lunes 16 de octubre de 2006
LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
El factor humano
Por Horacio Vázquez-Rial
Las desgracias ideológicas nunca vienen solas. En nuestro caso, el engendro intelectual llamado "Proyecto Gran Simio" produjo una proposición no de ley, presentada por el grupo parlamentario del PSOE, para la reforma de la Ley Orgánica 10/1995, de modo de tipificar como delitos "la explotación, experimentación, comercio, esclavitud, secuestro, tortura, maltrato o muerte de grandes simios" y, de hecho, extender a ese ámbito algunos derechos de los que suelen ser llamados "humanos", como si hubiese otros.
El padre de la idea, rápidamente adoptada por el presidente de la sonrisa, se llama Peter Singer, es australiano y profesor de bioética en Princeton, y detesta a Bush. Aboga por la "liberación animal", sea esto lo que sea.
Hace poco, Carlos Fresneda le entrevistó para el diario El Mundo y tituló el producto con una declaración tremenda del entrevistado: "Los simios son animales inteligentes y sensibles y merecen más derechos que un embrión humano". Frase en la que se resumen unas cuantas mentiras básicas. La primera: los derechos no se merecen, se conquistan, y eso sólo puede hacerlo el hombre. La segunda: la inteligencia también es una conquista, paralela a la de los derechos. La tercera: el embrión humano, por humano, tiene derechos a priori que el señor Singer prefiere ignorar y que, en incontables casos, nunca llegan a ser reconocidos, aunque no por razones naturales, sino por razones sociales e históricas.
Es lógico que el risueño presidente que padecemos tenga la Ética práctica de Singer entre sus libros de cabecera, que son pocos pero escogidos. Tienen en común muchas cosas. Los dos están contra la guerra de Irak, donde, según Singer, se intervino debido al maniqueísmo del presidente Bush, un hombre que "funciona con una ética de las entrañas a un nivel puramente instintivo que le impide analizar las situaciones en toda su complejidad": como un mono, vamos; y, lo que es peor, como un mono sin asesores, gobernando y tomando decisiones inoportunas sin límite alguno.
Claro que el señor Singer sabe que un presidente de los Estados Unidos es la persona más rodeada, controlada, aconsejada y contenida del universo mundo y que, aunque fuese tonto de baba, su capacidad para proceder en consecuencia sería muy relativa. Pero él prefiere insistir en su aparente ingenuidad porque es lo que le permite "explicar" a su manera la guerra de Irak.
"Ya vimos cómo funcionó esa ética [maniquea] en Irak –Sadam es malo y hay que acabar con él– y cómo estamos pagando ahora las consecuencias", afirma, como si Sadam hubiese sido una solución. "La proclamación de los ejes del mal anula desde el principio cualquier posibilidad de acción diplomática", continúa, como si Sadam fuese sensible a las presiones diplomáticas y lo hubiese demostrado a lo largo de la década que separó la primera parte de la Guerra del Golfo de la segunda, y como si la primera no hubiese sido hija de la política de Clinton. Y por fin: "Ahora le toca a Irán: lo proclamamos nuestro enemigo porque está tratando de enriquecer uranio (algo que nosotros llevamos haciendo hace más de cincuenta años). Nos negamos a hablar con ellos, fomentamos su aislamiento, cerramos las puertas a cualquier solución pacífica".
Parece inútil argumentar con el señor Singer que si Occidente hubiera cerrado la puerta a la negociación pacífica ya hubiese arrasado Irán y, lo que es más significativo aún, Irak y Afganistán.
Pues bien: lo que piensa Singer es lo que piensa su más importante lector en español. Más importante porque es el que más poder tiene, no por virtud intelectual.
Y Singer piensa, y dice en su Ética práctica, alimento espiritual del presidente de aquí, que "matar a un niño incapacitado mentalmente no es el equivalente a matar a una persona". Sí, no me he equivocado al transcribirlo. Y en la entrevista, completando esta barbaridad y la otra, la de los simios y los embriones, explica que él parte de "un planteamiento utilitario". "Creo que debemos tener derechos en consonancia con nuestras capacidades, con nuestra conciencia del mundo, con cuánto podemos sufrir... Un niño nacido con una enfermedad severa de discapacidad mental no es una persona con conciencia de sí misma".
Hitler no podría haberlo dicho con más claridad. Y no era más peligroso que Singer, porque si tenía el poder necesario para hacer de esas ideas una política, éste lo tiene para influir en los poderosos. Los dos, Singer y Hitler, coinciden también en lo de ser vegetarianos. Tal vez por la misma razón, "lo mal que tratamos a los animales".
Singer piensa y dice que "es razonable tomar decisiones sobre quién debe vivir o morir en situaciones límite, y de hecho ya estamos haciendo eso: cuando se pone la vida de la madre por delante de la del embrión en un diagnóstico prenatal, por ejemplo... En Gran Bretaña, hace unas semanas, se dio un caso de selección de embriones para prevenir la transmisión genética del cáncer: yo apoyo esa decisión". Claro, y cualquier persona sensata, porque se trata de mejorar la vida humana, que es lo que esperamos de la genética; el problema empieza en lo que sigue: "Si queremos llamarlo eugenesia, me parece una buena forma de eugenesia, aunque todos sabemos que es una palabra maldita, que arrastra la mala fama desde la época de los nazis".
Pocas veces se encuentra uno con tal despliegue de mala fe, con tal mezcla de barbarie y elogio de la ciencia en un solo párrafo. Lo más curioso es comprobar que esa confusión moral no es ajena a la vida del propio Singer, partidario de aplicar la eutanasia a su propia madre, enferma de alzheimer: su hermana se opuso, pero, de no ser por eso, él "le habría permitido morir seis meses antes".
La humanidad tardó milenios en alcanzar el reconocimiento de sus derechos, que no fueron establecidos como universales hasta 1776 en América y 1789 en Europa. El camino hacia los derechos, del ciudadano y no del súbdito, pero en todo caso del individuo, forma parte del proceso de humanización del hombre. Una cuarta parte de esa humanidad está hoy empeñada, en nombre del islam, en retrotraerse al siglo VII, a una ley supuestamente revelada que niega lo que hemos llegado a ser: bastante más que lo que nuestro ADN implica, entre otras razones porque hemos sido capaces de transmitir y, por ende, acumular experiencia: el factor humano. No bastan, pues, los argumentos del señor Singer, que tienen tan encantado al sonriente lector de Moncloa.
Afirma Singer en la entrevista que compartimos con los grandes simios el 99% del ADN, y "una vida mental y emocional muy parecida", con "amor, compasión y aflicción por la muerte de un ser querido", "conciencia de sí mismos y formas de pensamiento bastante desarrolladas". En realidad, lo que compartimos con los simios parece no superar el 96%; en cambio, tenemos un 99 en común con los ratones. Monos y ratones sirven muy bien a la experimentación en laboratorios debido a esa proximidad. Pero resulta que Singer, decidido a matar a su madre para que no sufriera, prefiere conservar con vida a los animales, fuera de los laboratorios, por la misma razón.
"Si un experimento con animales salvara vidas humanas, ¿usted lo apoyaría?", pregunta el periodista; y responde el gran ideólogo: "Si no hubiera alternativas, lo apoyaría. No soy un absolutista. Pero antes tendrían que convencerme de que no hay otra manera de llevar a cabo ese experimento y garantizarme que el sufrimiento sería mínimo".
¿Recuerda el lector las batallas que los científicos del bajo Medievo y del Renacimiento tuvieron que librar para poder establecer sobre cadáveres la realidad de la anatomía y de cosas tan primarias como la circulación de la sangre o el mecanismo respiratorio? Pues vamos a peor. Es normal que estos tipos, Singer y su lector presidencial, se alíen con los del siglo VIII.
La defensa de los derechos del simio es un ataque en toda regla contra los derechos del hombre. Aunque se trate de cuestiones técnicamente diferentes, porque los primeros entran de lleno en esa invención romántica, tan en boga entre los nacionalismos periféricos en España, que son los llamados "derechos colectivos": los derechos, que son una conquista del hombre para el hombre, son del individuo o no son. El derecho a expresarse libremente por la prensa, por ejemplo, que tenemos el señor Singer y yo, cada uno a nuestro modo, que el Gobierno español preferiría limitar y que sus socios en la alianza de civilizaciones se proponen abolir, no es un derecho de los simios. Tampoco el derecho de propiedad. Y para que no lo sean hay tantas razones naturales como jurídicas. Y éticas.
¿Por qué razón este hombre enseña bioética en Princeton, el viejo hogar americano de Einstein, que en algún momento de su juventud defendió la eutanasia, incapaz de comprender su relación con el nazismo del que había huido? A causa del dominio de lo políticamente correcto, que es una forma de rendición de Occidente ante el conjunto de sus enemigos, que son legión. Pero la corrección política está en retroceso en los Estados Unidos y, en cambio, vive su mejor momento en Europa, gracias a nuestras muy reaccionarias izquierdas.
vazquez-rial@telefonica.netwww.vazquezrial.com
Gentileza de LD
domingo, octubre 15, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario