jueves, enero 25, 2007

Miguel Angel Garcia Brera, La inseguridad y los pisos

viernes 26 de enero de 2007
La inseguridad y los pisos
Miguel Ángel García Brera
R ECUERDO con nostalgia aquellos días en que los abogados podían asegurar a sus clientes el porcentaje aproximado de posibilidades de ganar que tenía su pretensión si era llevada ante un juez. Eran entonces los jueces, personas intencionadamente distantes para preservar su independencia al servicio de quienes les confiaban sus pleitos. Eran también personas preparadas, que sumaban a buenos expedientes académicos obtenidos en cinco años de estudio universitario, tres o más años de preparación específica para poder aprobar una oposición difícil. No eran jueces de turnos ad hoc convocados para propiciar el ingreso de correligionarios políticos; en la mayor parte de los casos abogados de un “reconocido prestigio” que, no solamente es difícil de evaluar, sino que, de ser cierto, nunca llevaría al prestigioso Letrado a solicitar el ingreso en un Cuerpo de funcionarios cuyo sueldo queda muy por debajo de lo que ingresa un abogado de esa clase. No eran jueces a quienes sus convicciones políticas –que naturalmente las tendrían, aunque no las hacían públicas desviaran su profesionalidad. Ahora, las dudas sobre si fallará el asunto un tipo de jueces u otro, no permite aventurar al abogado el resultado de pleito alguno, por muy clara que esté, a la luz del Derecho y del sentido común, la pretensión de su cliente. Posiblemente el signo de nuestro tiempo sea éste de la inseguridad llevada incluso allí donde la seguridad tendría que ser máxima. El Letrado no te puede garantizar por qué peteneras puede salir un juez, el cirujano te hace firmar un compromiso de no agresión porque no está seguro de si, aunque siga la “ lex artis”, un resultado negativo, puramente casual y ajeno a él, no le traerá a una demanda de su paciente y no digamos nada del edil que necesite un escolta, si lee, como yo, en el periódico del miércoles pasado, que un colega suyo ha tenido que denunciar al que tenía asignado porque le insultó y zarandeó al exponerle que deseaba salir una noche, o del gourmet que se entere de que el afamado cocinero Santi Santamaría ha dicho de los suyos: “somos una pandilla de farsantes que trabajamos para distraer a esnobs y estamos vendidos a la puta pela”. Antes, eso lo diría un enemigo de los cocineros, pero no un santón de la propia Cofradía, aunque, lo cierto es que está cargado de razón , al menos en la primera de sus afirmaciones; -sobre la venta a la pela ignoro cómo va la cosa- y ya va siendo hora de desmontar tanto truco y tanta estupidez culinaria, -cuyos únicos valores son la estética de los platos y la seguridad de que no hacen daño dado que su contenido no da ni para alimentar a una mosca- y regresar a las “fabes con tucu” o a la merluza de pincho a la cazuela. La inseguridad se palpa, y es todavía más grave, en quienes han de dirigir la nación. Si no fuera dramático, seguir los parloteos de los políticos o sus imaginativas propuestas, permitiría una carcajada continua. Ahora andan con eso de los pisos vacíos, tras las genialidades de las unidades ocupacionales y otras lindezas. Cuando interesó fomentar la construcción, se ayudó a la compra de viviendas, tanto desde la fiscalidad como dejando hacer a quienes otorgaban préstamos, de modo que muchos Bancos han concedido hipotecas por encima de lo que los pisos valían realmente y por debajo de lo que la prudencia exigí en relación a la solvencia de los concesionarios. Bastantes inversores, agobiados por los años malos de la Bolsa – cuya situación parece que ha cambiado,¡ vaya Vd. a saber por cuánto tiempo!– recurrieron al ladrillo. Indirectamente fomentaron un sector, el de la construcción, que digirió parados y contribuyó al desarrollo económico. Pero, ahora resulta que los pisos vacíos, son objeto de deseo de las arcas del Estado o de los poderes regionales. Por si fuera poco, y para desalentar a los dueños de inmuebles, algunos dirigentes se congratulan y otros no hacen nada en contra del fenómeno de tirar la puerta abajo por el que no tiene piso, ¡vaya Vd., a saber por qué! o por el que sí lo tiene pero está interesado en fomentar la ocupación del ajeno como política anarquista contra el sistema. Para mayor inseguridad de quien quiera discurrir sobre la cuestión de los pisos vacíos con un sentido justo, se encontrara con una censura a los dueños por no querer alquilar, al tiempo que, diariamente, conocerá las quejas de quien cae en la trampa de alquilar su piso y se encuentra con inquilinos que no pagan, que destrozan la vivienda y que, sólo con gastos importantes y unos tres años de promedio, consigue recuperar lo que queda de su propiedad. Como dice Wifredo Espina, en su artículo y en estas mismas páginas, la cuestión del alquiler no se arregla porque no se quiere, porque bastaría una pequeña reforma legal y una dotación de medios humanos – profesionales- adecuados. Por otro lado, da la impresión de que los políticos no saben ni lo que se traen entre manos. Porque el hecho es que los pisos vacíos, en todos los ámbitos del Estado español, además del IBI, que ya es un impuesto bastante crecidito, aportan también anualmente en los ingresos computables para el impuesto sobre la renta un 2% de su valor catastral y, si el montante de bienes del contribuyente supera el límite exento, entran también a sumar en la base imponible del Impuesto del Patrimonio. Ya hubo un socialista, Corcuera, que propuso la famosa patada en la puerta de la policía; ahora se trata de que la peguen los que cobran el IBI o los okupas.

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