sabado 21 de octubre de 2006
Breves apuntaciones sobre Llanes y otras circunstancias
Antonio Castro Villacañas
A mí siempre me ha gustado viajar por España para poder conocerla más y mejor. Confieso que la conozco bastante bien, aunque por diversas circunstancias se me hayan "escapado" algunas de sus comarcas y rincones, que ahora lamento no haber recorrido con el tiempo que merecen. Entre ellas están, por ejemplo, las que integran la Cataluña interior, de Pirineos para abajo. Ya es tarde para remediar ese mal, pero no para confesar la añoranza que siento por un bien perdido, el deseado apenas entrevisto desde el frontal de mi coche en los kilómetros recorridos entre Lérida y Barcelona o a lo largo de las carreteras vecinas del mar. Otra zona que también ahora echo de menos, por haberla pasado deprisa y corriendo hace cincuenta años, es la que compone el concejo de Llanes, la hermosa población costera del Cantábrico. De ella me ha hablado estos días uno de mis cotidianos contertulios matinales, un hombre con el que coincido en multitud de sentimientos y de ideas. Su primer calificativo sobre la ciudad y su enclave ha sido: es muy interesante. Luego, en la conversación prolongada,ha ido añadiendo más elogios y juicios: "Tiene solera, es un testigo de piedra -¿quién ha dicho que las piedras no hablan?- de muchos siglos y acontecimientos. Aparte de algunas ruinas medievales y renacentistas no demasiado bien conservadas, tiene abundantes casonas del siglo XIX y principios del XX, construidas por los indianos quhicieron fortuna en las Américas." Lo que más le ha gustado de Llanes a mi amigo, hasta el punto de recordarlo "de manera especial", es "un largo paseo cubierto con césped, -una pradera, de más de 2 Km. de longitud- que bordea un acantilado sobre el mar, por un lado, mientras que por el otro se abre a la población y a un valle sinuoso que se pierde entre colinas". "Una maravilla", ha sentenciado.También le ha gustado el casino, que me ha dicho es de "estilo vienés", advirtiéndome a continuación de que "una guía del Ayuntamiento dice que es de estilo ecléctico". Y recuerda con especial afecto "un par de calitas que las mareas llenan y vacían de mar", y "el puerto, y un café de principios del siglo XX, con billares y fotografías •sepia• de la estación del ferrocarril de vía estrecha, que en su tiempo debió de ser un prodigio de modernidad". Como es propio de nuestras conversaciones, pronto hemos pasado -a instancias de los demás contertulios- de las piedras a los hombres. "Abundan los veraneantes reincidentes", nos ha dicho, para explicarnos que allí reina "un ambiente familiar, sencillo y honesto", al menos durante el día, pues por la noche, ha confesado, "no sé cómo van las cosas", lo que todos hemos encontrado lógico teniendo en cuenta nuestra edad. Sin embargo, algo dedujo de "un cartelón que anunciaba un festival con exhibiciones de desnudos integrales, de varones y de hembras", que -según le pareció entender de unos comentarios- cada noche tenía llenos totales... "Así están las cosas en todas partes", dictaminó la corte de sus oyentes, que a continuación entró de lleno a considerar el siempre atractivo tema del sexo. "Todas las civilizaciones positivas -dijo el veterinario- han tratado de enoblecerlo y sublimarlo, o al menos no degradarlo". "Las que, en lugar de hacer eso lo han estimulado -añadió el profesor-, han acabado mal, y han llevado al hombre a la corrupción más estúpida". "El sexo tiene una gran fuerza", afirmó nuestro policía, y todos coincidimos en que "sin duda, ilusiona y motiva al ser humano". "No podemos olvidar -introdujo el médico- que, sin él, no existiría la vida", y esta aseveración motivó unos instantes de silencio. "Pero cuando el placer se exacerba y se busca de modo constante y sin límites, se convierte en algo triste y degradante", sentenció el farmaceútico, que es de todos nosotros el más próximo a la Iglesia, tanto en ubicación ciudadana como ideológica. Llegados a este punto, me atreví a decir que convenía separar el ámbito individual del social, el sexo hogareño e íntimo de su exhibición pública, etc. Todos aceptaron mi punto de vista. "Si el sexo se convierte en un espectáculo -dijo el viajero-, la sociedad acaba portransformarse en una pocilga..." "En una corte", dije yo sin ninguna mala intención, sólo para salir del tema, recordando que así se llama en algunas partes de España al lugar donde engordan y viven los cerdos. Entrados en política, nuestro turista nos informó de que le había sorprendido gratamente en Llanes el "ver tantas banderas españolas en los balcones y en las muñecas de los jóvenes y las jóvenas". "También abundaban las banderas del Principado", añadió. "Eso es normal", replicó no sé quién. "Pero lo que ya ni me gustó ni me pareció normal -adujo el viajero- fue la increible proliferación de simbología étnica: allí está el celtismo en horas de marea alta. Había tal abundancia y variedad de cruces célticas, que dudo mucho fueran todas verdaderas. Sospecho que son copias vulgares de esas •mandalas• hindúes que aparecen en ciertos libros de divulgación. Y, claro está, durante las fiestas -en honor de San Roque y su "perru"- las calles se llenaron de trajes asturianos, de gaiteros yde señoritas con panderetas". "¡Así empezó en Cataluña la •renaixença•!", le interrumpió el médico, que es de allí. "Yo me pregunto -dijo el veterinario- si esas banderas españolas son una manifestación póstuma de un auténtico sentimiento o una reacción frente a esa absurda marea". "¿Es la lira que hace frente a la gaita?", añadió el profesor, literato y político. "No sé -intervine yo-. A mí me parece que pueden y deben coexistir, cada una en su lugar y en su momento, sin olvidar que, tanto desde el punto de vista cultural como desde el histórico, la lira es una manifestación más culta y positiva que la gaita". La tertulia pasó pronto a hablar de Cataluña. Pero esta parte de nuestra conversación debo dejarla para la semana que viene.
sábado, octubre 21, 2006
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