lunes 23 de octubre de 2006
Desde la cofa
Libertad de enseñanza
José Carlos Rodríguez
No queda ninguna razón para que el Estado siga imponiéndonos la educación. Que yo sepa, el PP no está por levantar de la sociedad ese yugo. Pero es hora de exigírselo, a él como a los partidos que tengan algún interés en la libertad de los ciudadanos.
No he tenido la ocasión (o no la he aprovechado aún) de leer el último libro de Alicia Delibes sobre la educación en España. Su título, La Gran Estafa, produce escalofríos. Pero sí he sacado provecho de su artículo en el último número de La Ilustración Liberal, el 29, titulado La desaparición del pensamiento liberal en la educación. El artículo comienza con una cita del preámbulo del Plan de Instrucción Pública redactado en 1836, escrito por el Duque de Rivas, que dice así:
El pensamiento es de suyo lo más libre entre las facultades del hombre; y por lo mismo han tratado algunos gobiernos de esclavizarlo de mil modos; y como ningún medio hay más seguro para conseguirlo que el de apoderarse del origen de donde emana, es decir, de la educación, de aquí sus afanes por dirigirla siempre a su arbitrio, a fin de que los hombres salgan amoldados conforme conviene a sus miras e intereses. Mas si esto puede convenir a los gobiernos opresores, no es de manera alguna lo que exige el bien de la humanidad ni los progresos de la civilización. Para alcanzar estos fines es fuerza que la educación quede emancipada; en una palabra, es fuerza proclamar la libertad de enseñanza.
La libertad de enseñanza. ¿Existe hoy en España? El dueño de un colegio privado ¿De qué es dueño, aparte de las paredes que contienen las aulas, de las instalaciones, del material escolar? Pues lo que en ellas se enseñe no depende de su criterio, de su vocación educativa o de su deseo de cumplir con los deseos de los padres, sino de un programa oficial. En una sociedad libre, los colegios podrían elegir el suyo propio. Incluso habría programas elaborados por Reales Academias o por otras instituciones, a las que los colegios podrían adherirse, a voluntad. No habría limitaciones para la elección, en competencia, de nuevos y viejos métodos educativos. Los padres recuperarían en la práctica un derecho que solo a ellos pertenece, y es elegir lo que consideran más adecuado para la formación de sus hijos. Lo que entienden que les conviene para desarrollar su persona, para situarle en la sociedad, en el país y la cultura que les ha tocado.
Estamos tan acostumbrados al monopolio de la instrucción por el Estado y a la sustitución de ésta por la pura propaganda, al margen e incluso en contra de los deseos de los padres, que nos cuesta hacernos a la idea de que la educación fue libre en origen y que puede volver a serlo de nuevo, si hacemos algo para recuperar ese derecho robado, que es la libertad de enseñanza que reclamaba el Duque de Rivas.
Dar a los padres la oportunidad de otorgar a sus hijos una buena educación. Este es el objetivo de cualquier política de educación que merezca ese nombre. Pero quienes guardan en su alma sueños totalitarios, deseos de transformación social, de construcción nacional, han contaminado la educación con otros objetivos: la igualdad, el olvido de España, el odio a nuestra herencia cultural occidental... La única objeción seria que se ha pronunciado contra la libre educación es que los más pobres no podrían pagársela. Hoy sabemos que la iniciativa privada llega a los pobres de entre los pobres. Sabemos, además, que el Estado podría pagar la educación de quienes menos tienen sin necesidad de entrometerse en su gestión, gracias al cheque escolar.
No queda ninguna razón para que el Estado siga imponiéndonos la educación. Que yo sepa, el PP no está por levantar de la sociedad ese yugo. Pero es hora de exigírselo, a él como a los partidos que tengan algún interés en la libertad de los ciudadanos. Es nuestro deber hacerlo.
José Carlos Rodríguez es miembro del Instituto Juan de Mariana
domingo, octubre 22, 2006
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