sabado 21 de octubre de 2006
La guerra civil comenzó en 1934
Ismael Medina
L A rabiosa y perversa actualidad en que se debate España me forzó en semanas anteriores a interrumpir la serie sobre la verdad de la "memoria histórica" en que pretenden encenagarnos Rodríguez y la progresía subvencionada que baila a su descompasado son. Pero el aplazamiento ha favorecido que el capítulo correspondiente a la revolución de octubre de 1934 coincida cronológicamente con este otro "octubre rojo" en que estamos envueltos 72 años después. Todavía la opción federalista del socialismo y la insurgencia secesionista catalana no se dirimen a tiros, cañonazos y estruendoso jolgorio dinamitero. Pero la violencia partidaria asoma ya sus cuernos ansiosos de carne herida, al tiempo que el entonces agazapado y a la espera nacionalismo vascongado hace causa común con el siniestro y sanguinario terrorismo ncionalmarxista, su brazo armado. Rodríguez empuja a la sociedad española hacia una nueva confrontación en el empeño por reeditar las II y III repúblicas de uno de sus abuelos, al que me referiré más adelante. Ha convertido un resentimiento personal en acción obsesiva de gobierno y en proterva servidumbre a la enemiga iluminista contra España. Y tras el obligado preámbulo me toca explicar la razón del título de esta crónica retrospectiva. La guerra civil no comenzó el 18 de julio de 1936 sino con la revolución de octubre de 1934. Es el motivo de que dedicara mi anterior artículo de la serie sobre la mendaz "memoria histórica" rodriguezca a explicar el virulento ambiente político en que por aquel tiempo estaba sumergida España. Y no soy yo quien en un exceso de subjetivismo afirme que la guerra civil tuvo su inicio con aquella sangrienta intentona revolucionaria. Me apoyo en lo escrito por intelectuales de gran calado que habían servido fielmente a la República y que, como fue el caso de Salvador de Madariaga y de Claudio Sánchez Albornoz, mantuvieron hasta el final su repudio al régimen de Franco. También en lo publicado al propósito por Pío Moa, con el respaldo de la documentación existente en la Fundación Pablo Iglesias. Me valgo asimismo de lo mucho escrito sobre este tema crucial por José María García de Tuñón Aza, en particular los sólidos estudios publicados en la revista "Catoblepas", de la Fundación Gustavo Bueno. Y en la historiografía accesible relativa a la II República, cuya enumeración eludo a causa de su volumen. Sánchez Albornoz escribiría en el prólogo al libro "La rebelión de la Generalidad", de José Tarín-Iglesias: "La revolución de Asturias y el movimiento de Barcelona dieron una estocada a la República que acabó a la postre con ella". Criterio que ratificaría en "Mi testamento histórico-político". Recuerda a este propósito Tulio de Micheli ("El PSOE no se comprometió con la República" (ABC 20.07.2006) que tras perder las elecciones de 1933 los socialistas "anuncian que la República está muerta, que aquella no era su República". Gregorio Marañón participaba de parejo criterio al escribir que "la sublevación de Asturias en octubre de 1934 fue un intento en regla de ejecución del plan comunista de conquistar España". Intento por cierto en el que la URSS no cejó y de ahí los preparativos que patrocinaba para un nuevo y resolutivo asalto revolucionario al poder, previsto para agosto de 1936. También Julián Marías sostendría que "la República murió entonces". Y lo corroboraba el filósofo Gustavo Bueno al sostener que la revolución de octubre fue en realidad una guerra preventiva. Más de una vez, mientras estudiaba lo acontecido entre las elecciones de 1933 y la revolución de octubre del 34, me he preguntado si su estallido careció de la adecuada preparación a escala nacional o si se trató una acción estratégica encaminada a extremar la tensión, ya de por sí virulenta, atemorizar a la derecha, provocar una ruda represión susceptible de alimentar el odio creciente de las masas, unir a toda la izquierda frente a la "República burguesa" y crear los supuestos para una posterior revolución triunfante. Y también en qué medida favoreció el fracaso la renuencia anarcosindicalista a participar en la conspiración, igual que al abstenerse en las elecciones de diciembre del 33 contribuyó a frustrar las expectativas socialistas. La CNT, en efecto, aspiraba a realizar su propia revolución libertaria y desconfiaba de los partidos de la izquierda, a los que tachaba de aburguesados, casi tanto como los de derechas. LA HUEGA GENERAL AGRARIA PROLEGOMENO DE LA REVOLUXION DE OCTUBRE Durante los primeros meses de 1934 creció el hervor revolucionario impulsado por el partido socialista que no asimilaba la pérdida de las elecciones de 1933 y decidió arruinar la economía agraria, beneficiada por la que se consideró "la mejor cosecha del siglo", a despecho de su importancia para la República, asediada por un grave deterioro de la economía. Las proclamas de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra, de UGT, no escondían, antes al contrario, el objetivo socialista del asalto revolucionario al poder a que incitaban con descarada virulencia sus líderes: "¡Hagámosles morder el polvo a todos los que siembran el hambre, el terror y la opresión! ¡Haced como los obreros y campesinos rusos! ¡Hay que quemar las máquinas y aperos! ¡Hay que apalear a los esquiroles! Nos jugamos el todo por el todo. Si nos derrotan por nuestra torpeza, moriréis vosotros y los vuestros de hambre. Pues ya que vais a morir peleando o no, ¿qué os importa matar a quien os va ocasionar la muerte?". La incidencia de esta violenta demagogia, favorecida por la torpeza y la avaricia de muchos empresarios agrarios, la viví muy de cerca en Jaén, donde el un paro endémico y la miserable existencia de las masas de jornaleros conocía por algunos de sus hijos, compañeros en la escuela pública. Muchas mañanas, recién comenzado el primer curso de Bachillerato por el plan el 34, atravesaba a hora temprana la plaza de San Francisco, atestada de jornaleros a la espera de que a unos pocos, los de mejor aspecto físico, fueran contratados para trabajar aquel día con salario misérrimo. Como ahora tantos inmigrantes ilegales, también carne futura de revolución. No sería extraño que, debilitada y fracasada la huelga, sus últimos y más violentos reductos se situaran en Extremadura y en Jaén. A los incendios de maquinaria y mieses se añadieron muertos y heridos. A la frustración se sumó un odio recrecido que encontraría la ocasión para una sanguinaria revancha en 1936. Aquel ensayo revolucionario, circunscrito al sector agrario, permitió a sus promotores socialitas medir la capacidad de resistencia del gobierno y la mayoría parlamentaria, precisar los flancos débiles de su estrategia revolucionaria y rectificarla de cara un nuevo intento de mayor amplitud, para la que contaban con los partidos secesionistas de las autonomías catalana y vascongada. A este respecto considero necesarias algunas precisiones sobre lo que acontecía en ese ámbito a causa de su llamativa similitud con lo que ahora sucede, facilitado por la demencial política revisionista de Rodríguez y el actual P(SOE), amén de un Partido Popular que parece inclinado a caer en parecidos errores políticos que la CEDA de Gil Robles. Y más todavía en su seno quienes, como los radicales de Lerroux, a los que parecen emular, siente un miedo cerval a ser tildados de derecha e incluso, como hace Rodríguez, de extrema derecha. CATALUÑ Y VASCONGADAS AYER COMO HOY El gobierno de Cataluña estaba bajo el control de Ezquerra Republicana, la cual ejercía, según Cambó, una "dictadura izquierdista". Una sentencia del Tribunal de Garantías, contraria a su Ley de Contratos Colectivos, contraria a la Ley de Reforma Agraria, sirvió de pretexto al separatismo catalán, tras el que se agazapan la Lliga y conspicuos intereses económicos de la burguesía, para una encrespada y demagógica exhibición de victimismo y un ataque frontal a lo que consideraban una injerencia del Estado. "La sentencia del Tribunal de Garantías- proferiría el presidente de la Generalidad, Companys- ha sido un acto de agresión contra Cataluña". La actitud levantisca del nacionalismo catalán y su negativa a cumplir la sentencia encontró en el parlamento el respaldo del socialismo y de los partidos de izquierda. También, por supuesto, del nacionalismo vascongado, cuyos diputados, por orden de Aguirre, se retiraron del Congreso junto a los catalanes y marcharon unidos a Barcelona. Allí se les dispensó una acogida multitudinaria, enardecida por los discursos mitinescos que, desde el balcón de la Generalidad, vociferaron varios de ellos, incluido el vasco Monzón, y concluyó Companys. Dencás, mientras tanto, se aplicaba a preparar la defensa armada de Cataluña, con el concurso de militares al servicio de la Generalidad. No sólo se compraban armas en el extranjero. La debilidad del presidente del gobierno, Samper, aunque no tanto como hoy la confabulada de Rodríguez, dio ocasión para que Dencás, en el colmo del cinismo, solicitara formalmente del gobierno autorización para adquirir ametralladoras y fusiles destinados a la policía de la Generalidad, bajo el pretexto de utilizarlas contra los anarcosindicalistas que, según él, preparaban una acción revolucionaria de envergadura. ¿Y acaso no nos suena a rabiosa actualidad el"¡Muera la justicia española!" que gritaban las turbas que en Barcelona asaltaron el Tribunal de Urgencia? Y prosigo con las similitudes entre lo entonces sucedido y lo que hoy acontece. Amparados en un pretexto parecido al catalanista, en este caso una propuesta parlamentaria para desgravar el impuesto sobre los vinos, los nacionalistas vascongados desencadenaron una violencia campaña cuya insidiosa naturaleza concretó Aguirre al decir que habían de terminar "noventa años de opresión nacional, de privanza de libertad y de suicida extranjerización". La revuelta de los ayuntamientos dominados por el separatismo fue reiteradamente reprimida, al contrario que hoy, por la policía y el empleo en algunos casos de la Guardia de Asalto, actuación condicionada desde Madrid a la que respondieron los separatistas con una manifestación en la que proliferaron los vivas a Euskadi y Cataluña, mezclados con improperios contra España, cuyo nombre fue sustituido por el de Maciá en un avenida de Deusto. Ezquerra estuvo presente, como antes el PNV en Barcelona. Y al igual que en Cataluña, los socialistas, encabezados por Prieto, se hicieron solidarios. Las insurgencias secesionistas en Vascongadas y Cataluña favorecían el programa revolucionario en cuyos preparativos se afanaba el partido socialista, el cual acrecía en secreto sus depósitos de armas por toda España al tiempo que generaba su dispositivo de dirección revolucionaria. A este propósito respondía la convocatoria para noviembre de una reunión con el PNV para la que se habían comprometido, junto al partido socialista, el comunista, el de izquierda republicana y la UGT. Pero los de Aguirre debieron asustarse al conocer el programa revolucionario, radicalmente contrario a los intereses de la burguesía financiera y empresarial vascongada, y decidieron no formar parte del comité supremo revolucionario, encabezado por Largo Caballero. EL COMITÉ SUPREMO PARA LA REVOLUCION PONE EN MARCHA LOS MOTORS DE LA INSURRECCION Las consignas del comité supremo para la revolución eran cumplidas por los partidos implicados en toda España. Se sucedían las huelgas, las manifestaciones, los asaltos, las agresiones a los partidos contrarios, los enfrentamientos callejeros y los asesinatos. Se trataba de los preparativos encaminados a caldear el ánimo de revancha de las masas, a disponerlas para un combate a muerte, a provocar la reacción airada de los partidos contrarios y a tantear la capacidad de respuesta del gobierno. Todo estaba dispuesto para el asalto revolucionario al Estado y la creación de una república socialista de corte soviético. Y aunque fueran el partido socialista y su rama sindical UGT los que asumían la dirección y organización del movimiento insurreccional, el núcleo duro y mejor preparado de éste lo componía el minoritario partido comunista, muy compacto y preparado militarmente para la guerra revolucionaria por líderes secretamente formados en Moscú y agentes clandestinos de la internacional marxista, La formación de un nuevo gobierno el 4 de octubre, con una mayor participación de la CEDA, aunque siempre menguada, fue aprovechado por el comité supremo revolucionario para dar el pistoletazo de salida. La convocatoria de huelga general en toda España, incitada con máxima virulencia por la prensa de izquierda, "El Socialista" a la cabeza, y los enardecidos mítines de los dirigentes izquierdistas, era el prolegómeno de una guerra revolucionaria en ciudades y campos, acorde con la estrategia diseñada por Lenín para la conquista del poder en Rusia y fuera de ella, que ya se había ensayado en algunos países centroeuropeos. La ocupación de ministerios y cuarteles en Madrid constituía el objetivo preferente del levantamiento revolucionario, a cuyo frente se puso Largo Caballero. Para conseguirlo y proclamar la constitución de un nuevo Estado socialista disponía de una acabada organización en la capital de España. Cada jefe de distrito constaba de cinco compañías de milicia, dos secciones de ametralladoras, unidades con automóviles y camionetas, secciones de municionamiento y grupos entrenados para la guerrilla urbana. El comité supremo contaba, además, con la insurrección de Companys en Cataluña, la sublevación de la entera cuenca minera asturiana, la movilización campesina en buena parte de España, la infiltración de adeptos en el Ejército y la Guardia de Asalto, la colaboración del Gran Oriente y el respaldo de Izquierda Repubicana, Unión Republicana, Partido Nacional Republicano, Partido Radical Socialista y los mauristas. Estaban asimismo persuadidos de que la personalidad dubitativa y pusilánime del presidente de la República, Alcalá Zamora, para ellos una suerte española de Kerenski.. Y esperaban que su habitual recurso a los paños calientes desembocara en un favorable retraso en la aplicación de medidas enérgicas para reprimir la insurrección en sus mismas fuentes. Y no erraban. Pero las dudas de Alcalá Zamora sucumbieron bajo la presión del gobierno que, tras breve forcejeo, le arrancó la autorización para declarar el estado de guerra. FRACASO DE LA HUELGA GENERAL REVOLUCIONARIA EN MADRID, BARCELONA Y EL RESTO DE ESPAÑA, SALVO EN ASTURIAS Madrid se había convertido mientras tanto en una ciudad muerta y desabastecida por la huelga general y el continuo tiroteo que atronaba por doquier. Se sucedían los intentos de asalto a ministerios, al Congreso, a centros policiales y a otros órganos vitales. La insurrección se desmoronaba mientras tanto en casi toda España, salvo en Asturias. Pero si Madrid y Barcelona eran dominadas por la revolución, ésta se impondría en todo el territorio nacional. De ahí que todo el esfuerzo armado se concentrara en ambas ciudades. No previeron, sin embargo, la reacción de una parte de la sociedad madrileña, la disciplina respuesta de los cuerpos de seguridad del Estado y la solidez del Ejército, Los periódicos de la derecha salieron a la calle, vendidos por miembros de las JAP. El despliegue de fuerza realizado por el gobierno y las detenciones de varios centenares de combatientes revolucionarios permitió el funcionamiento de servicios públicos vitales y un sentimiento de seguridad animó a muchos a abrir sus comercios y volver al trabajo. Madrid estaba perdido para la revolución. No corrió mejor suerte la rebelión en Cataluña, pese a que sus planes insurreccionales, vistos con la frialdad que presta la distancia, parecían más acabados que los de Madrid, acaso debido a que en el comité presidido por Dencás figuraban tres militares experimentados: el coronel Ricart, jefe de la Guaria de Asalto; el comandante Arturo Menéndez y el comandante Pérez Farrás. Los sublevados disponían de un importante arsenal de armas, explosivos y gases de los usados en la I Guerra Mundial , además de un camión blindado. El despliegue de sus fuerzas, entre ellas unos seis mil "escamots" dominaba desde tejados, azoteas y barricadas las avenidas por las que necesariamente habían de penetrar las unidades del Ejército, si es que el general Batet obedecía las órdenes del gobierno de España en vez de las emanadas de la presidencia de la Generalidad. Conviene precisar para entenderlo que merced al Estatuto, dependían del gobierno catalán, además de los Mozos de Escuadra, la policía, la Guardia de Asalto y la Guardia Civil. El mando revolucionario erró en sus previsiones. CNT y FAI se inhibieron al serles negadas para sus milicias las armas que solicitaban, además de exigir completa libertad de acción. Los partidos secesionistas catalanes y la burguesía económica que les prestaba apoyo no olvidaban la Semana Trágica y sus secuelas. Tampoco cayeron en la cuenta de que, una vez declarado el estado de guerra y el Ejército en la calle, policía, Guardia Civil y Guardia de Asalto abandonarían el empeño revolucionario. Y confiaron demasiado en la entereza de los Mozos de Escuadra, la mayoría de los cuales se rindieron a las primeras de cambio. Tampoco los oficiales de aviación acataron las órdenes de su jefe, convenido con los insurgentes. Ganaron los sublevados un unas dos horas mientras el general Batet, después de entrevistarse con Companys, quien le exigió que cumpliera sus órdenes, consultaba con Madrid. No precisó Batet emplear mucha fuerza para vencer la resistencia callejera. Y bastaron veintiséis cañonazos para que se rindieran Companys y demás políticos implicados, salvo Dencás, Pérez Salas, Menéndez, España, Guarner y Xamar que por un pasadizo alcanzaron las alcantarillas y lograron llegar a Francia. Los restantes fueron detenidos. Y también Mnuel Azaña, quien, pese a que lo niegue en sus memorias, y a la sazón en Barcelona, cabildeó con Companys persuadido del triunfo de la revolución y en la esperanza de ser designado presidente de la República federal en ciernes. La intentona revolucionaria de Cataluña había durado apenas 17 horas. El cansancio y la frustración en que desembocó la huelga agraria de la FETT hicieron que el campesinado adoptara una actitud pasiva a la hora de la subversión revolucionaria, salvo en puntos muy concretos. Sí logró inicial éxito en zonas mineras e industriales del norte de España, en particular León, Vizcaya y Guipúzcoa. Los brotes gallegos y los de Aragón, a la cabeza de éstos últimos los anarcosindicalista, fueron reprimidos en poco tiempo. Los de León fueron más duros, pues formaban parte de la insurrección en Asturias y las milicias estaban bien armadas. Su reducción contribuyo decisivamente a que la poderosa base subversiva asturiana minera quedara aislada del resto de España. Las milicias socialcomunistas de Vascongadas disponían de fuertes y bien organizados efectivos humanos, amén de abundante armamento, acrecido con la ocupación de la fabrica de pistolas de Eibar. La lucha fue enconada, pero el Ejército y la Guardia Civil abatieron la resistencia en pocos días. Destrucciones y asesinatos menudearon en unas y otras zonas. Se registraron bajas por ambas partes, aunque fueron harto más numerosos los muertos y heridos en el bando revolucionario. LA INSURFGENCIA REVOLUCIONARIA DE ASTURIS SE CONVIRTIO N GUERRA CIVIL ABIERTA Pero quedaba Asturias en la que comenzó el 5 de marzo la insurrección revolucionaria y fue finalmente dominada el 17 de ese mismo mes tras sangrienta lucha. Me llevaría demasiado espacio relatar con pormenor lo que aconteció, incluso resumido. Puede valer al propósito el artículo "Wither Spain", firmado por F. Loveday y publicado en "The Nacional Review" (abril de 1935), cuya cita tomo de García Tuñón. Escribe tras analizar la insurrección revolucionaria en toda España y su fracaso: Š excepto en la región minera de Asturias, donde los mineros se apoderaron de la capital de la provincia, Oviedo, que ocuparon durante diez días, causando gran mortandad y cometiendo muchas atrocidades, además de destruir con dinamita y petróleo la mayor parte de los mejores edificios de Oviedo, incluyendo la Universidad y su biblioteca, los tribunales de justicia, el palacio del obispo, dos conventos, una iglesia y los hoteles más importantes. Oviedo permaneció durante esos diez días bajo un reino de terror, mientras una guerra civil comenzaba en las montañas entre un destacamento del ejército español y los revolucionarios. Se estima, por fuentes fidedignas, que unas 2.000 ó 3.000 vidas se perdieron antes de que la ley y el orden fueran restablecidos, pero no hay evidencia alguna que demuestre que las tropas cometieran abusos, según han intentado probar los socialistas extranjeros, apologistas de los revolucionarios". Olvida en su relato la voladura con dinamita de la Cámara Santa en la catedral que ocasionó la pérdida de un inestimable tesoro histórico-artístico. También en los incendios y voladuras de edificios públicos y privados fueron pasto del fuego y de la dinamita otras valiosas bibliotecas, e inestimables obras de arte. El asalto a hoteles y domicilios particulares proporcionó a los revolucionarios un voluminoso acopio de alhajas. Y y cuando ya agonizaba la sublevación González Peña ordenó forzar las cámaras acorazadas del Banco de España, de las que sacaron algo más de catorce millones de pesetas, botín del que cada uno de los componentes del comité revolucionario se reservó 15.000 pesetas para los gastos de la fuga que de inmediato emprendieron. Ante la dificultad de llevar consigo el resto del dinero robado, decidieron esconderlo, acaso a la espera de poder rescatarlo algún día para financiar un nuevo intento revolucionario al que no renunciaban. Los revolucionarios dejaban tras de sí un reguero cadáveres de sacerdotes, religiosos y paisanos, amén de guardias civiles, guardias de asalto y militares que resistieron con bravura y se rindieron o fueron hechos prisioneros. No exageraba Loveday al hablar del terror bajo el que vivió Asturias aquellos aciagos días. Uno de los últimos en caer fue José María Martínez Díaz. Líder de los anarcosindicalistas gijoneses. Consideró que toda resistencia era inútil ante el hundimiento de la insurrección y ordenó a sus milicianos que retornaran a sus casas, contraviniendo la exigencia comunista de resistir a ultranza. Fue asesinado a las pocas horas por orden del comité comunista. Los partidos que integraban el comité revolucionario de Asturias procedieron durante muchos meses a esconder un crecido número de armas, incrementadas con la procedentes de las aportadas por el barco "Turquesa", operación dirigida personalmente por Indalecio Prieto. Disponían además de grandes cantidades de dinamita de los depósitos mineros. Y a medida que arrollaban la resistencia de las escasas fuerzas armadas fieles al gobierno que en aquel momento se les podían oponer, acrecían de manera considerable su arsenal, al cual añadieron los cañones de la fábrica de Trubia tras su ocupación. La superioridad numérica de los insurrectos era abrumadora, incluso sobre los efectivos militares mandados por el general López Ochoa, los desembarcados bajo las órdenes de Yagüe (legionarios y regulares procedentes de Marruecos) y las unidades que avanzaban desde el este. Los anteriores datos explican el avance de las milicias revolucionarias hasta ocupar Asturias casi por entero y apoderarse de Oviedo. Y asimismo la encarnizada resistencia que opusieron a las columnas del Ejército hasta saberse derrotados. Hasta ese momento, dueño de los periódicos y de la radio, además de incomunicados, el comité revolucionario les había ocultado que la revolución había fracasado en el resto de España. LA DOBLEZ MASONICA DEL GENERAL LOPEZ OCHOA Al releer ahora y analizar lo sucedido no puedo ocultar la suspicacia que me produce que el gobierno, sin duda alguna informado de los preparativos insurrccionales en Asturias y de su gran potencial, no desplazara hasta allí, para bloquearlo en su raíz, las tropas que luego hubo de emplear para reducir e movimiento revolucionario. ¿Culpa sólo del maniobrerismo de Alcalá Zamora y de su reluctancia a la adopción de medidas de fuerza? ¿O acaso la conspiración tenía infiltrados masónicos en el gobierno? Causó extrañeza, en efecto, que el gobierno encomendará inicialmente al general López Ochoa, reconocido masón, la misión de reprimir la sublevación asturiana, en cuya dirección, como en la de Cataluña, participaban militares también masones. Acaso se creyera que podría conseguir de sus "hermanos" una capitulación ventajosa para los insurrectos. Y lo intentó cuando ya el movimiento revolucionario estaba prácticamente vencido y era objetivamente innecesario. Pero antes de referirlo, recordaré que el gobierno, ante la gravedad de la situación llamó a Madrid al general Franco, al frente de la circunscripción militar de Baleares, y el encomendó la dirección de las operaciones desde Madrid, lo que no debió agradar a López Ochoa que en el curso de las operaciones mantuvo serios enfrentamientos con Yagüe. Franco era sin duda alguna el general de más prestigio en el Ejército, el cual le era también reconocido fuera de España. A él se debió el diseño estratégico que acabaría con la rebelión, pese a los errores tácticos iniciales de López Ochoa y algún que otro posterior. Recuperado Oviedo y en desordenada retirada los insurrectos. Un fuerte contingente de éstos se refugió en Grado y Sama, cuya orografía creían los comités revolucionarios que favorecería su resistencia, aunque pronto comprendieron que serían aplastados por las cuatro columnas que se aprestaban para caer sobre ellos de manera concéntrica. Fue en ese momento cuando los revolucionarios de Sama enviaron al teniente de la Guardia Civil Torréns con el encargo de conocer las condiciones que López Ochoa ofrecería para la capitulación. Eran duras. Pero el comité revolucionario de Sama decidió enviar a Belarmino Tomás, masón como el general, para que parlamentara. La conversación, relatada posteriormente por ambos, fue amistosa y López Ochoa, sin consultar con sus superiores, ablandó de manera notable sus exigencias. El final de la conversación ilustra con claridad sobre lo que vendría después. Según Belarmino Tomás fueron estas las últimas palabras del general: "Le aconsejo que no se marche. Quédese y no le pesará. Soy íntimo amigo del auditor de Guerra y, como le dije antes, del presidente de la República. Le visitaré y me interesaré por su caso". LA DERROTA DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO NO FUE SU FINAL Concluido el relato de la revolución en Asturias en su fase armada, dejo para un posterior capítulo el relativo a la blandura de la represión judicial, escandalosa en el caso de quienes dirigieron la rebelión y eran responsables directos de sus terroríficos efectos. También de la trastienda de tan llamativa condescendencia y de los letales efectos que de ella se derivarían. Pero no sin antes aludir al manifiesto difundido el 18 de octubre por el Comité Provincial Revolucionario en el que calificaba la derrota de descanso reparador, alto en el camino y tregua necesaria.. Estaba claro que ninguno de los partidos implicados renunciaba a la revolución para instaurar la dictadura del proletariado. Es suficientemente expresivo al respecto lo escrito por Maurín que justifica el título de esta crónica: "En octubre, prólogo luminoso de la segunda revolución acababa la primera revolución y empezaba la segunda".
viernes, octubre 20, 2006
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1 comentario:
Link de interés sobre ex concejal de Izquierda Republicana en Huesca:
http://gonzalogonzalez.blogia.com/2006/072702-los-guardianes-de-las-esencias.php
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