sabado 21 de octubre de 2006
De abyectos, abreculos y de un periodista calvo
Miguel Martínez
N O es que a un servidor le caiga especialmente bien Boris Izaguirre. Aunque cuando no sobreactúa expresa cosas interesantes -especialmente en sus facetas de escritor y de colaborador de radio- esa actitud suya, probablemente postiza, de loca acelerada y exhibicionista demuestra que en este país, con demasiada frecuencia, más despunta uno por lo mucho que grite o por las barbaridades que lleve a cabo, que por lo inteligente de sus ideas o comentarios. Federico Jiménez Losantos es un ejemplo, obviamente en lo de gritar -un servidor se reserva de momento su opinión respecto a lo inteligente de sus comentarios-, y parece que el hombre coincide en esta apreciación de que más se escucha a quien más grita, cuando en cierta entrevista manifestaba que, al preguntarle uno de sus hijos si no podía decir las cosas de otra manera (supongo que se refería a que emplease otro talante, menos agresivo), le respondía el radiopredicador algo así como “si yo dijese las cosas de otra manera a buenas horas ibas a poder estudiar tú en los Estados Unidos”. Y probablemente no le falte razón, que acabo de caer en la cuenta de que a consecuencia de sus despropósitos he citado en mis columnas al locutor/histeriador -con “e”- bastantes veces. Muchas más de las que me he referido a buenos periodistas y/o columnistas -algunos de ellos amigos, como mis queridos vecinos Concostrina (menos vecina desde que fichó por Radio 5), Pla, Arbolí o Juan Urrutia, entre otros- a los que, además de apreciar mucho, admiro profundamente aunque no siempre coincida con las opiniones vertidas en sus talentosos artículos. Y es que eso de decir barbaridades -cuantas más mejor- y lo de azuzar polémicas –me estoy refiriendo de nuevo al radioprediacador y no a mis queridos vecinos- vende que es un contento. Que se lo digan, si no, a los redactores de los programas de telecaca que saturan las parrillas de programación de casi todas las cadenas de televisión. Y les hablaba de Boris Izaguirre a propósito de ciertas manifestaciones perpetradas por un periodista calvo de la era TVE/Urdazi, y ruego a todos los calvos –entre los que estoy a medio paso de contarme- que no se tomen a mal la expresión, que dicho vocablo actúa en la frase como adjetivo calificativo descriptivo, y en ningún caso pretende resultar peyorativo. Lo cierto es que, después de ver cómo el susodicho periodista alopécico se cabreaba en una tertulia televisada cuando un telespectador se refería a él como “el señor de la corbata” en vez de llamarlo por su nombre y apellido como él reclamaba a gritos -“¡Me llamo Fulanito de Tal!”, vociferaba airado-, un servidor no ha podido resistirse y, sacando su vena más gamberra, se ha obligado, más que nada por chinchar, a no llamarlo por su nombre, al menos en esta columna de hoy, que más barbaridades expresará y más despropósitos vomitará el señor calvo de la corbata para que un servidor se refiera a él, en sucesivas ocasiones, por su nombre y apellido, tal y como a él le gusta. En dichas manifestaciones, el periodista pelón se despachaba a gusto con -o mejor dicho contra- el señor Izaguirre con esta perla que a continuación les transcribo: “Hablo de un abreculos que se llama Boris Izaguirre, un personaje abyecto que en cualquier otro país del mundo estaría en estos momentos sencillamente en la clandestinidad”. Y no sé a ustedes, mis queridos reincidentes, pero a un servidor le cuesta trabajo hacerse una idea de lo que en realidad quiere expresar este señor calvo de la corbata, quien –dicho sea de paso- fue repetidamente tildado de comisario político del PP en su etapa de conductor del programa “El Tercer Grado” en TVE/Urdazi, cuando suelta tamaño exabrupto. Intentemos analizar la frase en profundidad, cómo no, recurriendo a mi adorado y siempre servicial y dispuesto Diccionario de la Real Academia: Personaje. Tres acepciones: 1ª. Persona de distinción, calidad o representación en la vida pública. 2ª. Cada uno de los seres humanos, sobrenaturales o simbólicos que intervienen en una obra literaria, teatral o cinematográfica. 3ª. Beneficio eclesiástico compatible con otro. Abyecto. Dos acepciones: 1ª. Despreciable, vil en extremo. 2ª. Humillado, abatido en el orgullo. Observarán mis queridos reincidentes que he obviado la búsqueda de la agrupación fonética codificada como “abreculos” por no hallarse en el diccionario a diferencia de otras palabras compuestas como abrecartas, abrecoches o abrebotellas, por lo que sólo nos queda la opción de especular sobre el sentido que el señor calvo ha querido dar a dicho palabro, descomponiendo lexema y sufijo. Aunque aquellos de mis reincidentes que sean malpensados quieran imaginar que dicho calificativo tiene que ver con la condición de homosexual que el señor Izaguirre no ha ocultado nunca, comprobarán –si disponen del suficiente tiempo o paciencia para continuar con este enrevesado ejercicio sintáctico-morfológico barato- cómo el señor calvo no es tan mal nacido como para condenar a la clandestinidad a nadie sencillamente por su condición sexual, como hiciera Hitler en sus mejores años; que una cosa es ser conservador y pensar que eso del matrimonio gay es excesivo pero que, a la hora de encamarse, allá cada cual con sus posaderas, y otra muy distinta ser, a estas alturas, seguidor de las teorías fascistoides de aquellos que equiparan a terroristas, maricones y catalanes como afirmaba Losantos en uno de sus salmos radiofónicos estrella. Y hablando de Losantos, sigamos con la palabra “culo”. En este punto un servidor quiere confesarles la sorpresa, próxima al pasmo, que ha sufrido al encontrar la palabra “culo” en el diccionario cuando, tras comprobar sus múltiples y variopintas acepciones, ha verificado que para la RAE “tomar por culo” es ser sodomizado mientras que “dar por culo” es, sencillamente, molestar, equiparando la expresión “dar por culo” a la de “dar morcilla” . De esto se desprende que un “abreculos” –que es el que da y no el que recibe- ha de ser por fuerza -así lo establece la RAE y un servidor no duda de que el periodista calvo conoce perfectamente el significado que la Real Academia otorga a las palabras- una persona propensa a molestar. Por tanto, recapitulemos: “Hablo de esa persona incisiva y mordaz (propensa a molestar = abreculos) que se llama Boris Izaguirre, una persona de calidad y distinción (personaje), humillada (abyecto/a), que en cualquier país estaría sencillamente en la clandestinidad. Observen cómo queda la frase sin paréntesis: “Hablo de esa persona incisiva y mordaz que se llama Boris Izaguirre, una persona de calidad y distinción, humillada, que en cualquier otro país estaría sencillamente en la clandestinidad“. Es obvio que la frase se encuentra inacabada, y que muy probablemente haya sido manipulada alevosamente sabe Dios con qué fines, pero parece claro que lo que viene a querer decir nuestro periodista calvo es que el señor Izaguirre, al ser incisivo y mordaz, es humillado, pese a ser persona de calidad, y que en cualquier otro país su mordacidad lo llevaría a la clandestinidad, pero que en éste hasta los periodistas calvos y conservadores le lanzan flores. De lo que se desprende que el señor Dávila -viendo que no pone a Boris como un trapo a causa de su sexualidad, como en un principio parecía, creo que se merece se le nombre, al menos por su apellido- admira no sólo al señor Izaguirre sino a este país, país que pese a la mordacidad de Boris– y ya saben lo molesto que suele resultar eso a los gobiernos- le permite que siga en el candelabro –que diría la Mazagatos- saliendo al aire en radio y televisión, en vez de relegarlo a la ilegalidad como seguramente ocurriría en países menos avanzados que el nuestro con los presentadores de TV o locutores de radio propensos a molestar al gobierno con su mordacidad y/o con sus salmos y pasajes abreculos de abyectos columnistas y abyectos radiopredicadores.
sábado, octubre 21, 2006
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