viernes, enero 19, 2007

Joan Pla, Carmen y Queca

viernes 19 de enero de 2007
Carmen y Queca
Joan Pla
Q UIERO, ante todo, disculparme ante el buen lector, por haber estado tantas semanas sin mandar mi artículo, después de mis casi 200 entregas semanales, que empezaron con aquel artículo sobre Emilio Romero, que se publicó aquí el 14 de febrero de 2003. Mi ausencia en "Vistazo" tiene dos razones: Una, que, amén de la obligación puntual que tengo con mi dibujo y mi artículo en "El Mundo-El Días de Baleares", he tenido y sigo teniendo otros trabajos – de pintura y de literatura – que me ocupan casi todo el tiempo de que dispongo. Otra, que la realidad política que ahora vivimos, me ha asqueado tanto que, cuando me dispongo a escribir, sólo se me ocurren adjetivos insultantes y no quiero, para esta última etapa de mi vida profesional, amargarme ni amargarle la vida a nadie. No obstante, como tampoco quiero callarme y pasar al hospicio de los resignados, intentaré renovar mi juventud, igual que el águila, no la imperial, sino la bíblica, renueva sus plumas. Sólo os robare unos minutos, para hablar de Carmen y de Queca. Hace unos años, un buen día de agosto, Carmen Rigalt y Queca Campillo, dos queridas compañeritas del desaparecido y ya legendario diario "Pueblo", nos invitaron a cenar, a mi mujer y a mí, en un restaurante famoso de Mallorca. Concretamente en Portals, que es el pequeño puerto donde se reúnen los veraneantes mas célebres de la corte estival del Rey de España. Los lectores de "El Mundo" han podido disfrutar de las crónicas estivales de la catalana Carmen Rigalt, periodista y novelista en castellano, que lleva más de veinte años publicando en verano su ingenio y su libertad de pensamiento desde los mentideros de Marbella y de Mallorca. Además, entre las agudezas de Rigalt, recuerdo aquella en que afirma que ninguno de nosotros había nacido cuando ella escribió sus primeras crónicas de verano. Por mi parte, yo le dije una vez que tampoco había nacido ella, cuando yo mamaba mi soledad de corresponsal en el extranjero y escribía para "Pueblo" mis noticias de la morisma en el Magreb. Con todo, recuerdo ahora los días jolgoriosos y verriondos que pasaron en mi casa de Rabat, Carmen Rigalt, Rosana Ferrero y un tío grandote, Martínez Emperador o algo por el estilo, que le había puesto Emilio Romero a Rosana, como custodio y garante de su presunta abstinencia sexual y fidelidad. Teníamos entonces 35 años menos y aún declamábamos con ironía aquello de Shakespeare de que el alcohol aumenta el deseo, pero disminuye la capacidad. Ni alcohol ni leches, la capacidad y el deseo permanecían intactos, antes, en y después de la gran juerga, pero juro por mis huesos que fueron unos días infinitamente más castos que los que normalmente vivíamos en Madrid. Entonces, Queca ya empezaba a retratar mujeres interesantes como las que, unos años más tarde, ya en el siglo XXI, vino a exponer en Palma. Cuando nos vimos en aquella cena de Portals, la catalana Carmen y la extremeña Queca llevaban ya varios años veraneando en Mallorca sin acordarse de mi pobre menda, que tanto las amó. Las dos se mantenían espléndidas. Por lo que veo y por lo que me cuentan, han interrumpido su proceso de vejentud, mientras mi mujer y yo viajamos ya con el Inserso y nos enteramos, alabado sea Dios, de lo bella y rica que es España en sus diversos pueblos, paisajes, edificios y monumentos. Hace tiempo, publiqué en Madrid un artículo hablando del marido de Queca, que en paz descanse. No he vuelto a ver a Queca desde que dejé de dirigir el departamento de Comunicación e Imagen de la Fundación Kovacs. He pasado por Madrid, recientemente, entrando por la T2, al tiempo que estallaba la T4, y tampoco he llamado a Carmen, ni he ido a dormir a su casa, en Las Rozas, como aquella vez que nos reunimos más de cien periodistas del mencionado diario "Pueblo" y celebramos una cena de homenaje a nuestro director Romero que acababa de cumplir ochenta años. Me invitaron a cenar para proponerme el trabajo en la Fundación Kovacs. Por aquellas fechas, Queca y Kovacs eran íntimos. Todo aquello es ya agua pasada, aunque sigo creyendo que el pasado y el futuro son contemporáneos. Perdonad el rollo, aunque haya sido breve. Un abrazo y felicidades con retraso.

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