viernes 27 de julio de 2007
Atrapados en parte de la historia
Seguramente es cierto que la transformación de España estos últimos años se ha llevado a cabo con una velocidad inusitada. Y con una profundidad digna de mención ya que afecta tanto al desarrollo económico (que si está tan vinculado a la construcción como algunos afirman afecta también a otro cambio, el del paisaje) como a las costumbres cotidianas. No parece, sin embargo, que se pueda vivir, al menos en la política, sin algunas referencias históricas y los dos grandes referentes ideológicos de esta España que muda tan vertiginosamente tienen las suyas.
Para el socialismo español contemporáneo -que se ha convertido en algo más gubernamental que en un proyecto intelectual- el referente resulta ser la Segunda República. El presidente Rodríguez Zapatero no ha tenido reparo en señalar que la República fue el momento en el que los españoles vivimos -o vivieron- con más libertad, algo que, ciertamente, no resiste el menor análisis crítico. Fue una experiencia trágica, y no sólo porque terminara con un levantamiento militar y una guerra. Lo fue porque demostró que, al menos en aquel momento, no sabíamos apañárnoslas con la libertad, nos empachábamos de su retórica y la destruíamos a diario. Pero eso es lo de menos, lo que se precisa y se busca es un icono. El de la República tiene además, en una monarquía (un modelo que, se quiera o no, se vincula con la derecha), un morbo complementario planteado como un juego hasta que se pregunta sobre su significado. Entonces se recurre al «republicanismo» como concepto político sin que ningún teórico del socialismo gubernamental -ni incluso el fundador del término- acierte a definirlo con una cierta seriedad.
Para la derecha española actual -que dejó de ser un proyecto gubernamental sin haber pretendido subsistir como realidad intelectual- el paradigma histórico es la Transición. No sólo las referencias son constantes en el debate político (sobre todo en lo que se ha dado en llamar eufemísticamente la «reforma territorial», aunque se amplía hasta el infinito), sino que se ha convertido en el fundamento de la crítica a la izquierda gobernante: la madre de todos los males sería, precisamente, haber terminado con el espíritu de la Transición.
Tradición popperiana La Historia siempre está presente. En los periodos más activos desde un punto de vista intelectual es considerada como la tradición popperiana: una suerte de texto que se reescribe de modo tan crítico como escéptico ante las grandes y dogmáticas verdades. Por el contrario, en los periodos bajos e intrascendentes del debate ideológico, siempre hay un momento histórico que se diviniza. La República de los socialistas tiene poco que ver con lo que realmente ocurrió a partir de 1931. La Transición de la derecha es otro mito que, además, conocemos más de cerca. No propongo negar de un plumazo sus virtudes, como los de la República, sino evitar su divinización y no convertir en ejemplo para el presente y el futuro lo que se hizo, a menudo, de tan mala manera porque «no se pudo hacer de otro modo en aquellas complicadas circunstancias». Un país que se ufana de que un grupito le haya redactado una Constitución en un restaurante, de noche y de prisa para evitar las dificultades del debate abierto, tendría que tomarse su pasado reciente con un poco de pudor.
Así que, mientras unos elevan el altar de la República olvidando que representa la incapacidad para una convivencia efectiva, otros alzan el de la Transición dejando a un lado que, en el fondo, representa la incapacidad, que ya no es tan coyuntural, para dotarnos de una verdadera democracia respetuosa con la división de poderes. Habrá muchos resortes en estas afinidades electivas pero, seguramente, entre los que buscan en la República un modelo, no estará ajeno el sueño de que los cambios institucionales no tienen por qué ser incompatibles con la exclusión de la derecha. Y, entre los que sólo ven en la Transición un ejemplo, la complacencia de cómo se puede sortear el debate político sin ser tachados de inmovilistas y reaccionarios.
Ante las generales Ahora que los partidos políticos comienzan a preparar sus programas de cara a las elecciones del próximo año no sería inútil, quizá, que los socialistas -sin echar sin más la culpa a los demás- reflexionaran acerca de por qué terminó la República como terminó, y los populares -sin sentirse del todo incapaces para superar sus complejos- pensaran por qué la Transición se ha revelado, a la postre, insuficiente. Es mejor la democracia que la República y peor la Transición que la democracia. Si se quiere un consenso para asegurar el conveniente disenso ideológico, no me parece un mal principio.
jueves, julio 26, 2007
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