martes, enero 16, 2007

Ultras en la eurocamara

miercoles 17 de enero de 2007
Ultras en la eurocámara
NO es una buena noticia saber que la ultraderecha podrá formar grupo propio en el Parlamento Europeo y lograr así una visibilidad que, a buen seguro, desprestigiará en breve la imagen de la principal institución democrática de la UE. No hay que olvidar que alguno de sus miembros defiende ideas tan delirantes e inadmisibles como que el Holocausto judío no se produjo o que los miembros de la comunidad gitana no merecen el estatus de ciudadanos europeos. Ahí están, si no, las declaraciones del fascista francés Bruno Gollnisch o del ultranacionalista búlgaro Dimitar Stoyanov: el primero, procesado por negar la existencia de los campos de exterminio nazis, y el segundo, por insultar a una eurodiputada húngara de origen cíngaro.
La constitución de un grupo parlamentario dentro de la Eurocámara permitirá a los extremistas aumentar el impacto mediático de sus mensajes y, aunque la mayoría de los miembros del nuevo grupo ya estaban representados en el Parlamento Europeo, lo cierto es que hasta ahora lo venían haciendo dentro del llamado grupo mixto, lo que limitaba enormemente la capacidad de proyección pública de sus ideas. Sin embargo, la creación del grupo «Identidad, Tradición y Soberanía» inaugura un escenario distinto: con la incorporación de Rumanía y Bulgaria a la UE, los ultras han visto reforzada su presencia con seis nuevos eurodiputados, que, sumados a los catorce que tenían, les permitirá tener grupo propio y, de paso, disponer de los beneficios institucionales que prevé el reglamento de la Cámara, disfrutando de un apoyo presupuestario y de una infraestructura que antes no tenían. Por eso no se entiende que algo así haya podido suceder.
No hay que olvidar que hace tan sólo unos meses se reformó el reglamento y, entonces, alguien podía haberse tomado la molestia de instar a la Mesa la modificación del número de diputados exigible para formar grupo parlamentario. Esto es especialmente grave por dos motivos. Primero, porque era un objetivo largamente buscado por la ultraderecha europea desde que en 1994 desapareció el grupo que lideraba Jean-Marie Le Pen. Y segundo, porque se sabía que la entrada de Rumanía y Bulgaria en la Unión Europea el 1 de enero ofrecería una ventana de oportunidad para ello; no en balde, supondría el desembarco de un puñado de eurodiputados ultras que estarían deseosos de unir esfuerzos con los que ya estaban representados en la Eurocámara y promover así un grupo parlamentario de extrema derecha.
Ahora es tarde para lamentarse de lo ocurrido. Es más, probablemente sería un error tratar de modificar el reglamento a posteriori o tejer un peligroso cordón sanitario que reforzara su victimismo antisistema. Ahora, lo que procede es dar la batalla de los argumentos y desmontar con la superioridad moral de las ideas y los valores democráticos la bajeza intelectual de quienes son capaces de defender en la Europa del siglo XXI el racismo, la xenofobia y la intolerancia.

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