lunes 16 de octubre de 2006
CÓMO ESTÁ EL PATIO
Sabina, cronista real
Por Pablo Molina
Cuando uno frecuenta a las gentes de la cultura, sobre todo si pertenecen al subsector "ingeniosos y provocadores", no es de extrañar que acabe protagonizando alguna de sus gracietas.
A S.A.R. la Princesa Leticia (el corrector automático del Word se empeña en cambiarme la zeta por una ce; otro asunto más que deberá arreglar Carmen Calvo cuando hable con Bill Gates) parece que nadie le ha recordado este principio elemental, de ahí que haya quedado en el último libro de Joaquín Sabina como aquel día en el puente de Tarifa con faldita plisada y vientos de 80 kilómetros por hora.
El asunto del presunto chiste sobre las similitudes entre las biografías sentimentales de Estefanía de Mónaco y la propia Leticia (maldito Word), relatado en el dichoso libro con todo lujo de detalles, no viene a lustrar precisamente a la institución principesca, sobre todo cuando, según el autor, fue la propia protagonista la encargada de contarlo para que la pandi celebrara la cuchufleta.
Mientras a Jaime Peñafiel le traían las sales, camino de la catedral de Granada en peregrinación de desagravio a la tumba de los Reyes Católicos, surgieron el desmentido de la princesa y la reafirmación de Joaquín Sabina de que todo ocurrió tal como relata en su libro, "sin cambiar ni una coma".
¿A quien hay que creer? Por supuesto, a Doña Letizia (ahora sí: jódete Gates), que para eso es princesa, guapa, inteligente y ex presentadora de las noticias de Canal Plus. Además, yo no creo posible que nuestra heredera cónyuge al trono del Reino de España pueda convertirse de la noche a la mañana en Leticia de la Calzada, por muy decadente que sea la compañía. Lo de su marido bailando con la novia de Sabina y aporreando un cajón de madera para acompañar las canciones del anfitrión es ya más probable, porque ese alarde de campechanía es muy propio de un Borbón, porropón pom pom.
A nuestros príncipes, salvadas las distancias, les ha pasado esta vez como a las señoronas de la rancia aristocracia madrileña, las pitucas, chichinas, sisitas y fifís, que corrían a adorar al llamado Umbral y al día siguiente aparecían en su columna retratadas al vitriolo, para descojone general. Es lo que tiene la ingenuidad: empieza uno fiándose de la discreción de los progres y acaba creyéndose el sumario del juez del Olmo sobre el 11-M.
El malestar de los herederos del trono con su bufón de cámara, rojo y republicano, como corresponde a tan alto rango, debe de ser tremendo, así que probablemente la próxima merendola le toque pagarla al pobre juglar. Esa vez seguro que no habrá tanda de chistes, y si la hay serán sobre Aznar, que es algo que divierte mucho a los progres. Así, si algún invitado se va de la lengua, no hay peligro de escandalizar a nadie. Al contrario, todos estaremos encantados de comprobar que tenemos unos príncipes muy progresistas.
Gentileza de LD
domingo, octubre 15, 2006
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