viernes 20 de octubre de 2006
ENTREVISTA DE ROMANO PRODI CON ZAPATERO
La tristeza del "católico" Prodi
Por José Luis Restán
El primer ministro italiano, Romano Prodi, ha sido recibido con alborozo en Madrid por su colega Rodríguez Zapatero. Varios puntos de la agenda política de ambos líderes convergen en este momento: la famosa extensión de derechos ciudadanos, que encandila pero también asusta a la izquierda italiana; así como el análisis de la escena internacional y de algunas aventuras empresariales.
Pero pocos han advertido que, al aterrizar en Madrid, Prodi traía muy fresca la memoria de su entrevista del pasado viernes con Benedicto XVI, en la que se han analizado varios puntos calientes de su programa de gobierno. Paradójicamente, el ascenso de un católico con pedigrí al Palacio Chigi tras la salida de un Berlusconi montaraz, cuya biografía está mucho menos ligada al catolicismo, ha encendido las alarmas de la Santa Sede y de la Conferencia Episcopal Italiana.
En Prodi se resume el drama de cierto mundo católico europeo, siempre deseoso de ser bien recibido en los salones progresistas. Nadie duda de la valía personal e intelectual del líder del centro-izquierda italiano; lo duro de aceptar es que la haya puesto al servicio de un programa que, a fin de cuentas, ataca pilares fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia. Romano Prodi es un superviviente de lujo del gran cataclismo de la Democracia Cristiana italiana, un hombre que fue líder de la Acción Católica y cuya cercanía a renombrados eclesiásticos era de todos conocida.
Tras el big-bang de la DC, Prodi eligió la compañía de la izquierda que componen hoy ex comunistas, verdes y radicales varios, a quienes prestó su figura como emblema de moderación y respetabilidad. Es prácticamente un hombre sin partido, cuyo capital político reside precisamente en el hecho de ser "un católico de izquierdas" en un país donde el peso moral y cultural de la Iglesia sigue siendo decisivo más allá de las etiquetas ideológicas.
Es cierto que Prodi se guardó muy mucho durante la campaña electoral italiana de aparecer demasiado ligado a las aventuras de Zapatero. Más aún, dejó muy claro, por ejemplo, que en materia de familia su gobierno no promovería jamás una ley de matrimonio homosexual como la española. Pero a la hora de la verdad, ¿qué viene a significar el católico Prodi al frente del gobierno italiano? Simplemente que la dinámica radical se ralentiza, aunque la sustancia política sea la del estatalismo, la ruptura cultural y el laicismo, todo lo matizado que demande la peculiar sociología italiana.
El problema de Prodi no es que un católico haya buscado la alianza política con la izquierda (esto sería tan legítimo, en principio, como buscarla en el polo liberal-conservador) sino que, de hecho, ha disuelto el patrimonio de experiencia y de valores de la tradición católica en un programa que contradice objetivamente las prioridades históricas del sujeto católico italiano. Es curioso que las primeras banderas desplegadas por el ejecutivo Prodi nada más alcanzar el poder se refieran a las uniones homosexuales, la investigación con embriones y el testamento biológico (que algunos denuncian como una puerta medio abierta a la eutanasia).
Pero tampoco cabe esperar ningún avance (más bien todo lo contrario) en lo que se refiere a la libertad real de la escuela no estatal, uno de los empeños permanentes del mundo católico italiano, y ya es palpable que la nueva política económica entorpecerá el fluido movimiento de iniciativas y obras sociales que es tan característico de una sociedad modelada por principio de subsidiariedad, tan caro al pensamiento social cristiano.Es posible que, durante su paseo por los jardines de Moncloa, Zapatero haya murmurado a oídos de Prodi eso que repite como un gran hallazgo intelectual: que la fe es algo que corresponde al ámbito de la conciencia personal y que no debe proyectarse sobre los asuntos públicos. Un discurso no sólo patético y simplón, sino agresivo para la trayectoria entera de un hombre como Prodi. Para un viejo democristiano educado en la tradición de Don Sturzzo, debe resultar amargo entrever que su figura juega el rol histórico de dar lustre al programa del laicismo, aunque sea más pálido que el que practica su colega de Madrid.
Gentileza de LD
viernes, octubre 20, 2006
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