón que le empujó a renunciar a su parte de la herencia en beneficio de obras de caridad y a permanecer siete años dedicado a la oración y a los rigores de la orden monástica. Tras abandonar la vida monacal, es ordenado sacerdote en Lyon en 1938.Por lo tanto, el pensamiento del Abbé Pierre y su forma de ver el mundo arrancan y progresan siempre en diálogo con la fe cristiana, aunque tanto sus ideas como sus acciones a lo largo de la vida desbordan ampliamente los marcos de las doctrinas ortodoxas. Por ejemplo, en materia de religión, su sobresaliente tolerancia le llevó a defender públicamente la legitimidad de la homosexualidad como opción de vida, la posibilidad de que los sacerdotes pudieran contraer matrimonio o la ordenación de mujeres para la función sacerdotal. Con todo, consciente de la gran popularidad de este sacerdote activista en un país descristianizado, no parece que la jerarquía eclesiástica francesa le pusiera muchas piedras en el camino. Fue un hombre en el que pensamiento y acción aparecen como indisociables -cualidad ésta ausente entre los llamados 'intelectuales', o entre los personajes públicos de nuestros tiempos-, y un especialista en «meterse donde no lo llamaban», en palabras del fundador de Médicos del Mundo, Bernard Kouchner. En una sociedad donde se ha generalizado la individualización (que no la individualidad, que se refiere a algo muy distinto), este hombre se presentaba como un dulce insolente con sotana, poniendo el dedo en la llaga de las injusticias sociales, metiendo el palito en el ojo de los poderosos, levantando la voz a quienes están acostumbrados a dar órdenes que afectan a personas cuyas vidas no entienden.Durante la Segunda Guerra Mundial, se enrola con los 'maquis' de la resistencia contra los nazis. Consigue mediante gestiones personales salvar a numerosos judíos perseguidos por la Gestapo, a los que ayuda a llegar a Suiza. Terminada la contienda, le da una oportunidad a la vida política oficial, y ejercerá como diputado en la Asamblea Nacional hasta su retirada voluntaria en 1951. Es probable que la política de los políticos, como escuché una vez, le pareciese más un «vuelo gallináceo» que un ejercicio aéreo de largo alcance. Pero su seña de identidad primera y fuente del reconocimiento unánime e incontestable que le rodea es archiconocida: su defensa rotunda de los derechos y de la dignidad humana y social de las personas vulnerables y excluidas. En el invierno de 1954, en París, el Abbé Pierre lanza una llamada de indignación a la sociedad francesa. Su mensaje era claro y duro: no es tolerable que una sociedad que se toma por civilizada deje morir de frío en las calles a ancianos, a mujeres y niños. El lema que popularizó en esta campaña encierra, de alguna forma, las claves de su filosofía y de su legado: 'La insurrección de la bondad'. Insurrección que significa rebeldía, inconformismo frente a las injusticias, denuncia de la complacencia de aquéllos que, por no sufrir las peores situaciones a que conduce la sociedad, no las juzgan prioritarias en sus agendas políticas y económicas. La bondad, en el Abée Pierre, arranca de un sentimiento religioso, cristiano, pero su centro es la relación con el hombre. Es la solidaridad frente al concepto de la caridad cristiana lo que siempre ha predicado y ejercido, y con esa filosofía creó Emaús, un movimiento implantado ahora en unos cuarenta países que es sólo una parte de su legado, junto con la 'Fundación Abbé Pierre para la vivienda'. El hombre que no heredó, que dijo que «una persona sólo tiene aquello que es capaz de dar», vivió y murió dando. En Francia, la conmoción nacional por su pérdida ha reactivado, si cabe, el debate sobre la ley que haría de la vivienda un derecho universal. Sus herederos no son pocos. Entre ellos, destaca la Asociación por el Derecho a la Vivienda (conocida como DAL), que lleva 20 años ocupando inmuebles vacíos para gestionarlos posteriormente con personas sin techo, y que contó siempre con el apoyo explícito del sacerdote. Y el movimiento de los 'Hijos de Don Quijote', a los que tanto Emaús como DAL han aportado su apoyo y experiencia en la popular campaña que han protagonizado recientemente.Puesto que los valores que el Abbé Pierre encarnó son universales y vivimos en una época de globalización, cabe preguntarse si es posible importar parte de su legado al discurso político español, ahora que constituimos un país rico en el contexto europeo. En este sentido, me gustaría permitirme la osadía de formular una pregunta, al modo que creo que lo haría el hombre justo que acabamos de perder: ¿Estaría dispuesta la clase política vasca, catalana, española, a abrir un debate serio y realista sobre las posibilidades que tenemos de que los excluidos, y buena parte de las clases medias de nuestro país, pudieran acceder a viviendas a precios razonables? ¿O es que los políticos españoles, a diferencia de sus vecinos franceses, no tienen vela en este entierro?

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