jueves, enero 04, 2007

Serrano Oceja, La asignatura pendiente de ETA

jueves 4 de enero de 2007
REACCIÓN EPISCOPAL AL ATENTADO
La asignatura pendiente con ETA
Por José Francisco Serrano Oceja
ETA existe y se manifiesta. Por más que nos quieran hacer comprender por la vía de los hechos consumados, no sólo desde las terminales propagandísticas del gobierno, que ETA es un interlocutor de no se sabe qué naturaleza, eso no es cierto. Las categorías conceptuales, y políticas, son muy importantes.
La manipulación del lenguaje como forma de manipulación de las conciencias está jugando un papel sustantivo. ETA es una banda terrorista, actor de la presencia del mal en la historia presente de España; es un actor protagonista de acciones intrínsecamente perversas. Sus actuaciones ofenden gravísimamente a Dios y pisotean la dignidad sagrada del hombre.
El arzobispo de Toledo, cardenal Antonio Cañizares, en lógica petición de principios, ha hablado con claridad: "ETA debe desaparecer, debe disolverse sin condiciones. Con el terrorismo, con los terroristas, no se negocia, no cabe negociación política; es necesario que se mantenga vivo y firme el Estado de Derecho, con la unidad de todas las fuerzas políticas y sociales en ese mantenimiento del Estado de Derecho, que implica siempre el respeto a la inviolabilidad de la dignidad de todo ser humano y la defensa y protección de la vida humana y del bien común". El arzobispo castrense, monseñor Francisco Pérez, en sus declaraciones de condena del atentado, se ha referido con inusitada dureza a los terroristas y los ha calificado de "artimañas vergonzantes, ocultas y cobardes de la violencia. Los violentos por sí mismos viven en el pozo de la mayor deshumanización y en la locura esclavizantes de la ideologización absurda por la consecución de sus fines tiránicos."
Los mensajes de condena de los obispos españoles ante el atentado de la T4 son un claro exponente de la sensibilidad eclesial ante lo que no con acierto se denomina "el proceso de paz". En este momento, el kairós, en términos teológicos, el juicio moral sobre la actuación de ETA tiene unos peculiares matices y repercusiones no sólo en el orden de la construcción ética de la España del futuro sino de las consecuencias políticas. Es posible que la necesaria y clarividente palabra de la Iglesia sobre ETA, en esta circunstancia, pueda ejercer una pedagogía constructiva en la sociedad española de la que los políticos y otras instancias similares están, por su propia dinámica, imposibilitados. Los políticos, ante ETA, son presa de sus claudicaciones. Un análisis del texto, y del contexto, de las condenas de los obispos manifiesta algunas singulares apreciaciones que debemos tener presentes. Una vez más, los obispos –se podría decir, sin pudor ni temblor, la Iglesia en España– se ha adelantado y ha ofrecido, con su reciente documento Orientaciones morales sobre la actual situación de España, un marco adecuado de comprensión de los efectos tanto de los atentados de ETA como de la deriva negociadora del gobierno socialista.
El arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco, recordó con el citado documento que "el terrorismo no produce sólo daños materiales y desgracias personales y familiares; genera también en la sociedad un grave deterioro moral". Más incisiva fue la Conferencia Episcopal, a través de su Secretaría General, que en su comunicado citó ampliamente los siguientes párrafos de la pastoral, poniendo la carga de la prueba en las repercusiones política del atentado: "Una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer explícita ni implícitamente a una organización terrorista como representante político legítimo de ningún sector de la población, ni puede tenerla como interlocutor político."
Inevitablemente hay que mirar al norte. Y allí, el obispo más comprometido con el dudoso "proceso de paz", el obispo de san Sebastián, monseñor Juan María Uriarte, se ha ocupado expresamente de las repercusiones del atentado en este itinerario de la claudicación moral y política en el que está inmerso el gobierno, ahora, por cierto, "suspendido". Afirmó monseñor Uriarte, en un ejercicio de hermenéutica de un entendimiento mutuo no aclarado –¿qué es lo que hay que entender de lo que pretenden y hacen los terroristas?–, después de una inequívoca condena del atentado, que "nadie puede someter a golpes tan rudos y a sobresaltos tan graves la esperanza de un pueblo que desea ardientemente la paz y la necesita sin demora. Quien así procede no respeta la voluntad inmensamente mayoritaria de esta comunidad que de mil maneras reclama y exige, casi cada día, el fin de toda violencia. Queremos pensar que este zarpazo no cerrará del todo el ya laborioso camino hacia la paz. El retorno a la incomunicación y a la violencia sería una regresión humana y moral intolerable. Para lograr la paz y la reconciliación no hay otro camino que el entendimiento. Tarde o temprano hay que recorrerlo". Se podría decir que monseñor Uriarte es un obispo de perspectivas y contexto y quien sabe si de algo más. Quizá de alguna asignatura pendiente.

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