martes, enero 23, 2007

Alfredo Amestoy, España, ser y estar

martes 23 de enero de 2007
España, ser y estar
Alfredo Amestoy
(APROXIMACIÓN A NUESTRO ARBOL GENEALÓGICO…QUE NOS IMPIDE VER EL “BOSQUE” ESPAÑOL) CAIN, ABEL, NOE, JAFET, TÚBAL… UN POCO DE CAM Y MUCHO DE SEM. Y LA DUDA DE TÁNTALO… Y SÍSIFO “España, que es y no es…” Y Américo Castro se queda tan tranquilo. “No se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla”- dice Ortega y Gasset. Pero, en su misma “España Invertebrada”, rectifica: “Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho”. Naturalmente, más tarde explica “la circunstancia”. Sitúa en los tiempos de Felipe III la mudanza: “No se emprende nada nuevo, ni en lo político, ni lo científico, ni en lo moral…Castilla se transforma en lo más opuesto a sí misma: se vuelve suspicaz, angosta, sórdida, agria. Ya no se ocupa de potenciar la vida de las otras regiones; celosa de ellas las abandona a sí mismas y empieza a no enterarse de lo que en ellas pasa”. Pero no achaca toda la culpa a Castilla porque mira al este y al norte y dice: “Si Cataluña o Vasconia hubiesen sido las razas formidables que ahora se imaginan ser, habrían dado un terrible tirón de Castilla cuando ésta comenzó a hacerse particularista, es decir, a no contar debidamente con ellas. La sacudida en la periferia hubiera acaso despertado las antiguas virtudes del centro y no habrían caído en la perdurable modorra de idiotez y egoísmo que ha sido durante tres siglos nuestra historia”. Siendo brillante la observación no es del todo justa; máxime procediendo de Ortega, autor de dos definiciones de “patria” o de “nación” que no siempre se compadecen y, a veces, como en este caso, pueden excluirse: “La unidad de destino en lo universal”, a la sazón afán de casi todos los españoles, sobre todo de los vascos – en ultramar y con la cruz o con la espada-, quizás era incompatible con el “sugestivo proyecto de vida en común”, el otro postulado orteguiano que, junto con el primero, José Antonio Primo de Rivera hizo suyos para integrarlos en la “desiderata” falangista. Es decir, no se podía “estar en misa y repicando”. Los que podían haber dado ese “tirón de Castilla” no habían pisado Madrid y habían cambiado el Ebro y el desfiladero de Pancorbo por el Amazonas o el Magdalena y la cordillera andina. Saavedra Fajardo, Gracián o, luego, Feijóo, es verdad que no estuvieron acompañados de vascos y catalanes, que en aquel tiempo preferían dedicarse, más que a la España peninsular y europea, a los indios en las Misiones de Paraguay o a los negros en Cartagena de Indias. Trescientos mil negros dicen que bautizó, él sólo y por su cuenta, el catalán Pedro Claver. El “desgaste” o “distracción” de nuestra gente en los quehaceres coloniales, que no afectó en igual medida al Imperio Británico, mantuvo idos, huidos o entretenidos, en muchos casos “perdidos”, hasta bien entrado el siglo XIX, a muchos españoles valiosos. Espartero y Zumalacárregui no se encontraron, porque Dios no quiso, en Ayacucho. La historia, puede interpretarse de mil modos y, a pesar de marcar, incluso estigmatizar, a un pueblo, a veces no determina tanto a los pobladores – ya que es aventurado siempre, y hoy más que nunca, hablar de “naturales”- como la geografía. La geografía, tan influyente en la historia, ha sido decisiva para España y para los españoles. “ABEL EN TIERRA DE CAÍN” Venimos de Ortega, que es, en cierta medida, árbitro que aceptaron siempre Sánchez Albornoz y Américo Castro, si bien su indiscutible y común paladín era Menéndez Pidal, aunque no acudieran a él en sus justas más violentas. Es bien sabido que si para Castro fue la invasión sarracena la que establece las reglas del juego en España con nuestra división en tres castas creyentes, la musulmana, la judía y la cristiana, para Sánchez Albornoz no fue así. “Nuestro talante no se acuña ni entonces ni, mucho menos, en el siglo XVI ni en el XVII; viene de mucho más lejos”. Para él, el “homo hispanicus” está ya perfilado desde mucho antes de la invasión musulmana, pero fue el duro batallar de los hispano-cristianos contra los Islam lo que contribuyó poderosamente a profundizar los rasgos diferenciadores de la “contextura vital española y obstaculizar su arabización”. Vieja polémica “sin resolver”, como la de los galgos y los podencos, que impidió quizás que don Claudio y don Américo, coincidieran al menos en la relación entre España y Europa, asunto que Ortega y Unamuno estudiaron al unísono. Unamuno ironizó, igual que en el “que inventen ellos”, cuando dijo que lo que había que hacer era “españolizar Europa”. Ortega, no aceptaba bromas cuando sentenciaba que “España es el problema y Europa la solución”. A propósito de Europa, nuestra esposa,- porque América , en el fondo, siempre fue nuestra amante-, Castro reconoció al final de su vida como un gran error suyo “no separar la historia española de la de Europa occidental entre los siglos VIII y XV”. Esta cuestión afectaba a todo lo ocurrido después en nuestra relación con nuestros vecinos porque…España no era como otros países de Europa occidental que no tenían ni habían tenido moros ochocientos años y que tampoco debían convivir con judíos que, sin convertirse primero y conversos después, eran “grandes de Castilla”, como dice Castro, con un “sentido de grandeza”, igual al de los “grandes” cristianos. Es hoy y Moshe Shaul, quien mejor ha estudiado desde Israel el devenir sefardita , registra que “los sefaradis de Yerushalayim (Jerusalem) eran considerados komo la aristokrasia gjudia del paiz i una de sus principales karakteristikas era la “grandeza” ke sus antepasados avian traído de Espanya, a diferencia de los eshkenazis que se mantenian de donaciones de las comunidades djudias, la mayoría de los sefaradis se mantenian de sus lavoro, considerando un punto de onor no depender del ayudo de otros”. Lógicamente, estos sefaradis no son los que se quedaron en España, los conversos. Pero luego abordaremos el crucial asunto de los conversos. Vámonos, antes, al origen de todo, al Paraíso. Al que dicen que estuvo entre el Tigris y el Eúfrates, porque España, según José Antonio Fontana no es precisamente el Edén. Jose Antonio Fontana, el catalán más español que he conocido, brillante econonista social, que no arbitrista, sindicalista más vertical que el mástil de la bandera de la plaza de Colón, escribió un libro original e irrepetible: “Abel en tierra de Caín”. Abel era el español y España la tierra de Caín, o la que nos había hecho “cainitas”. O sea que para Fontana no había dos Españas, sino que la dicotomía o la adversión era entre gea y etnia. Su tesis es tan brillante, sus argumentos tan convincentes, que antropólogos como José Antonio Jáuregui, recientemente fallecido, han quedado maravillados. Jáuregui, discípulo devoto de Salvador de Madariaga, en Oxford, navarro pero judío como Salvador, gallego pero hebreo también, me comentó que a Madariaga la tesis de Fontana le hubiera enloquecido. Por cierto, escritor “adánico” le llamó Ortega al híbrido equino español (mulo), como bautizó Foxá al intelectual coruñés. País montañoso, estepario, medio desértico, con una meseta que espanta a los andaluces cuando suben de Despeñaperros y a los vascos cuando bajan de Orduña. Y que a los catalanes les pone los pelos de punta; y así se les quedan hasta que se los peina el peluquero del Hotel Palace. Esta “gea” con apenas ríos navegables, sin la fertilidad de Francia, el deleitoso campo de Inglaterra, la dulzura de Italia o la suntuosidad de la tierra germana…es ciertamente “cainita”. ¿Por qué “tierra de Caín”? Otra razón asiste a Fontana que es quien la ha bautizado: la condición pecuaria de Caín, pastor en vez de agricultor como Abel. Nuestra tierra ha sido también “paraíso”, más para las cabras, y dominio de la Mesta que hizo de nuestros valles cañadas para su ganado lanar y no se vendía otra cosa en Medina del Campo y no se embarcaba algo que no fuesen productos del merino en los puertos cántabros. ¿Y qué hizo Abel para merecer ésto, para que le trajeran redivivo a España, a la tierra de su asesino? Llamar Abel al español es un bonito gesto de Fontana, que es muy indulgente. Porque Abel, ni sus descendientes, que mal pudo tenerlos si fue muerto tan joven, pisaron jamás esta península; entonces, y por muchos siglos más, el “finis terrae”. Por el contrario, sí que fueron los nietos de Caín quienes nos visitaron después del Diluvio. Miles de años, antes de que Gargaris y, luego, su hijo Habidis reinaran sobre los tartesios, llegó Túbal, quinto hijo de Jafet, que a su vez era el tercer hijo de Noé, y el más bendecido por su padre tras el buen comportamiento que observó cuando Noé bebió en exceso al salir del Arca. Jafet viajó por toda la cuenca mediterránea y aquí nos dejó a Túbal que sería el primer poblador de nuestra tierra. ¿Fue al habitar en España donde Túbal, que era de la mejor estirpe, se “cainiza”? Puede ser porque el Génesis habla de un “Tubalcaín”, al que sobrenombran “cainita”, forjador y que realiza trabajos de hierro y bronce. ¿Dónde? ¿Dónde podría ser que no fuera en Riotinto, entonces Tartessos? LOS PRIMOS DE TÚBAL, HIJOS DE SEM. Nos guste o no, éste es nuestro “Falcon Crest”, nuestro gran culebrón, que es necesario seguir desde el comienzo para llegar, no “de oca a oca y tiro porque me toca”, sino “de serpiente a serpiente y tu siempre sonriente”; desde la serpiente del Paraíso a la que figura en el emblema de ETA, junto al hacha afilada. La presencia semita en España se remonta quizás a la misma llegada del hijo de Jafet. Constituye una auténtica obsesión para todos los estudiosos, siempre un poco perversos, y también para los propios judíos, tomar como referencia la expulsión, no la arribada. Algo similar al Holocausto en los años cuarenta del siglo XX, del que todos conocemos el trágico final, pero no se nos cuenta jamás el origen y el nudo de lo acontecido en cuanto a la relación habida entre la sociedad centroeuropea y las comunidades judías instaladas en esos países durante los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX. Plantearnos las diferencias entre sefaradis y eshkenazis no tiene sentido ni ahora, que ya está olvidada la Diáspora, y mucho menos en l492 cuando no se había ramificado el antes tan tribalizado pueblo hebreo. Por no haber diferencias no las hubo siquiera en la Córdoba almohade entre Maimónides y Averroes, hasta el punto de que el judío y el musulmán crecen juntos en Córdoba y vuelven a coincidir en la elección de su exilio común en Fez. En lo que sí difiere la actitud de ambos grupos étnicos, “moros” y judíos”, es en la manera de resolver el problema de su fe religiosa cuando llega el momento de abjurar o convertirse. La distinta actitud que manifiestan de forma, casi general, ambos creyentes, cuando pesa sobre ellos la expulsión, determinará la influencia fatal que este hecho tendrá para España y para los españoles a lo largo de nuestra historia; hasta hoy mismo. La incesante actividad de los llamados conversos, hasta el momento presente, rige y corrige permanentemente la vida española. ¿Hasta el 11M? Puede ser. Si le pedimos su opinión sobre este asunto a Sánchez Albornoz mira a otro sitio. Don Claudio siempre dirige la vista hacia…León. Si se lo preguntamos a Castro… don Américo, si no le mira don Claudio, y porque no quiere discutir, nos habla de algo que no le gusta nada, pero que utiliza en un par de ocasiones cuando tiene que llegar a la médula, al tuétano del quebranto que nos produjeron los conversos: el “odiamiento”, que sólo los conversos – incluso Teresa la Santa, conversa- podían profesar al tener presente la casta de las personas.”No la raza, la casta. Pues los rasgos raciales se perciben con los ojos y los castizos son invisibles”. Hay otra ocasión en la que Américo Castro vuelve a hablar de”odiamiento” – que, pienso yo, sería un odio pertinaz-, como el “enamoramiento” es un amor obsesionado. Es cuando dice: “A medida que han ido apareciendo más escritores de ascendencia judía, los odiamientos han guiado los juicios de los sabios y eruditos”. “Odiamientos” entre cristianos viejos - según Castro, con arrojo, dinamismo político y escasa cultura-, y conversos - tildados de cobardes, intelectuales, diestros y con vigor expresivo-. A estas virtudes atribuye Castro que, en cuanto los conversos cogen la pluma, los españoles pueden leer el Libro del buen amor, del Conde Lucanor o Tirant lo Blanch. El problema es tan secular y sus consecuencias tan vigentes que esta cuestión no se debe despachar dándole “tres cuartos al pregonero”. Pasan los años, los lustros, y quizás pasen los siglos, y nadie como don Gregorio Marañón diagnosticará mejor esta enfermedad, ya con metástasis, que aflige a este país. Su famoso “ojo clínico” le permitió descubrir el mal y su talla intelectual, hacer la “historia” del paciente. Marañón llega a la cuestión muy versado tras investigar y escribir magníficos ensayos sobre el Conde Duque de Olivares, Luis Vives, El Greco y Toledo, y, cómo olvidarlo, sobre Antonio Pérez. Se arma de valor- el que ha faltado siempre y sigue faltando, tanto a la inteligencia de izquierdas como a la de derechas-, y coge el toro de los judíos en España “por los cuernos”. “ABEL y LA EXTRAÑA FAMILIA” Nuestros parientes semitas que tanto han modificado nuestra raza autóctona y tanto han contribuido a alterar el curso de nuestra historia componen una familia tan extraña como la que buscó para Maribel el comediógrafo Miguel Mihura. Cuando Gregorio Marañón decide hincar el diente a este espinoso tema comienza por aclarar que en contra de la cifra tan aceptada de una expulsión de España de más un millón de israelitas, “seguramente no pasaron de 150.000”. Si fuera así, un millón serían no los que se fueron sino los que optaron por quedarse “a cambio de abrazar la religión católica”; porque ya en el siglo XVI hay que hablar de “catolizarse” que era, y es, más que “cristianizarse”, una secuela de tanto hablar de “cristianos viejos” y “nuevos” Y un millón de “judíos conversos”, si en aquel momento suponían más de un diez por ciento de la población, significaron para los sucesivos censos a lo largo de cinco siglos una multiplicación que hoy alcanzaría a una sexta parte de nuestra actual población. Este porcentaje sería superior si incluyéramos los “mestizos”, los judeocristianos que quizás en la actualidad sería revelante; no entonces, cuando era muy raro, como dice Castro, que los conversos se casaran con alguien que no fuera de los suyos. Tal masa judaizante incorporada a la sociedad española, y a pesar de lo que defendía Sánchez Albornoz, sí fue capaz de desnaturalizar y desvirtuar el “original” pueblo español, que según don Claudio se basó en la tradición y la etnia germánicas que “tuvieron enorme trascendencia en su nacimiento y en sus formas de vida”. Hasta el punto de que “entre la sociedad hispano-goda y la astur-leonesa no hubo ninguna cesura y la ruina y caída del Estado hispano-godo más acentuó y revitalizó, que debilitó y extinguió, la acción del elemento germánico en la vida del pueblo llamado a resistir las embestidas musulmanas. Castilla nació como mezcla de cántabros, vascos y godos; en esta simbiosis influyeron activamente las formas de vida germánicas, en las que se afirmó nuestra pasión por la libertad y un vivaz sentimiento de igualdad”. En esta tesis de Sánchez Albornoz, que contempla la pugna del Islam contra la España cristiana, no se incluye la interferencia que produjo en nuestro devenir histórico y en la formación de nuestro “espíritu nacional”, la penetración casi siempre subrepticia de la colectividad israelita que tuvo a bien aposentarse para siempre en estas tierras y generar una España, distinta a la que iba a haber sido. Una España que a lo mejor es “la otra”. De ser así, habríamos encontrado una explicación histórica al enigma de las dos Españas; cuestión, por desgracia, aún latente en el siglo XXI. ¿Qué hace Gregorio Marañón en “Españoles fuera de España”? Más que “tirar de la manta”, que era la amenaza que pesaba sobre los sospechosos judaizantes y que consistía en algo que pocas veces se practicó: descubrir el tapiz que contenía los nombres de los conversos del pueblo o de la parroquia y que permanecía enrollado y colgado a gran altura en el interior de las iglesias, el Dr. Marañón desmantela, desarbola, una serie de mentiras que siguen aparejadas en los palos de la nave de nuestra leyenda negra. LAS “RECTIFICACIONES” HISTÓRICAS DEL DR. MARAÑÓN Niega la mayor sobre la expulsión cuando dice: “Se ha pintado con colores siniestros la crueldad de la persecución; y fue, sin duda, la más inteligente y, por tanto, la menos inhumana de todas las persecuciones antisemitas que conoce la Historia. Las consecuencias fueron desgraciadas para España, pero no porque el país se arruinase con la ausencia de los industriosos judíos, pues éstos siguieron siendo los banqueros de España… Desde fuera, con el gran poder de sus riquezas y con la tenacidad implacable de la raza, los judíos se convirtieron el aliados permanentes y eficacísimos de los enemigos de la España católica; yo creo que no por ser católica, sino porque era fuerte…Los judíos expulsados favorecieron, en consecuencia, al poder mahometano, a las naciones protestantes coaligadas contra España y, eventualmente, a los países católicos que luchaban contra los españoles; incluso en las ocasiones en que actuaba como antiespañol, al Papa mismo” En cuanto al “poder mahometano”, y a propósito de Antonio Pérez- ¿judaizante?- a quien Gregorio Marañón bien conocía y llamó “gran bribón, adulador, amoral y afeminado”, basta conocer la trama de la traición que planeó el secretario de Felipe II para que Francia y luego, Inglaterra invadieran España. Para la invasión Pérez siempre garantizó que se contaba con la ayuda de los moriscos españoles que se sublevarían en Valencia, Aragón, Andalucía y Castilla. No se consumó esta invasión pero, conocida la conspiración, este fue el motivo de la expulsión de los moriscos en l609. Razones políticas y no razones de religión. La Inquisición nunca persiguió a los moriscos, como dice Marañón, “ a pesar de su resistencia inexpugnable a convertirse al cristianismo…Los moriscos eran más tenaces en su fe, o menos hipócritas, que los judíos y muy raramente adoptaron, o fingieron adoptar el catolicismo”. Dos apuntes muy interesantes: No hubo intolerancia religiosa con los moriscos puesto que primaba el interés económico y la propia iglesia, la aristocracia y la corona cultivaban sus tierras gracias a los musulmanes, magníficos agricultores y, además, mano de obra muy barata. Y, también, que fue una expulsión muy relativa ya que, al cabo de pocos años, y al no haberse podido aclimatar en Francia, volvieron furtivamente a España para unirse a los que , “ con diversos pretextos se habían quedado, que fueron muchos”. Señala Marañón que “aún existen regiones, como Valencia y Murcia, donde las características raciales y las costumbres recuerdan a la pintoresca vida de aquel pueblo”. Y deja claro quizás el aspecto más importante y que vuelve a señalar a los judíos como responsables de la agitación de los “pacíficos” moriscos en aquella – ¿y otras? – conspiraciones. “Intervinieron los sefarditas españoles, hijos de los judíos emigrados, y sus hermanos, los falsamente conversos que habitaban la Península. Moriscos y judíos, en tiempos de paz, se odiaban más que los moriscos o los judíos a los cristianos. Pero ante el enemigo común, es decir, ante la monarquía católica, se unían con subterráneo fervor”. En el capítulo de las “conspiraciones” se inscribiría, como contribución de Américo Castro, nada menos que el Movimiento Comunero, utilizado y difundido como”rebelión democrática y “europea” cuando fueron alteraciones de los conversos contra la Inquisición que disfrazaban su acción con supuestas objetivos políticos para lo que utilizaron patriotas testaferros. Pero en la enmienda de las tergiversaciones nadie aventaja a don Gregorio. Una por una, éstas serían las grandes rectificaciones que aporta el Dr. Marañón para aclarar los puntos oscuros en la intervención del pueblo judío en nuestra historia y que tanto ha influido más para mal que para bien en nuestro modo de ser. - Prevaleció la mentira y la falsedad en el comportamiento hebreo. La casi totalidad de sus conversiones fueron fingidas y la simulación fue, desde entonces, su norma de actuación. - Los falsos convertidos, o marranos, seguían actuando no sólo como banqueros y comerciantes, sino en los puestos de más responsabilidad del Estado, y en ocasiones en la Iglesia Nacional. El Cabildo de la Catedral de Toledo estuvo lleno de marranos y marrano resultó hasta uno de los confesores de Felipe II. (Podemos añadir a este dato de Marañón un precedente: que también llegó a convertirse en obispo de Burgos, don Pablo de Santa María, que antes había sido rabino de esa ciudad) - Hoy podemos afirmar que una de las fuerzas que contribuyeron a la caída de la Casa de Austria española fue la influencia israelita ejercida por quienes se instalaron en la frontera franco-española. Desde allí se dirigía, en gran parte el comercio español, y con el comercio una parte de la política. Gracias a ellos se realizaba el espionaje que favoreció a Francia y que dirigió Antonio Pérez. (Eran los “ladinos”, los fronterizos. Y en una famosa “bilbainada” se explica su personalidad a propósito de Carbonell, un “bochero” hebreo al que se le llama “ladino francés” al que le tocó la lotería y puso en la Plaza Nueva una gran peluquería). - Los israelitas del sur de Francia, todos con nombre español o portugués, intervinieron activamente en las constantes guerras civiles españolas. En gran parte estas guerras fueron preparadas o dirigidas desde la frontera francesa. (¿Intervinieron también en nuestra última guerra civil? Dejemos que opine Marañón en el siguiente párrafo) - Los judíos ayudaban a los partidos liberales, desde que suprimieron la Inquisición, tribunal odiado por la raza con evidente exageración”.(Porque) “los tribunales civiles en España y en toda Europa, eran más duros que los del Santo Oficio y sus jueces, casi sin excepción, menos inteligentes que los inquisidores. Como ha demostrado un gran escritor e investigador de esta raza, Salomón Reinach, la Inquisición jamás persiguió a los judíos, sino sólo a los marranos; es decir a los falsos convertidos que, una veces eran excelentes ciudadanos, pero otras agentes políticos y religiosos que actuaban en la sombra contra el Estado español. - (Entre quienes responden a este perfil y no el más influyente que los ha habido y sigue habiendo en gran número, Marañón destaca a uno: El ministro Mendizábal ( de origen converso y “ladino” en Francia y en Inglaterra) dueño de la hacienda española y autor de la expropiación de los bienes de las órdenes religiosas, tuvo relación íntima con los banqueros israelitas de Bayona.( En torno a Mendizábal habrá que investigar también sus relaciones con Espartero o con “El maragato”, con el que hizo un negocio inmobiliario más interesante que el del Marqués de Salamanca: el derribo - incluido San Felipe y sus Gradas- y la construcción de todas las fincas de la Puerta del Sol. Sería el primer escándalo del ladrillo en España, a cargo de nuestros progresistas francmasones). - La mala pasión de los antisemitas ha exagerado muchas cosas, pero se han dejado de decir muchas otras absolutamente ciertas e importantes…(El problema judío) tuvo profundas repercusiones, hasta ahora no bien valoradas, en la política de España. A LA BÚSQUEDA DEL ESPAÑOL PERDIDO Al llamar “progresistas” a los que quizás sólo eran “liberales”, incurrimos en un error que no perdonaban Sánchez Albornoz ni Américo Castro. Castro negaba la existencia en el siglo XIX, ni nunca, de “dos Españas”; una reaccionaria y otra progresista. Pero reconocía que “ a la postre, la progresiva, siempre será aplastada por la reacción”. “Se llama reacción al mantenimiento de los hábitos inveterados y progreso a las ideas y formas de cultura importadas del extranjero”. Y así desautoriza “el invento”, lo llama, de las dos Españas. Y subraya: “Es puro verbalismo porque diferencias de niveles de cultura, de religión, de ideología,se dan en Inglaterra, en Francia o en Suiza, y no por eso los pueblos de esas naciones están partidos en dos fracciones incompatibles entre sí”. Naturalmente, Castro recurre a su gran argumento – “el ser”, “la casta” – para corregir el problema de la “existencia” dual, esquizofrénica, producida por las dos Españas. “Nuestro “estar”, la vida auténticamente española ha consistido en lo que llamo “conciencia de inseguridad”, en la necesidad de convivir con personas y cosas que no son como uno desearía y en rebelarse contra el hecho de que así sea”. Esta observación es clave ya que Castro plantea la necesidad de la tolerancia, el esfuerzo por conseguirla, pero la dificultad del propósito por la aparición inevitable de la intransigencia. Castro, como hemos visto, habla de la “verdadera España” y excluye la que el juzga como “la España semitizada hasta el tuétano, por la acción de ciertos conversos, que fundieron la religión con el estado, con una rigidez criticada por la Iglesia romana…” Comparto de tal manera esta afirmación que tengo escrito, tiempo ha, que no sólo los excesos del Barroco, que no gustaron a los Papas, sino hasta el Nacional Catolicismo, tan reciente, son frutos del injerto iglesia-estado de autoría hebrea. Esta reacción del “cristiano viejo”, que seguro en malahora quiso llamarse así, y si tuvo que hacerlo fue porque abundaban en demasía los “cristianos nuevos” que sin probar el tocino y hasta considerando “gentiles” a quienes lo comían, consistió en “mantenerse dentro de uno, asido a la conciencia de “ser yo”, “el de mi casta”. Si el cristiano viejo se hubiera entregado a la ciencia, su persona se le habría ido de las manos, se hubiera hecho sospechoso; y el converso no dejaba de serlo por cultivar la ciencia. Hubo, por tanto, absoluta necesidad de determinar, clara y tajantemente, quién era más persona”. Quizás éste sea el único modo para que tras la poda de nuestro árbol genealógico pusiésemos descubriéramos, ¿subido en el árbol? al español “individual” nos puede conducir al conocimiento del ser de España. Al carecer de un colectivo nacional, no cabe la reducción y la síntesis sino la suma de individualidades. Y Castro recuerda que “Individualismo”, fuera del mundo hispánico se refiere a lo hecho por la persona sin injerencia de la colectividad o del Estado, “Individualismo”,en sentido español, apunta al potencial voluntarioso que la persona siente bullir dentro de sí; el resultado importa menos que la conciencia de existir esa tensión interior. O sea que al español le importa ser no el protagonista o el autor de hacer algo sino sentirse capaz de hacerlo; y el hecho de hacer algo, no el valor de lo que se hace. “De ahí la desproporción entre el volumen del arte español y el de la ciencia, la filosofía o la técnica españolas”. Al español le bastaba con poder decir “yo soy quién soy”, o “yo sé quién soy”…Es nuestro individualismo, nuestro “hidalguismo”, nuestro anarquismo y nuestro “existencialismo”, nuestra “manera de estar”, que es fiel correlato de nuestra “manera de ser”. Pasado el tiempo el linaje y la “limpieza de sangre” pasaron a segundo término, pero el concepto de casta prevalece a lo largo de las doce o quince generaciones que nos separan del siglo XVI. Esta misma consideración hacía José Cadalso en el siglo XVIII, en sus “Cartas Marruecas”: “Si el carácter español, en general, se compone de religión, valor y amor a su soberano, por una parte, y por otra de vanidad, desprecio a la industria (que los extranjeros llaman pereza) y demasiada propensión al amor, si este mismo conjunto de buenas y malas cualidades componían cinco siglos ha, el mismo compone el de los actuales. Por cada petimetre que se vea mudar de modas siempre que se lo mande su peluquero o sastre, habrá cien mil españoles que no han reformado un ápice en su traje antiguo. Por cada español que oigas algo tibio en la fe, habrá un millón que sacarán la espada si oyen hablar mal de tales materias. (Recordemos, además , que el español tiene un Dios personal. Lo tiene, y a El apela hasta el Don Juan de Zorrilla: “El Dios de Don Juan Tenorio”,dice) Por cada uno que se emplee en un arte mecánico habrá un sinnúmero que están prestos a cerrar sus tiendas por ir en busca de una ejecutoria”. Cadalso se refiere a la aventura. (La “utopia” no hizo gran fortuna en España porque aquí ya teníamos la “quimera”, que es “un sueño más imposible”). Y esta tendencia la considera “incorregible”: “El proverbio que dice Genio y figura hasta la sepultura, sin duda se entiende de los hombres y mucho más de las naciones, que no son otra cosa más que una junta de hombres, en cuyo número se ven las calidades de cada individuo”. Como luego Larra y Ganivet, Cadalso reflejó perfectamente la España del XVIII, que, sustancialmente y a pesar de los enormes cambios habidos, sigue siendo, cambiando el nombre de las costumbres y de las aficiones, anhelada manera no de vivir pero sí “ de estar”. En una de las “cartas” Gazel describe a Ben-Beley lo que ha visto en España: ”Son muchos millares de hombres los que se levantan muy tarde, toman chocolate muy caliente, agua muy fría, se visten, salen a la plaza, ajustan un par de pollos, oyen misa, vuelven a la plaza, dan cuatro paseos, se informan en qué estado se hallan los chismes y hablillas del lugar, vuelven a casa, comen muy despacio, duermen la siesta, se levantan, dan un paseo en el campo, vuelven a casa, se refrescan, van a la tertulia, juegan a las cartas, vuelta a casa, rezan el rosario, cenan y se meten en la cama”. Después de leer este párrafo magistral donde Cadalso nos relata esa “forma de estar” del español en la vida, es el momento de vincular ese “estar” con el “estilo” del que el propio Cadalso es modelo y precursor. Modelo y ejemplo de “estilo” lo consideró J. Marichal en el estudio que con el título “Cadalso, el estilo de un hombre de bien”, publicó en l957, en “Papeles de Son Armadans”. Y precursor porque en el “regeneracionismo”, pero sobre todo en la Falange joseantoniana, el “estilo”– junto con el “decoro”– era uno de los conceptos más queridos. MITOS Y SAMBENITOS DE LA “ESPAÑOLIDAD” Textualmente, a “maneras de estar en la vida” se refiere también Claudio Sánchez Albornoz, cuando admite que ocho siglos de contacto pacífico o agresivo con moros y judíos, acentuaron algunas “maneras”, modificaron otras y crearon algunas nuevas, pero en cuanto a los rasgos que ya habían caracterizado secularmente a los hispanos (hipano-godos) Sánchez Albornoz destaca: “El ímpetu, la resistencia, el desdén por la vida, el amor a la independencia, la sobriedad, la ausencia de crueldad, la inclinación a dejarse arrastrar más por la fe en un hombre que por la atracción de una idea y su disposición a llegar hasta el sacrificio de la vida por ímpetus místicos y pasionales”. ¿Cuántas y cuáles de estas virtudes o defectos han desaparecido en los últimos tiempos? Porque don Claudio las consideraba vigentes desde antes del comienzo de nuestra era. “Estas viejas características temperamentales de los españoles anteriores a Cristo se vieron atemperados durante el señorío romano, pero reaparecieron en los siglos medievales, sobre todo en los menos romanizados montañeses del norte, desde gallegos a vascones, que son quienes iniciaron la restauración de España, después de la invasión muslím. El visigótico fue el único pueblo que se integró en lo hispánico”. Hablar de los hispánico cuando se rechaza incluso lo español, es un esfuerzo vano. Y reivindicar la “españolidad” cuando patria y nación son sustituidas por nuestros “cuerpos extraños” por país o estado, es tarea inútil. Dudo de la capacidad de estos “paisanos”, que no “compatriotas”, para comprender algo que no alcanzaron ni sus ascendientes, los primeros conversos. - Frente a las perplejidades de Maimónides y las conjeturas de Averroes, el español prefería las certezas, nacidas del dogma, de la Fe. - El español se encontraba satisfecho, poseedor de las claves de su “viejo” cristianismo, rechazaba otras interpretaciones y no necesitaba “erasmismos” cuando le bastaba lo aristotélico, lo tomista y lo escolástico. - Aceptó, pero no hizo uso de los caminos de perfección ni de los misterios que le brindaban los místicos y los “alumbrados”. Su “Civitas Dei” le resolvía y le conciliaba la idea de solar patrio y de imperio. - Con el barroco se encontraba confortable y reconfortado. Porque lo entendía, lo saboreaba y le gustaba. - La “mesura constante”, que según Menéndez Pidal, junto con el “decoro absoluto” tanto practicaba El Cid, eran virtud de ricos y pobres que compartían el desdén y preferían un “buen pasar”, la “medianía”, pero no la “mediocridad”. Porque la medianía no excluía la “grandeza”. De la que presumían, y presumen, tanto los sefarditas de Jerusalem y Estambul, como en Fez los descendientes de los moriscos expulsados. Hasta Don Juan Tenorio lo recuerda “Sólo vive con grandeza quien hecho a grandeza está”. La grandeza no se adquiere , se tiene. - Al “nobleza obliga” (francés), precede y supera la “hidalguía” española: que suma arrogancia, orgullo y, sobre todo, el honor (calderoniano) que se basa en la “fama”. La “fama” justifica la exigencia de “limpieza de sangre”, la condena de la simulación y en el fingimiento en la conversión de los marranos, y el respeto a la sinceridad del mozárabe y del muladí. - El pavor a la infamia, y el terror a ser infamados, herencia hispano-goda, propicia una conciencia escrupulosa en la familia y en la sociedad que la iglesia católica española ha utilizado con habilidad y …astucia. - La trascendencia, el amor perfecto, la aventura caballeresca, completan la esencia y la existencia españolas, más pendientes de la quimera que de la alquimia y de las ciencias ocultas. Antes que la piedra filosofal, el español busca el Dorado o la Fuente de la eterna Juventud. No podía ser de otra manera. La “españolidad” ha logrado, de forma natural, sin grandes sistemas filosóficos, sin procesos sincréticos, sin traumas, cristianizar la mitología, mitificar el cristianismo, “occidentalizar” Oriente, “orientalizar” Occidente, bendecir lo pagano y sacralizar lo profano, en una hierofanía secularizada que hace al monje soldado, al soldado “jesuita”, en una teología que el español ha convertido muchas veces, en una teogonía a su medida. Esta visión demasiado ortodoxa de la “españolidad”, pero aún vigente en un sector “no tan minoritario” de nuestra sociedad, vuelve a estar contestada y proscrita no por la otra España – que a lo mejor no existe – sino por los habitantes de esta tierra que lo que no quieren es ser españoles. Les asiste el derecho a no querer serlo, pero no a empecinarse en hacer de esta península, y de sus islas, el escenario de una lucha cainita. --------------------------------------- Parecían ya saldadas las deudas con la última guerra civil, cuando la actual inmigración salvaje y desmedida que padecemos ( por culpa de la codicia de los españoles que no aman la mesura), y que sobreviene cada vez que comenzamos a disfrutar de cierta paz y prosperidad (estamos condenados a la parasitación: de los piojos en la pobreza y de la inmigración en la abundancia), pues, una vez más, las visitas nos vuelven a impedir a la gente de casa la terminación de la obra que habíamos emprendido, la realización de algún viejo sueño e, incluso, no nos dejan sólos y tranquilos para acometer alguna de las famosas “revoluciones pendientes”. En el presente, y malogrado el último “sugestivo proyecto de vida en común”, que habíamos iniciado con la dictadura y habíamos casi ultimado en veinte años de “transición”, resueltos los problemas materiales, ahora nos han distraído y perturbado con demasiados afanes ajenos, que ni nos van ni nos vienen. Levíticamente azacaneados, hemos debido renunciar, otra vez, a contestar a las preguntas nunca respondidas sobre “quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos” y, sobre todo, a la pregunta fundamental: Cuando decidamos a dónde vamos, ¿quién va a pagar el viaje? Sin duda es nuestro castigo. Y tiene visos de suplicio. A veces me asalta la sospecha de si, en lugar de Túbal, nuestro fundador no haya sido… Tántalo… y Sísifo.

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