viernes 13 de octubre de 2006
Nación y deporte
Javier del Valle
L A política contamina todos los ámbitos de la vida, entre ellos el deporte. No es malo en sí que la política impregne este mundo, pero como cada día la confrontación en el ámbito político se envenena más, la competición profesional, ya de por sí suficientemente tóxica debido a los intereses económicos, se mezcla con planteamientos poco reconfortantes. De entre estas invasiones son reseñables las de los nacionalismos de toda índole en el mundo del fútbol, en crisis en los últimos tiempos por el espectáculo lamentable que está dando la selección española. Me llamó mucho la atención los comentarios que han surgido determinando que la crisis de la selección radica en el poco sentimiento nacional que tienen los jugadores. A los futbolistas se les acusa de poco patriotas, lo que considero una comparación tan ridícula como la de la velocidad con el tocino. Los jugadores que bajo la bandera española participan en competiciones internacionales no acuden a un campo de batalla a morir por su patria sino a demostrar su altura competitiva a nivel deportivo. Su éxito radica en su capacidad de compenetrarse y formar un buen equipo humano no en que sus sentimientos nacionalistas les eleven a una categoría divina. Son considerados los mejores futbolistas de España y, tras una criba entre todos sus compañeros de profesión, tienen el privilegio de jugar torneos de primer orden, lo que supone una meta lo suficientemente atractiva como para tener motivaciones profesionales y personales. El delantero ex internacional Salva Ballesta se atrevió a sugerir que los jugadores no deberían cobrar dinero por vestir los colores de su selección, que es como decir al cineasta Pedro Almodóvar que renuncie a sus honorarios por tener el privilegio de representar a España en los Óscar de Hollywood. Los futbolistas de la selección son profesionales y como tal deben ser tratados. No deben renunciar a sus honorarios, pues si se les acusa de falta de implicación en el proyecto cobrando cuantiosas primas, imagínense el “despelote” que iba a ser su rendimiento sin ningún tipo de compensación económica. Por tanto, a los jugadores de la selección española debe exigírseles profesionalidad e implicación colectiva, es decir, que sepan mantener su prestigio tal y como hacen otros compañeros suyos. No he visto manifestaciones patrióticas entre los recientes campeones del mundo del equipo nacional de baloncesto, pero su compromiso con el entrenador ha sido el máximo. Y que conste que el equipo del oro en Japón estaba formado en gran parte por jugadores procedentes de una comunidad autónoma, la catalana, en la que, nos guste o no, habitan fuertes corrientes de sentimiento nacionalista anti-español. Tampoco me parece reconfortante la utilización política que se está haciendo con los partidos en los que participan selecciones autonómicas, como el reciente encuentro amistoso entre las selecciones de fútbol de Cataluña y el País Vasco. Se puede estar más o menos de acuerdo con la pretensión de que estas selecciones participen en competiciones oficiales, también de que supuestas fiestas deportivas terminen mezclándose con sentimientos nacionalistas. Lo que no es de recibo es utilizar estos encuentros para amparar actitudes ofensivas y violentas en contra de España o para legitimar reivindicaciones políticas de discutible constitucionalidad. Así el deporte se contamina más.
viernes, octubre 13, 2006
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