sabado 21 de octubre de 2006
La España real
Javier del Valle
C ON el paso de los años cada vez camino más hacia el escepticismo, en especial en lo que se refiere a las actuaciones de los políticos, sean del signo que sean. En los medios de comunicación sólo aparecen trifulcas de nuestros representantes elegidos democráticamente a los que se apuntan algunos ilustres predicadores de los medios con lo cual pasamos el día tambaleándonos entre el cabreo y la crispación que se extienden en todos los terrenos de la vida. El caso es que cada vez veo a estos personajes, nuestros líderes, más alejados de la realidad, o, por lo menos, de la vida cotidiana de los más desfavorecidos: los inmigrantes que se ven obligados a trabajar de forma irregular, sin contrato ni seguro, y además son tildados de delincuentes en muchos casos de forma gratuita; o los ciudadanos de a pie, que tenemos que soportar como se encarece la vida mientras que los sueldos se estancan. ¿Quién está pagando el timo del euro sino los pequeños consumidores?. Se menosprecia constantemente el problema de la vivienda porque los grandes poderes económicos (bancos y empresas inmobiliarias) hacen su agosto constante a costa de aprisionar a los jóvenes que desean tener una vivienda. Y tampoco se promueve un mercado de alquiler razonable burlándose de uno de los derechos que ampara la Constitución Española (el derecho a una vivienda digna). También se destierra el derecho al trabajo con una temporalidad que paraliza los proyectos de los jóvenes y de los más maduros que se ven obligados a aceptar contratos leoninos para llevar todos los meses unas migajas a sus cuentas corrientes. Curiosamente, las administraciones públicas fomentan la temporalidad, sean gobernadas por el PP, el PSOE o los partidos nacionalistas, pues rigen el acceso a los puestos fijos en los servicios públicos con unas convocatorias lentas, mal organizadas y humillantes para los aspirantes, que en la mayoría de los casos apenas liman el porcentaje de contratos temporales. Mención aparte merecen los procesos privatizadores de gran parte de estos servicios esenciales que también sirven para que el empleo sea cada vez más precario. Esta es la línea general de todos los partidos, sean del signo político que sean, y gobiernen en la Administración central, autonómica o local. Ellos parecen más preocupados de sus ambiciones y de sus trifulcas de mal gusto, amplificadas a su gusto por los medios de comunicación afines (públicos o privados). Pierden el tiempo en descalificarse mutuamente desoyendo las reclamaciones de los ciudadanos de a pie y se centran en sus estrategias electorales, como la inauguración y reinauguración de instalaciones, carreteras y demás obras públicas, si no en la búsqueda del candidato carismático incurriendo en un ridículo espantoso, como está haciendo el PSOE para tratar de derrocar a Alberto Ruiz Gallardón en la alcaldía de madrid.. Si están en la oposición, todo lo que realiza el Gobierno es negativo, y si ostentan el poder desprecian las pocas iniciativas constructivas de sus opositores. Y de la utilización perniciosa que están haciendo unos y otros con la sangre derramada en el 11-M o con la estrategia para terminar con el terrorismo prefiero no extenderme pues daría para duplicar la extensión del artículo y, de paso, incrementar mi nivel de irritación. El caso es que estos personajes siguen alejados de los problemas de la España real que mencioné en el inicio del artículo, entre otras razones porque la mayoría de ellos carecen de esos problemas. Si gobiernan se aíslan del mundo exterior envueltos en sus reuniones y consejos y si pasan a la oposición su mayor objetivo es intrigar y desprestigiar a sus oponentes. Cuando deciden abandonar el sector público, una gran parte de ellos tienen sus puestos de privilegio en el sector privado, en sus negocios de profesionales liberales o regresan a su plaza de funcionario de alto rango y se dedican a vivir una vida desahogada y alejada de las estrecheces de sus conciudadanos.
sábado, octubre 21, 2006
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