jueves 26 de julio de 20007
Operación Mortadelo’ José Javaloyes
Dicho está ya que todo ha sido como un capítulo especial de Mortadelo y Filemón. Alberto Saiz, en la dirección del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) desde un corrimiento de puestos ocupados por dirigentes socialistas en el universo castellano-manchego, tras la llegada de José Bono al Ministerio de Defensa, había ya brillado como un astro de la estrategia informativa al servicio del Estado al decidir su propio cambio estructural en los Servicios. Ordenó que se arreglasen de distinta manera a como estaban flores y arrayanes en el jardín de la Casa. Añádase que se hizo en el mayor de los secretos, toda vez que el cambio podría afectar a la seguridad de los intereses nacionales.
Pero aquello, tal alarde de audacia organizativa, era sólo un preludio de lo que vendría meses después: convocar a los medios informativos para dar cuenta de la detención de un ex agente del CNI, expulsado ya en tiempos del Gobierno del PP por sus traicioneros cambalaches con los servicios de inteligencia rusos a cambio de este otro oro de Moscú. Otras cosas, como los alardes de este flamante director del CNI, tienen también un precio. Un precio y un coste en términos de imagen internacional de España.
El cabreo en medios militares españoles, como no podía ocurrir de otra manera, ha sido sonado. Y también, oficiosamente, de la propia Embajada rusa: quejumbrosa de la poca delicadeza del Ministerio de Asuntos Exteriores, por no avisar que se iban a violentar de la forma que se ha hecho, en contra de la propia imagen de España, el sistema prácticamente universal de lavar la ropa sucia en casa. Ha sido tan brutal la falta de oficio por parte de los responsables del CNI y del entero Gobierno, pasando por el Ministerio de Defensa, que llevará su tiempo olvidar este dislate.
Por otra parte, merece recogerse la interpretación rusa de que el número montado por Saiz ha sido motivado por la presión británica, toda vez que Londres tiene su propia guerra diplomática con Moscú desde que estalló el ‘caso Litvinenko’, ruso nacionalizado británico, envenenado con polonio, y a cuyo presumible ejecutor Andrei Lugovoi se niega el Kremlin a extraditar —con el potente argumento de que lo impide la Constitución—, tal como había solicitado Londres que se hiciera para interrogarle.
De ser cierta la versión rusa de que hay una presión británica, o la otra versión de que existe un interés diplomático español en enfatizar el alineamiento con Londres ante este brote de Guerra Fría, habría que tomar nota. Podría significar ello que existe en la Moncloa la voluntad de bienquistarse con Londres, de manera bien sensible y patente, toda vez que no ha habido modo de recomponer la relación con Washington, a la que espera un largo purgatorio. Naturalmente, en lo que resta de poder republicano, y muy previsiblemente también en la Administración demócrata que muy posiblemente le seguirá.
Asimismo hay que considerar lo mucho que puede calentarse la relación de todos los europeos de la UE y de Estados Unidos con los rusos, entre el medio y el corto plazo, con el asunto de la independencia de Kosovo. A Moscú no le falta razón cuando exige que este debate sea encajado en el Consejo de Seguridad de la ONU.
jose@javaloyes.net
jueves, julio 26, 2007
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