domingo, julio 29, 2007

Francisco Perez Abellan, La doble vida del Solitario

lunes 30 de julio de 2007
CRÓNICA NEGRA
La doble vida del Solitario
Por Francisco Pérez Abellán
Justo como lo habíamos imaginado: llevaba una vida aparentemente tranquila, en Las Rozas, un pueblo que es un barrio de Madrid. Tenía un lugar donde ocultar sus tejemanejes. Era el respetable padre de dos hijos adolescentes, estaba separado de su esposa y convivía con su madre. Una de tantas familias de los nuevos tiempos.
También algo quisquilloso y violento, y celoso defensor de su territorio. De complexión atlética, que disimulaba con el disfraz bajo el que ocultaba un chaleco antibalas, si atracaba de chaqueta, normalmente iba en vaqueros; si usaba barba y cabello postizo, perfectamente peinados, normalmente iba desaliñado. No era ostentoso, pero llevaba un buen nivel de vida. Hacía, como sus vecinos, una existencia discreta, pero era el atracador más peligroso de todos.

Es un tipo listo, frío, calculador. Como habíamos supuesto, solía visitar las sucursales bancarias elegía para tomar nota de todos los detalles. Luego volvía a tiro hecho, nunca mejor dicho. Al principio era un hombre seguro de sí mismo, firme y confiado. En algunos sitios, si el atraco coincidía con la Navidad, felicitaba las Pascuas. Pero todo eso había cambiado en los últimos tiempos. Se calcula que el Solitario ha dado más de treinta golpes, y se le atribuyen tres muertes. Había cruzado España, y se había atrevido a asaltar bancos incluso junto a la comisaría más grande del país, en Canillas, Madrid.

Sin embargo, últimamente estaba tan angustiado que perdió el tino. Disparaba sin razón a los empleados. Fuera de sí, tuvo que irse a Portugal porque notaba la tenaza de la Guardia Civil. Ya no le era posible trabajar en el país: se sentía vigilado. La Policía Nacional y los guardias tejían una firme tela de araña, en la que tendría que acabar pegado.

Decían que si se retiraba a tiempo podría escapar para siempre, pero estaba condenado a seguir hasta ser capturado. No podía renunciar, y no quería hacer otra cosa. Encima, donde el Lute, ladrón como él, soñaba con un mañana sin delitos, el Solitario se había manchado las manos de sangre, como un asesino sin redención. El Lute es un mito de la España criminal; el Solitario es sólo un canalla.

Aventuramos que se había visto obligado a modificar el disfraz, el mismo que parece que llevaba cuando le detuvieron en Figueira da Foz, y también que se había vuelto paranoico, ignorantes de que fue la paranoia lo que, según nos cuentan, le evitó la mili.

Es un experto en armas; maneja con soltura una pequeña metralleta sólo asequible a los habilidosos, y una mágnum o pistola del 45, que es un arma de gigantes. El Solitario vivía en una gran ciudad, el escondite perfecto, haciendo uso de su lado camaleónico y psicopático.

Los peritos dirán si es un enfermo mental, pero toda la capacidad de emocionarse con el atraco perfecto la perdió el día en que se convirtió en doble asesino, cuando mató a traición a una pareja de agentes de tráfico en Castejón, Navarra.

Se supone que llevaba trece años dando palos en cajas rurales y bancos de pueblos pequeños y apartados. Utilizaba un todoterreno para confundirse con el paisaje, aunque, ante la persistente presión, lo cambió por una Renault Kangoo, una furgoneta menos marcada e igual de eficaz.

Habían estado varias veces a punto de echarle el guante, pero se escurría como agua entre los dedos. Y es que es un hombre que emplea su gran inteligencia para el mal. Llegó a convertirse en el Enemigo Público Número Uno, como el Lute, pero mientras éste nunca perdió los nervios durante la dictadura, aquél fue cada vez menos dueño de los suyos, hasta el punto de disparar por nada y matar sin provecho. Tal vez por el placer de hacer daño.

El Solitario no es una leyenda, como nos hemos hartado de decir, sino un criminal borde, desposeído de aureola romántica, al que han bajado de golpe del pedestal en el que injustamente le habían subido.

La Guardia Civil no lo encontró antes porque supo conformarse con un botín limitado, fácil de obtener, en lugares de escasa protección, con golpes de efecto y la suerte del osado. Pero estaba claro que le seguían con pies de plomo. Se sabía que iban a atraparlo, y que sólo faltaba el cuándo. También había una duda en el cómo, porque, dado que era un tipo armado al que le gustaba apretar el gatillo, podría acabar como un colador, tal y como terminaron algunos de sus colegas franceses tras una larga serie de asaltos a sangre y fuego.

El Solitario tenía los pies de barro y, probablemente, la mandíbula de cristal. Ahora que se examinan con cuidado sus pertenencias, se registra su domicilio y la nave industrial en la que quizá escondía el botín, se irán descubriendo los grandes secretos.

Su conocimiento de las cámaras de seguridad de los bancos le había permitido esconder su mirada, un dardo azul que revela agresividad y rabia contenida. También ha mostrado un talento natural para esconder sus rasgos, aunque esa nariz de espolón y las bolsas bajo los ojos no hay quien las esconda.

La captura del Solitario y las declaraciones de los que supuestamente le trataban nos han revelado hasta qué punto es fácil que se esconda un famoso entre la multitud. Mil veces retratado, en casi cada banco que hollaba, quienes lo conocen no fueron capaces de identificarlo. ¿O sí? En el aluvión de informaciones filtradas, nos llega que el empujón definitivo para la captura pudo darlo una confidencia. De ser cierto este extremo, se confirmaría, una vez más, la gran importancia de los medios de comunicación en casos como éste. Muchos hicieron esfuerzos especiales por difundir la imagen del asesino.

Por último, cabe destacar la "afortunada coincidencia" que permitió al ministro Rubalcaba adornarse con el éxito de la brillante misión de las policías portuguesa y española en una rueda de prensa sobre el terreno celebrada en el país vecino...


FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.

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